Por Mario Galván Reyes[1]
Juanelo regresó de dar un servicio en taxi por la madrugada. Al llegar a la puerta de su casa, se quedó dormido ante el volante del auto. En ese sueño producto del cansancio se le apareció El Diablo para querer llevárselo, con su aspecto demoníaco y sus artimañas, pero Juanelo le ganó arrojándole al suelo un puñado de garbanzos.
—En cambio, mi suegra, es como la leyenda del herrero: temida por el diablo —me advirtió con los ojos bien grandes y la voz profunda después de terminar su merienda.
Mi suegro decía que doña Mercedes Pedroza era una mujer mala, solo contenida por el carácter dulce de su esposo. Cuando papá Alfonso falleció, doña Meche volvió a su estado habitual.
—Una vez intentó demandar a sus propios hijos por abandono, pero no tuvo evidencias para comprobarlo —sentenció.
A sus ochenta y siete años doña Mercedes podía padecer demencia senil, pues solía enredarse en sus recuerdos e intentaba salirse de la casa con resultados muy dramáticos. El más grande de sus hijos, un merolico de productos naturistas, le dio una medicina y doña Meche comenzó a recordar con claridad. Los pleitos por enojos del pasado comenzaron a ser más comunes.
—Mejor quítensela —dijo el hijo mayor.
Los tres hijos hospedaban a su mamá durante breves Leer más