Ilustración de Yelena bryksenkova
Por Priscila Alonso[1]
I
Quisiera abrazarte tanto para llenarme de ti
Para que tenga algo que pueda recordar cuando te marches
No quiero ser fatalista, pero siempre le va mejor al que se va
Los que nos quedamos estamos siempre viviendo de recuerdos
Cambiando los muebles
para hacer todo menos pesado
Pintando la casa
para borrar el rastro
Ya hace tres años que todo acabó
y aún quedan cosas tuyas, nuestras, en el cuarto de servicio
Siempre digo que hoy las dono, las tiro o las regalo
Pero por más que amanece, ese día no llega
II
Cuando pienso en la muerte, me viene a la mente la primera línea de El extranjero de Camus. También recuerdo los rezos en las casas de las amigas de mi abuela, algunas veces parecen más lamentos, sollozos…
Los cantos no alegran, duelen, limpian. La tierra no huele, las cenizas no vuelan, las cajas se quedan vacías como las almas y los corazones y no hay papel ni frascos suficientes para colocar el agua salada que recorre nuestros poros.
El ‹‹ hasta luego ››, los arrepentimientos y los nardos ya no existen. La incapacidad de abrazar, ver Leer más