Por Aníbal Fernando Bonilla[1]
En las circunstancias atípicas en que hubo de transitar el orbe desde los primeros meses del 2020, en donde la pandemia del coronavirus modificó —posiblemente para un largo tiempo— los hábitos de interrelación, de lo individual a lo colectivo, surgieron inquietudes, dilemas y hasta cuestionamientos ante tan complejo entramado infeccioso, poniéndose a prueba la capacidad sanitaria a nivel planetario.
A partir del registro del primer caso en China (Wuhan), cuya advertencia y explicación fue dada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), este mal epidémico reformuló el designio cotidiano del hombre. En un giro de ciento ochenta grados, los gobiernos implementaron estrictos protocolos de bioseguridad para la disminución en lo posible del impacto de mortalidad humana.
Sin duda, tal situación ha conllevado un diagnóstico de la vorágine del modus vivendi en que las personas nos hemos venido desenvolviendo en esta descarnada competencia acumulativa de bienes suntuarios contra reloj, siendo directos propagadores de una carrera depredadora de los recursos naturales. En tanto, buena parte Leer más