Por Paola Cortés[1]
Es guapo, “noble”, “protector”, “romántico”, en pocas palabras, el hombre que “todas las mujeres” quisiéramos tener como pareja: un protagonista de telenovela. Ese personaje que junto a la protagonista forman una “unión perfecta”.
Crear a un protagonista masculino es todo un proceso que, de acuerdo a Adrianzén (2001), sigue una serie de características especiales que deben “combinar” con la protagonista, es decir, alguien que la complemente. Ella vivirá, se sacrificará y hará todo por él. El autor clasifica a los distintos tipos de protagonistas masculinos de la siguiente forma:
1) El súper macho. Muchas mujeres opinan que los mejores galanes deben ser un cliché de masculinidad, como el pirata Juan del Diablo de Corazón salvaje —¿quieren algo más varonil que un pirata?, incluso han suspirado por hombres infieles que las agarraban a bofetadas como Arnaldo André en Amo y señor (¡vaya título!). Al margen del psicoanálisis y de discursos similares, es innegable que existe cierta fantasía femenina según la cual el hombre es un bruto que domina.
2) El sensible. Es un galán que podemos definir como un hombre íntegro y decente, palabra que les fascina a las abuelitas. Como su nombre lo indica, la clave es su sensibilidad. Es de los hombres que llegan a llorar de amor cuando la chica que aman se casa con otro o que se conmueven al ver un niño pobre. […] En suma, se trata de hombres perfectos que en realidad no existen. Pero no olvidemos que estamos en el reino de la TN y estos representan el ideal, el sueño que toda mujer tiene de ser amada y respetada como una princesa.
3) El manejable. Es producto de ese ambiguo «feminismo» que vende el estilo Televisa y que de inmediato nos remite a hombres tipo Arturo Peniche en María Mercedes. Se trata de un hijo de mamá, rico y sin complicaciones en la vida. Si estudia, es un vago; y si trabaja, nunca sabemos en qué, pero con toda seguridad, no le lleva más de un par de horas diarias. Fueron Rogelio Guerra en Los ricos también lloran y Gustavo Rojo/ Paul Martín en las dos versiones de Natacha. (Adrianzén, 2001, pp.101-104)