Por: Liz Magenta
Fue la mañana de un domingo en San Francisco Totimihuacan, una pequeña comunidad de la ciudad de Puebla. A medio día recorría las calles sin pavimento, para unirme a la celebración. En el trayecto, un raver me abordó, traía una chamarra beige, pantalones anaranjados, tenis negros y el cabello corto. Me había preguntado si iba por buen camino, ─¿voy bien?, es qué no oigo nada, no se oye música─, me decía, y un par de segundos después la tierra retumbaba. ─Sí, vamos bien─, le contesté y ya de ahí inició la plática hasta que entramos juntos al vasto terreno. La indicación era la siguiente, bajar a dos calles del zócalo, frente a la presidencia, en el semáforo dar vuelta a la izquierda, caminar tres calles y bienvenidos al “after”.
Las personas que se asomaban afuera de sus casas, nos miraban pasar desconfiadas. Habían estado ahí observandoLeer más