De Tango, Gardel y la risa

II

Superior al silencio

Por Leonardo Finkelstein

“Al que le gusta Bach y no le gusta Gardel, a ese, no le gusta Bach.”

 -Anthony Quinn-

 

Gardel es el tango hecho canción. A Contursi debemos la idea, a Gardel la forma, la perfección. En el Olimpo del Tango han surgido otros cantantes con un piso de calidad muy alto: el “Polaco” Goyeneche (sucesor de Carlitos en el corazón del pueblo, puesto que hace tiempo que corre por ahí la sentencia “el Polaco es Gardel”), el uruguayo Julio Sosa, y Edmundo Rivero apodado con toda justicia “El Feo”, ya que quizás se trate del hombre más feo de todos los tiempos. La devoción popular también mistifica a 3 fueyistas: Eduardo Arolas cuya desenfrenada pasión lo llevaba a exprimir los bandoneones, sin afanes histriónicos, hasta destrozarlos en plena actuación; la leyenda asegura que murió en París por robarse a una moza que tenía la doble nacionalidad; al italiano Juan Maglio “Pacho”; al “Gordo Sagrado” Aníbal “Pichuco” Troilo, al amadísimo (hasta la santificación) don Osvaldo Pugliese, y a otro coloso: Juan D’Arienzo, ambos directores de orquesta; al violinista Ernesto Ponzio, un tipo peligroso; y a su más rotundo poeta: Dis­cé­polo, el “Narigón Sublime”, a un bailarín “El Cachafaz” que murió bailando en Mar de Plata, y tantos otros que mencionar no me permite mi obesa ignorancia.

Para todo rioplatense (palabra que designa la nacionalidad argentino-urugua­ya) que le haya prestado oídos, Carlos Gardel es una deidad todopoderosa.

Evaristo Carriego (poeta telúrico celebrado por Borges) se le acercó una vez y le dijo: lo felicito, usted es superior al silencio.

En el cementerio de la Chacarita en Buenos Aires, es un ritual de adoración colocarle un cigarrillo encendido entre los dedos de su estatua de bronce y quedarse a “fumar un pucho y charlar con el Maestro”.

No puedo evitar felicitarlo en voz alta al final de algún tangazo, cuando me Leer más

De Tango, Gardel y la risa

 

I

Aproximaciones

Por Leonardo Finkelstein

(Vení Arrimate)

Si bien no puede precisarse la fecha de nacimiento del tango, que se mece entre 1860 y 1880; no hay dudas sobre el sitio donde colocar la cuna: los prostíbulos de Buenos Aires y Montevideo. En estos templos del saber, mentados como “academias”por sus instruidos parroquianos, los estudiantes entre clase y clase bailaban con las profesoras al son de un piano y una flauta, acompañados más tarde de un bando­neón, por injerencia italiana.

El cóctel de ritmos y melodías que lo componen: habaneras, mazurcas, candombe (música de esclavos, también llamado tango negro), tango andaluz y canzonetta napolitana, se mezcló en los arrabales más miserables de la capital porteña, por entre las rebullentes hordas de inmigrantes que despertaban a una realidad dispuesta a arrancarles los sueños de los ojos a la vuelta de la esquina; sacando pecho en unas condiciones de supervivencia mucho más salvajes que las de los westerns. El compadrito, figura equiparable a la del cowboy proscripto, era un romántico que dirimía ínfimas diferencias de criterio usando su propio chal arrollado al brazo como escudo, y un facón en la mano habilidosa. Un revólver permite dominar fácil una situa­ción, y la muerte se da de una manera más aséptica, pero el facón es más bestial porque además de una directa toma de contacto con el hecho, requiere mayor presencia de ánimo sanguinario. En ocasiones era empuñado por mujeres a las que José Sebastián Tallon, en su insuperable pintura de dos asiduos parroquianos del arrabal como el rufián y su pupila (titulado “El Cívico”y “La Moreira”), describe como un tipo de morocha brava, femenina, elegante, sensual y hermosa, de apariencia delicada, pero que además de prostituta trabajaba de “cafishio”, consiguiéndole otras mujeres a su dueño: “Comúnmente usaba un puñal; pero, cuando debía aventurarse en las noches de más afuera o en los “negocios”difíciles Leer más

La voz y el gusto

Foto de Jamiecat http://www.flickr.com/photos/jamiecat/3832713465/

Por Miguel García[1]

miguel@tango.com.mx 

 

«Yunta oscura trotando en la noche…», canta Alberto Castillo. Y María Dolores, mi madre (a quien llamaremos Lola), suspira, pierde la mirada en sus adentros y suelta un susurro que dice: «esa voz…» No necesitó decir más, no quiso ahondar en el agrado que le provocó el cantor, se limitó a decir lo que dijo y ya. El conocimiento del tango de Lola abarca algunas letras del repertorio gardeliano y un número reducido de interpretaciones y orquestas, algunos títulos evidentemente famosos, algunos artistas como Hugo Del Carril y Libertad Lamarque (a quienes no cuenta entre sus predilectos), pero en su gusto, siempre Gardel, el incuestionable, el inamovible.

El México tanguero es gardeliano. Cuántas veces no me habré topado con un viejo que me habla de tango como cosa propia, de sus tiempos, que enumera «A media luz», «Caminito» o «Yira, yira». ¿Qué habría sucedido si el astro no hubiera cerrado los ojos en el accidente de Medellín y hubiera concretado la famosa gira latinoamericana que culminaría en México? ¿O necesitaría esa muerte prematura para erigirse en lo que es ahora, un mito mundial? Jamás lo vamos a saber. Lo que sí es evidente es la afición que los mexicanos entendidos le tienen a Gardel, pues todos hemos escuchado al menos el nombre y su relación con el tango, a pesar de que no sepamos más que eso.Leer más