Punto de partida o destino

Ilustración de Yelena bryksenkova 

Por Priscila Alonso[1]

 

I

Quisiera abrazarte tanto para llenarme de ti

Para que tenga algo que pueda recordar cuando te marches

No quiero ser fatalista, pero siempre le va mejor al que se va

Los que nos quedamos estamos siempre viviendo de recuerdos

Cambiando los muebles

para hacer todo menos pesado

Pintando la casa

para borrar el rastro

Ya hace tres años que todo acabó

y aún quedan cosas tuyas, nuestras, en el cuarto de servicio

Siempre digo que hoy las dono, las tiro o las regalo

Pero por más que amanece, ese día no llega

 

II

Cuando pienso en la muerte, me viene a la mente la primera línea de El extranjero de Camus. También recuerdo los rezos en las casas de las amigas de mi abuela, algunas veces parecen más lamentos, sollozos…

Los cantos no alegran, duelen, limpian. La tierra no huele, las cenizas no vuelan, las cajas se quedan vacías como las almas y los corazones y no hay papel ni frascos suficientes para colocar el agua salada que recorre nuestros poros.

El ‹‹ hasta luego ››, los arrepentimientos y los nardos ya no existen. La incapacidad de abrazar, ver Leer más

Cuando tenía dolor de panza

Por Jesica Gonzáles

Recuerdo cuando nos mudamos de lo de mi abuela, el camión de mudanzas sobre la calle, las cajas apiladas sobre la vereda, yo con mis hermanitas agarradas de los fierros que parecían laberintos dentro del camión, mientras el conductor prendía el motor saludamos con nuestras pequeñas manos a esa casa que por mucho tiempo había sido nuestro hogar. Nos dirigimos a la nueva casa, con paredes blancas, habitaciones pequeñas, con una grifería que no paraba de gotear.  Yo tenía 5 años, comencé el jardín y luego fui a la primaria que estaba a una cuadra de casa.

No me gustaba ir a la escuela porque siempre nos decían cosas muy feas a mí y a mis hermanitas, que éramos pobres, que se nos notaba en la cara y hasta en el pelo.

Una vez llegué medio dormida al cole, mis compañeros empezaron a burlarse de mí porque tenía pedazos de colchón pegados en el cabello, “cabeza de colchón” me decían, o se burlaban por el olor a humo de las brasas con las que por las noches mamá cocinaba en el patio porque no teníamos gas. Otras veces íbamos sin desayunar y terminamos en la dirección con dolor de panza. En tercer grado tuve a una maestra llamada Andrea, era muy buena, cuando tenía dolor de panza ella me preparaba un desayuno para que tomara antes de entrar a clases. Una tarde,Leer más

Qué suerte tiene el sol

Por Karina Mora Mendoza

¿Han pensado cómo el sol nunca es el mismo? El sol del amanecer poético y esplendoroso no vuelve a ser el mismo en todo el día. Le alcanza con ser jodidamente maravilloso durante la mañana. Después de eso, es suficiente con estar colgado en el cielo esperando a guardarse un par de horas después. Qué ganas de ser sol y que el resto del mundo celebre mi existencia; que se perdone mi intensidad abrasadora de las tres de la tarde y se me excuse por parecer menguada hasta que la noche llega a relevarme. ¡Qué suerte tiene el sol de ser sol!

Postrada en el asiento del copiloto de aquella camioneta que parecía ser mía, aunque no lo era —igual que pasaba con mi vida— miraba al sol. A mi alrededor, un estacionamiento casi vacío, tres familias felices además de la mía estarían dentro del supermercado, poniendo en el carrito de compras todos esos enseres que necesitas aunque no sabes muy bien para qué; objetos enlistados en la cabeza como artículos de primera necesidad, recetados para cumplir con el esquema de bienestar perenne que viene, supuestamente, aparejado con el matrimonio; aromatizantes de vainilla o lavanda, bolsas de plástico pequeñas  y con cierre para guardar cualquier cosa que igualmente podría caber en tu puño y por ende, donde sea. Frascos de mermeladas gourmet, sin azúcar, conservadores o cualquier añadido que potenciara algo de sabor, o en su defecto, de felicidad. Parecía que entre más estéril fuera el producto, mejor se adaptaría a la mecánica de mi vida en familia, que de tantas maneras también estaba impedida para florecer. 

—¿Qué más necesitas? — Preguntó Max cuando había regresado al volante y se encontró con mi mirada clavada en la nada, que tanto le agobiaba.Leer más

Andrómeda en la secundaria

Por Laura Magnolia Hernández[1]

La gargantilla de cuero negro rodeaba su cuello para unirse justo sobre las clavículas en un aro metálico del cual se desprendían gruesas cadenas plateadas que rodeaban su cuerpo por debajo de los senos, atravesando su cintura, partiendo su figura y volviéndola a unir, haciendo resaltar esas formas que quiso ocultar cuando recién las descubrió sin haberlas solicitado en un arranque de eso llamado pubertad, cuando prefería ahogarse de calor en los días de mayo bajo un suéter escolar de manufactura china.

Aún estaba en esa etapa en la que hubiera preferido ser aplastada por otros mil suéteres chinos antes que ser expuesta ante su clase, y al final, eso fue exactamente lo que ocurrió.

Al iniciar el año sus padres la habían presionado para unirse al taller de declamación, estaban convencidos de que le ayudaría con esa timidez que no les parecía correcta. Al final accedió por tratarse de una actividad casi privada en la que el resto de los asistentes no tendrían el valor moral de juzgarla o hacerla sentir mal.

Aquel año también se había unido a la clase María Gorgona e inmediatamente surgió un vínculoLeer más

Úrsula

Por Cecilia Prado[1]

 

En medio de la polvareda se erige una enramada construida con palos y ramas de ahuijote, a su sombra, cuatro músicos varones dirigen el convite entre sones, gustos, malagueñas, jarabes, ejecutados uno tras otro, sin descanso para los bailadores. Ya comienza el arpero otra vez, con un bordonazo al arpa que sirve de primera llamada y los subsecuentes trinos de pájaros que declaran la melodía de la Úrsula, son muy gustado por todos los presentes. Basta el movimiento de manos del experimentado arpero para que a unos metros de distancia se levante un pequeño remolino al que nadie presta atención. Entre risas, gritos y chiflidos, la atención sólo se dirige a los músicos y a la tarima de parota, aún desocupada. Enseguida del arpa se suma el violín cuyas agudas notas evocan caballos relinchantes, los mismos que se encuentran a unos pasos, adiestrados para mover sus pezuñas al compás de 12/8. Arcadas ligadas suben y bajan, los sonidos viajan a kilómetros de distancia mientras se materializan unos pedazos de fierro y caucho entre la columna de tierra que se va agrandando. Al violinero lo sigue la guitarra de golpe, la jarana, la colorada aporreada sin compasión por el músico más viejo de los cuatro, quien hace gala de su talento adornando sus mánicos con repetidos abanicos.

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      A cada redoble se va definiendo lo que sólo era chatarra como una bicicleta pesada y centelleante, cuadro de acero, barra alta, rodada 29, manubrio recto. Prrrpa-prrrpa prrrpakatunpakatupa, es el sonido Leer más

Sin queso de cabra, por favor

Por Chess

 

Autobiografía, Enero 2020

-Tiene sangre en los pulmones, no para de convulsionar, tenemos que inducirle el coma ¿qué desea que hagamos?

Ayudar a otros, a veces desconocidos, es algo que hace para sentirse útil y solidaria, para hacernos creer que le importa la humanidad. Sabe que decidir entre la sala de terapia intensiva y un ataúd no es fácil.

Mexicana clasemediera, jugaba en la calle de atrás a los patines y la bicicleta. En algún momento decidió que la tierra y la pelota eran más divertidas que las zapatillas y el leotardo.

Asistió a escuelas públicas donde conoció los colores de la piel y las palabras piojosa, busto, cooperativa, sin olvidar el festival de las madres, el cambio de escolta y las casas de sus amigas. Se raspaba las rodillas en el patio de cemento, defendía a los débiles, jaloneaba a los niños que corrían más rápido que ella jugando a policías y ladrones. Competitiva y berrinchuda, pronto aprendió que a todos les toca un lugar en el salón de clases y, más tarde, en la vida.

Falsificó credenciales para entrar a la secundaria, fue gremlin y perdió el suéter cLeer más

La esquina o Divagación en torno a la sorpresa ontológica

Por Márcia Batista Ramos[1]

“Si le volvemos la espalda, ese paisaje quedará sumido en su permanencia oscura. Quedará sumido por lo menos; no hay nadie tan loco que crea que ese paisaje se reducirá a la nada. Seremos nosotros los que nos reduciremos a la nada y la tierra continuará en su letargo hasta que otra conciencia venga a despertarla. De este modo, a nuestra certidumbre interior de ser reveladores se une la de ser inesenciales en relación a la cosa revelada.” Jean Paul Sartre

En una esquina cualquiera, percibí la fantasía dialéctica de las avenidas y los cientos de cuerpos con la boca cubierta que se movían para todos los lados, mecánicamente, sin verse, sin tocarse, siquiera miraban de reojo… Todos sin expresarse.

Me sentí, sinceramente, gris y desgarrada, en mi vejez de muchos años. Envuelta en una extraña niebla. Percibí la verdad fragmentada: que yo había atravesado mi propia vida con los ojos vendados. Un escalofrío traspasó mí espalda. ¿Qué podría decirme a mí misma, en aquél momento, si aún me sentía como una niña?

Miré a la bóveda del cielo de yesoLeer más

Oscuridad y frío

Por Araceli Mariscal

 

La vida a veces puede ser extremo de todo, nunca es la nada, dicen algunos que ni aún cuando se muere. Siempre creí que la oscuridad, además de ser donde no hay luz, era la nada. Ahora entiendo que también es Todo. El todo es la oscuridad porque no sabes dónde empieza y dónde termina, es más, no se tiene ni siquiera la certeza de que haya un punto medio.

El punto medio significaría que es medible, sin embargo, ¿Quién puede medir la oscuridad? ¿Quién podría definirla siquiera? Quizá las definiciones cabrían en la oscuridad misma y tal vez ni así abarcaría su extensión. ¿Cómo defines el amor? ¿Cómo defines lo que sientes por mí? ¿El amor sería entonces un sentimiento medible? Leí apenas de una amiga que en sus redes escribió que para ella, respecto al amor, éste era la ausencia del Ego… Tengo que admitir que no estuve de acuerdo con este planteamiento, dudé de él, me cuestioné y dije que sería mejor decir que: el amor es domesticar al Ego.

Domesticar porque es una parte primitiva del ser, si no lo tuviéramosLeer más

Hay un helicóptero en el jardín

Por Lisa Mena[1]

Justo hoy que nos destapábamos ese vino.

Leo y releo y no entiendo ¿Cómo es posible que se les haya escapado una estupidez así?

¿Cómo les explico?, ¿por dónde empiezo? 

Rápido, una estrategia, eso sí que sabés hacerlo: resulta ser que siempre me dediqué a otra cosa. No, no me pongas esa cara, por favor. Es algo útil y necesario lo que hago, no te das una idea…No, no, no, ¡no!, arrancá distinto.

Supongo que en cualquier momento me llaman.

Mirala a Ruth ahí en el jardín, siempre que los padres se apartan a tomar un vino en silencio es porque todo está bien. Una vez te confesó que eso la ponía contenta… ¿cómo la encaro?, ¿cuánto tiempo voy a tener?Leer más

El giro de la falda de Tereza

Camila Gabriela Conceição da Silva[1]

Brasil, Bahia, Salvador

Como muchas mujeres de esta Tierra llamada Bahia, Tereza nace empobrecida. Hija de una olvidada ciudad del interior, São Miguel das Matas. Solo quien vivió y vive allí conoce su nombre, pero cuando salen se alejan del camino de retorno.

Tereza tenía 13 años cuando fue empujada a la “gran ciudad” con promesas de un horizonte más favorable. En este momento nutria otra vida además de la suya, estaba embarazada de su primer hijo.

No se sabe cuáles impulsos la movían o la paralizaban. Sus sufrimientos y dolores eran intransferibles, vivía todo sola, pero en su cuerpo era incapaz de ocultar las cicatrices que se le dibujaban a medida que avanzaba.

En la ciudad, Tereza conoció a un hombre de origen campesino como ella. Fueron a vivir juntos y recuperó su esperanza de una vida mejor. Pronto confirmó que en este mundo la vida es más pesada cuando se es mujer. Tuvo que elegir entre dos sufrimientos: quedarse o irse. Ella eligió, en la intimidad de su silencio, partir. De esta vez, sumando una hija alrededor de su falda.

Los ojos de Tereza nunca fueron un hogar para el miedo. Lejos de desmoronarse Leer más