Magic After

Por: Liz Magenta

Fue la mañana de un domingo en San Francisco Totimihuacan, una pequeña comunidad de la ciudad de Puebla. A medio día recorría las calles sin pavimento, para unirme a la celebración. En el trayecto, un raver me abordó, traía una chamarra beige, pantalones anaranjados, tenis negros y el cabello corto. Me había preguntado si iba por buen camino, ─¿voy bien?, es qué no oigo nada, no se oye música─, me decía, y un par de segundos después la tierra retumbaba. ─Sí, vamos bien─, le contesté y ya de ahí inició la plática hasta que entramos juntos al vasto terreno. La indicación era la siguiente, bajar a dos calles del zócalo, frente a la presidencia, en el semáforo dar vuelta a la izquierda, caminar tres calles y bienvenidos al “after”.

Las personas que se asomaban afuera de sus casas, nos miraban pasar desconfiadas. Habían estado ahí observandoLeer más

La reconstrucción del templo

Por Miguel García

 

El templo estaba hecho una ruina, daba lástima ver así el lugar donde todo el pueblo rendía culto al Dios que en otro tiempo fue capaz de liberarnos del yugo inexorable del faraón y su ejército, amparado por aquellos otros dioses de simulación. Los antiguos narraban los acontecimientos tal como si los hubieran visto ellos mismos, a pesar de haber sucedido siglos antes de que sus ojos se abrieran en este mundo.

Temerosos de la decepción que provocaría en el rey Salomón ver así el templo que un milenio atrás, con las instrucciones de nuestro Dios, edificó en la época en que aún pertenecíamos a un solo reino; angustiados por la marca de una demolición por aquel invasor babilonio, a pesar de la posterior reconstrucción, y avergonzados por el vasallaje a Roma —sin otro destino posible más que la obediencia al Imperio—, reducido al estado decadente en que lo encontró el reinado de Herodes el Grande,Leer más

Luego, nadie atravesó el umbral

Por Andrés Gómez[1]

Menard declaraba que censurar y alabar
son operaciones sentimentales que
nada tienen que ver con la crítica.
Un eterno silencio para los que mueren
a vuelta de esquina.
En esta ciudad de iglesias se siente una gran necesidad de pecar.
¿Por qué la vida de la gente que escuchaba boleros
suena siempre tan cursi?

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Tantas veces vio las mismas sombras alargándose y encogiéndose sobre las paredes magulladas de Chalico diecinueve. Tantas veces observó cómo los contornos se deslizaban entre el suelo pegajoso y el techo arrugado por el humo; entre los acordes tendidos de una vieja canción de desamor los bultos alcoholizados maniobraban el corazón en cada movimiento sincronizado. Tantas veces se reconoció solo frente al espejo, desdoblado en el reflejo de una botella de cerveza, figura agarrada de una estampa azteca. Los ojos le pesaban de tanta lágrima acumulada en los pozos que acotaban el relieve de su rostro. El calor del alcohol le adormecía los labios con cada beso. Luego salía a la noche y trastabillaba sobre las costillas de San José de Jalpa, guiado por el olor a cloaca. Observaba cómo las cabezas de las iglesias lo señalaban con sus campanarios punitivos, mientras deslizaba su cuerpo flotante sobre los grafitis. San José de Jalpa aún reposaba su torso quemado. Se podía escuchar el crujir de sus huesos exhumados.

Tantas veces se precipitó sobre una esquina cualquiera con la vejiga llena y su sombra se encogía detrás de él. A más pasos su contorno se desvanecía. Para cuando llegaba a la esquina de Maclovio Herrera se sentía un punto muerto, inerte sobre la banqueta, desmadejándose con cada bocanada. Tantas veces repitió aquel ritualLeer más

Brenda Vega | Relatos

Por Brenda Vega[1]

 

El mar de Laura

Foraminiferos, cual Laurinus, pelágica y su membranesis, efecto Caridis. Son las venas luteinicas, reglas con membrillanas endorreicas, pasando por Cipris, el pecho humectante, coagula Fottegotes, y la geofísica astralogica, grita con el humero de Calcio y Magnesio, y los pelambres mediooceánicas, por sus iris coccoliferas, gualdas y rutileas, por el mar zooplancton, ilutón, y Plutón, espigonea su tralla y pescuezo, ante Cassini y el lago Egeo, por la subducción de rebalaje y bacteriopelageileal. Genitales de óvulos y plantas de Carniavere, y Streolemiphyta. Hasta el liliunfi, por la megalla de su espinazo de marrón cueva, lloviendo gotas purpuras por su blasonaje espectral.

 

Metafísico

Hoy, empezé como quien debió haber sido

Como nada y aún todo

Sabiendo quién he sido y dónde termina el sol.

Estoy muerta y más muerta que antes

Sin saberlo; me corté las venas para medir mi desgracia.

Un punto cerrado o quizás neutro.

Soy una esperanza desecha.Leer más

El color de la justicia

Por José Corona Padilla 

 

Llamaba injusta a la vida cuando los planes que había pensado se derrumbaban, con ellos llegaban las frustraciones y otros problemas de inseguridad que detuvieron mi crecimiento por un tiempo. Eso pensaba mientras caminaba hacia Xo’iep, una comunidad perteneciente al municipio de Chenalhó. Era nuestra cuarta concentración en el proyecto educativo de Las Abejas de Acteal, ubicado en Yabteclum. Las clases seguían, pero tuvimos que salir temprano para llegar a la casa de Juan, por necesidades de apoyo fisiológico a una niña.

Andábamos por un camino de terracería, mientras mi amigo me contaba el motivo de la urgencia: íbamos a conseguir dinero a su casa, para comprar medicina en San Leer más

La vida desolada de las ciudades sin almas callejeras

Por Gabriel velázquez Quintero 

En el ocaso de una tarde de marzo, mi esposa fue recluida en el hospital que está frente a nuestro hogar. Las noticias circulaban y me decían que, en algunas semanas, volvería. Mientras, me gustaba pensar que en una de las ventanas podría verla sonreírme. Así que le serví su taza de atol, y me senté a ver todas las ventanas. Fue mi primera tarde sin ella.

No me gustaría culparnos de lo que hoy nos tiene separados. Realmente fue descuido nuestro, y del tiempo que llevamos vivos, claramente. Los setenta años que cargamos en nuestros hombros son obviamente culpables de lo débiles que nos volvemos. A cierta edad queremos demostrar que seguimos valiendo algo, que no somos un mueble más en la casa de la familia. Pero esta vez no fue el caso.

No teníamos nada que demostrar, no salimos a la calle para manifestar nuestra fuerza.Leer más

La Amélie colombiana

Por Shara Bueno[1]

El 24 de septiembre de 1997, a las doce horas con treinta y siete minutos y dieciséis segundos, el señor de la chaza de dulces de alguna plaza principal de Latinoamérica, escucha el boletín radial de noticias donde comentan que los mafiosos colombianos andan pagando 50 dólares a quien proteste contra la extradición con carteles frente al Senado, en Bogotá. En ese mismo instante Andrea Echeverri piensa cómo será el lanzamiento del Álbum Tributo, por allá en las Yunaites el próximo mes, mientras almuerza ajiaco preparado por su mamá y, con destreza, agarra la mazorca con los dedos, como lo aprendió en su niñez. En ese mismísimo instante un politiquero con pinta de hacendado ordinario, llena de semen el útero de Carmen Galindo, bella muchacha con la secundaria sin terminar, madre soltera y mesera en una cafetería del centro de Armenia.Leer más

Noches blancas

Alma A. C. Carbajal. Egresada de SOGEM (Sociedad General de Escritores de México). Diseñadora Gráfica, escritora por vocación y pensadora filosófica por convicción, actualmente trabaja arduamente como ensayista. Diplomada en Neuroestética en CASA LAMM. En relación a la literatura y al estudio de las formas, abre y descompone paradigmas en lo que a la creación se refiere. Actualmente cursa la licenciatura de Comunicación en UNIR (Universidad Internacional de la Rioja) y la licenciatura en Psicología. 

 

La noche fue mudando de piel, mientras en la lejanía las horas parecían movedizas. Las partículas de polvo se adherían a mi cabello, todo lo demás era imposible. Regresé a casa del trabajo para bañarme por segunda vez. El agua zurcía una especie de suciedad invisible, inevitable. La lluvia cubría la ciudad de un hastío permanente y la limpieza añorada nunca bajó de los cielos, sin embargo emergió de los infiernos una ansiedad descorazonadora, caprichosa. 

 

Los medios de igual forma fueron invadidos por un virus – aún desconocido – nadie volvió a creer en el apocalipsis a cuenta gotas. Leer más

«Y la culpa no era suya»

Por Gina Preciado[1]

Tecleé una dirección al azar. Estaba estrenando tarjeta de crédito y perfil. El carro estaba cerca y la adrenalina inundó mis venas. Víctor, mi conductor, llegó en un Versa blanco. Para su sorpresa me subí al asiento del copiloto, me volví a verlo y, sonriendo, lo saludé. No pudo ocultar la emoción, nunca pueden. Sobre todo cuando ven que la falda se me sube muy arriba de los muslos.

Víctor comenzó una plática mezclada con risa nerviosa.Leer más

Encierros

Por León de la Cruz

 

Infección.

 

Todas las personas, sin importad la edad, pudieron pensar por un instante que era preferible morir antes que presenciar el fin del mundo, como si fuera un acontecimiento en el que no participemos. Cobardes.

¿Cómo sé que es el fin del mundo? Porque lo viví. He de añadir que éste no acaba en silencio sino con gritos. Tampoco acaba de un solo golpe, ni es algo de proporciones bíblicas. El fin del mundo se asemeja más a una enfermedad que se esparce paulatinamente. Al principio se enfrenta con optimismo, incluso, con sarcasmo. Otras tantas, con resignación. Pero, al final, terminamos llorando, sea por angustia o soledad.

Uno de los efectos que causa el fin del mundo es que todos nos convertimos en sospechosos y potenciales enemigos. En mi caso, para evitar la confrontación decidí encerrarme en mi búnker. 

Por favor, no me confundan con un maldito gringo de esos que piensan que son tan chingones que todo les podría suceder. Aunque maquillaron su realidad con chaquetas mentales fabricadas en Hollywood, salvando al mundo en cada oportunidad en pos del patriotismo y disfrazado de humanismo, siempre podemos recordarles Vietnam. La verdad es que fueron tan vulnerables como el resto. De hecho, fueron los primeros en caer. Leer más