Por Saúl Pérez Sandoval[1]
El fuego no se ha consumado, sigue encendido alumbrando la oscuridad, y una vez que se apague, dejará las cenizas que serán olvidadas y pisadas por las huellas del tiempo…
La película Noche de fuego (2021), de la directora Tatiana Huezo, ganadora de siete premios Ariel, entre ellos Mejor película, nos lleva a un contexto que se vive en el México actual, uno que se caracteriza por ser un retrato manchado de sangre y violencia, de desesperación y de dolor, donde es un riesgo alzar la voz y solo queda aceptar las condiciones en las que se nació, o permanecer huyendo eternamente, ante la impotencia que se experimenta frente al silenciamiento.
En dicho filme, se nos presenta un lugar lleno de corrupción y de tristezas desoladoras, de rostros que han sido olvidados por los que se supone que deberían de brindar la seguridad y paz en el país. La historia nos cuenta el paso de Ana, una niña que, en su curiosidad y confusión por lo que observa a su alrededor, comienza a hacer preguntas sin obtener respuestas; y sus palabras se transforman en la resistencia ante el silencio.
La película tiene escenas de miradas tristes y confundidas, como las de Ana, que están simbolizadas en tomas abiertas, de los campos verdes que nos exponen la belleza de la naturaleza, contrastando con la violencia y el sufrimiento del lugar. Es como si la directora nos diera un resquicio de esperanza ante tal situación, por medio del resistir hasta que el cuerpo aguante.
También está plasmada por un padre ausente, el que se olvidó de su familia y comenzó otra vida, el que abandonó las promesas que alguna vez dijo. Un auténtico retrato de México, porque no solo cuenta la historia de la región que se muestra en la película, sino que escenifica cada rincón del país, atado al abandono y a la violencia cotidiana.
Una gran parte de la película nos muestra el abandono de la figura paterna, el sufrimiento de una madre que creyó en las promesas de su esposo en un entorno atravesado por la violencia por el crimen organizado y el narcotráfico, en alianza con el gobierno, su impunidad y complicidad, pues necesitan de suministros, armas, camionetas blindadas, y demás, para poder seguir manteniéndose en competencia en el mercado del narcotráfico, lo cual sería imposible sin una ayuda externa.
Al respecto, podemos rescatar la entrevista que le realizaron al Dr. Norberto Emerich, especialista en temas de narcotráfico, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde menciona que: “Si el crimen organizado es tan importante como el gobierno menciona y decide, es porque el Estado lo permite en todo caso (…). Si el crimen organizado fuera un tema importante, lo sería porque el Estado lo tolera, lo avala y lo sostiene”. Así también, en Noche de fuego se habla de una educación que se ve mermada por la falta de oportunidades y el miedo de los profesores ante las amenazas que reciben; por el pánico que les puede producir a los narcotraficantes y gobernantes tener mentes libres, que puedan cuestionar, no quedarse calladas y hacer pensar a otros, contagiándoles de sus sentires e inconformidades.
Aunado a ello, la película también toca el riesgo que implica ser mujer en el país, teniendo como única alternativa parecer hombre para poder sobrevivir un poco más de tiempo o permanecer escondidas, privadas de la libertad.
Exhibe, además, la resistencia del pueblo, que no tiene otra opción más que encarar lo más preciado que tiene para no dejarse someter: su vida y la de sus habitantes.
La película es un relato de infancias y adolescencias consumidas por la violencia normalizada, por las drogas, y por la sumisión ante una determinada forma de vida. En ese sentido, revela el papel que tiene el juego y la amistad como medios de escape para resistir ante la realidad tan cruda que tienen que vivir y soportar continuamente. Una en la que las niñas juegan a esconderse, y no ser encontradas se transforma en su salvación, en su lucha por sobrevivir y así poder buscar otros caminos, en los cuales, quizá, existan mejores oportunidades para su vida y menos violencia, ya que ese lugar fue abandonado y olvidado por la sociedad, y permanece con una herida abierta, que no ha dejado de sangrar.
La película es el reflejo de una sociedad que se ha quedado en silencio, esperando despertar algún día, y poder hacerle frente a las injusticias y a la violencia que se vive cotidianamente. “En México, y en el resto de Latinoamérica, no se vive, se sobrevive”.
[1] Escritor, Poeta, Investigador y Alumno de la Licenciatura en Psicología en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Tiene un curso en Periodismo digital por la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: [saulpersa9@gmail.com].