El huevo del diablo

Por Mario Galván Reyes[1]

Juanelo regresó de dar un servicio en taxi por la madrugada. Al llegar a la puerta de su casa, se quedó dormido ante el volante del auto. En ese sueño producto del cansancio se le apareció El Diablo para querer llevárselo, con su aspecto demoníaco y sus artimañas, pero Juanelo le ganó arrojándole al suelo un puñado de garbanzos.

—En cambio, mi suegra, es como la leyenda del herrero: temida por el diablo —me advirtió con los ojos bien grandes y la voz profunda después de terminar su merienda.

Mi suegro decía que doña Mercedes Pedroza era una mujer mala, solo contenida por el carácter dulce de su esposo. Cuando papá Alfonso falleció, doña Meche volvió a su estado habitual.

—Una vez intentó demandar a sus propios hijos por abandono, pero no tuvo evidencias para comprobarlo —sentenció.

A sus ochenta y siete años doña Mercedes podía padecer demencia senil, pues solía enredarse en sus recuerdos e intentaba salirse de la casa con resultados muy dramáticos. El más grande de sus hijos, un merolico de productos naturistas, le dio una medicina y doña Meche comenzó a recordar con claridad. Los pleitos por enojos del pasado comenzaron a ser más comunes.

—Mejor quítensela —dijo el hijo mayor.

Los tres hijos hospedaban a su mamá durante breves Leer más

Correspondencia

 Por Olivia Carmona Hernánez[1]

«Sin cartas la vida se rompería en pedazos»
                                              Virginia Wolf
 

Querida viandante

 

Te escribo desde un lugar no muy lejano de este espléndido globo terráqueo. Sí, a ti. Estas líneas van dirigidas a ti, escritas cálidamente desde aquí dentro, con las fibras de mi ser. 

Pero vayamos por partes, me presento: yo soy yo, una y cientos a la vez. Mis ojos vieron la luz por primera vez en una tierra agradecida, colmada de riqueza espiritual y cultural. Justo ahí, donde tenía que nacer. Un día tomé mis raíces, con ellas volé sobre aguas inquietas, para finalmente posarlas en tierra nueva. Aquí creé mi refugio y habito en él rodeada de colores bonitos y plantas. Disfruto cocinar para los demás, colmo mi hogar de libros, admiro arte, aplaudo logros, lloro ausencias, abrazo con el corazón, le sonrío al pasado y sueño a ojos abiertos.

Soy sol y luna, tempestad y quietud. ¿Cómo, tú también eres esto? Lo sé, todas lo somos, es solo que nos han enseñado a camuflarlo, a fingir que no existe. Que no existen todas esas , que también soy yo, pero todas caben en nosotras, toditas.

Esta es una de las razones por las que te escribo, para desmenuzar y transmutar un poco de todo aquelloLeer más

Agua

Por Penélope Gamboa Barahona[1]

 

Aquel día, Virginia decidió que sería “ese día” y salió muy temprano por la mañana envuelta en un gran abrigo, sin mirar las dos cartas que dejó encima de la chimenea del vestíbulo.

Pasó toda la noche en vela, mordiendo la pluma y escogiendo las palabras adecuadas. Una carta para su esposo y otra para su hermana, las dos personas que más quería en su vida y las que mejor podían entender qué sucedía dentro de su cabeza.

Por un tiempo estuvo libre de las voces y fue un alivio escucharse, repasar los sonidos de sus cuerdas vocales, tener la certeza de que los ruidos a su alrededor eran reales. Durante esta época escribió mucho, toda una mañana o toda una tarde, olvidándose de comer e ignorando los ruegos de Leonard para que descansara. No podía permitirse ni un solo minuto de descanso, sus ideas eran claras como el cielo despejado, propensas a difuminarse entre miles de pensamientos.

Entonces regresaron.

Al principio llegaron en forma de murmullos inentendibles, susurros que escuchaba muy cerca de su oreja. DespuésLeer más

El fin del viaje

Por Amaury Cobos Cruz

Abrí el libro de Carlos Castaneda mientras me dirigía a la Ciudad de México para comer unos hongos alucinógenos en Ciudad Universitaria, mi lugar favorito “de todos los tiempos” ̶ como me gusta decir ̶ . Así es, el cliché del cliché, del cliché. Empecé a hojearlo buscando un separador inexistente, entonces, fui directamente al índice donde leí: El mundo de las sombras —título de uno de sus capítulos— . Ante aquella perspectiva, opté por cerrar el libro, me puse los audífonos para escuchar un disco de Black Keys, porque tengo la manía de, en lo posible, escuchar discos completos, pero a la tercera canción me di por vencido. Busqué algún disco de Ry Cooder, tampoco me satisfizo, entonces terminé escuchando a Lou Reed mientras calculaba cómo llegar hasta C.U. cuando me bajara de la furgoneta, transporte que utilizaba con regularidad por ser más barato que el autobús. A veces funciona mejor una lista de reproducción aleatoria.

Al descender en el Periférico se me ocurrió hubiera sido mejor hacerlo antes, a la altura del Caminero y utilizar el Metrobús hasta la estación CCU. La magia de la ciudad con sus mil opciones para llegar a cualquier destino. Todo lo contrario de Cuernavaca, donde si no tienes coche sería mejor caminar, tan pequeña es, el problema son sus escarpadas calles. El subconsciente o una inveterada costumbre me hizo abordar el camión que va al metro Universidad desde Iztapalapa, mi habitual ruta cuando asistía a la Universidad.

Después de pasar frente a la ENAH —recordé sus tremendas fiestas— , la pirámide de Cuicuilco, dar un rodeoLeer más

Paloma

Por Mariela Tapia Rabelo[1]                                                                       

«Necesitamos liberar espacio», me dice mientras apila un par de cajas. «¿Te parece bien pintarlo de blanco?» agrega. «Estas son más pesadas, ¿puedes moverlas aquí?»

Abro la primera caja y encuentro mi antigua máquina de escribir. No recordaba que las teclas A, F y X estuvieran dañadas. En la siguiente caja, encuentro cuadernillos y notas sueltas, incluyendo una muy especial. No reconozco mi propia letra. El viento seco entra, azotando las persianas que cuelgan a mitad del enorme ventanal. La nota se desliza de mis dedos y se va con él.

Mi vientre inmenso tapa mis pies, mis piernas. Estoy temblando. Si le digo que no quiero este hijo, me mirará con compasión: «toda madre quiere a sus hijos» me dirá sonriendo. Pero yo no lo quiero. Él calcula dónde irá la cuna y la cómoda, acaricia mi vientre, besa mi frente y continúa con su tarea. En sus ojos hay un destello cálido. Pronto va a anochecer, así que salgo.

Las primeras hojas están cayendo: amarillas, rojizas, ocre. Me reconforta el sonido al pisarlas. El viento revuelve mi cabello y trato de cubrirme, pero ya nada cierra. Busco el encendedor en el bolsillo de mi chaqueta y está frío. Unas niñas juegan a espantar palomas en la acera de enfrente. Recuerdo a mi abuela, con su mandil floreado y el olor a ajo. Un par de veces la vi matar palomas mientras ella cantaba observando el atardecer desde la azotea. Cucu,Leer más

¿Qué hay de nuevo en el nuevo boom?

Las mujeres redefiniendo el canon literario

 

Por Enrique Martínez[1]

Por su novela Distancia de rescate, en 2017, la argentina Samanta Schweblin se colocó entre las finalistas del prestigioso Man Booker International Prize. Desde entonces, la prensa y crítica literarias comenzaron a voltear hacia América Latina. Lo cierto es que, de unos años para acá, la literatura de la región, principalmente la escrita por mujeres, ha sido ampliamente consumida en todo el mundo y no deja de recibir elogios por su innovador estilo. Es esa combinación entre frescura y éxito de ventas lo que ha llevado a ciertas personas a calificar este momento de un nuevo boom latinoamericano. Por ello, en este artículo me pregunto hasta qué punto una afirmación de este tipo constituye una exageración, intentando esclarecer, a su vez, qué hay de nuevo en este movimiento.

No se puede hablar de lo nuevo sin remitirnos a lo viejo, por lo que las primeras líneas de este ensayo exigen detenernos en la referencia obligada: el boom latinoamericano. A veces considerado como corriente literaria, otras veces como mera estrategia de marketing, el boom siempre ha sido un fenómeno confuso. Sin embargo, a pesar del casi nulo consenso en torno a su definición y características, sí existen puntos en común a la hora de abordarlo.

En primer lugar, el boom fue una explosión en el sentido más literal del término. Antes de la década de 1960,Leer más

La rutina interrumpida

Por Paula Guillén[1]

Solo las personas que creen en los augurios pudieron haber previsto lo que ocurriría ese día.

Hanna se levantó 30 minutos más tarde de lo habitual, de manera que, por primera vez en siete años, no le dio tiempo de maquillarse (mucho menos de hacerse su habitual eye cat). Durante el desayuno, notó un extraño sabor amargo en su avena con leche de almendras, plátano y fresas, así que decidió agregarle un poco de endulzante.

De camino al trabajo, en el transporte, comenzó a sentir un leve, pero persistente dolor en el pecho. Lo atribuyó a la presión que ejercían sobre ella las decenas de personas con las que compartía el vagón del metro de la línea 9 con dirección a Tacubaya.

Pasaron dos o tres horas de su jornada laboral y el dolor persistía. Sin embargo, ella no dejabaLeer más

Óscar Páez | Minificción

Óscar Páez (Huatusco, Veracruz, México, 1993). Cursa la Lic. En Psicología. Estudió creación literaria. Finalista del premio de poesía Francisco Javier Estrada 2022 y el premio de poesía emergente Antonio Alatorre 2022. Autor de los libros Los Castigados (Híbrido, 2018); Armario de Brevedades (Minificción, 2020); Plegarías al espíritu extraviado (Poesía, 2021); De estos poemas crecerá mi casa (Ediciones Ave Azul, 2021). A colaborado en revistas como, Granuja, Tlacuache, Perro Negro de la calle, Triada Primate, Casa Bukowski, Campos de pluma, Enchiridion, Bitácora de vuelos, Periódico Poético, Poetomanos, Poetripiados y en algunos periódicos locales.

 

 

El ahogado

Un pescador soñó que se convertía en ola.

 

 

Intento de vuelo

Juan volvió a golpear a Lucía en un arranque de cólera y le prometió, como otras veces, no volverlo hacer. Lucía ya estaba harta de la forma en que él la trataba, incluso de su absurda obsesión con las aves y los objetos voladores. Juan no tuvo tiempo de agarrarse de nada, los vidrios salieron volando a los lados, era obvio que al caer de un quinto piso no sobrevivirá. Cuando la policía llegó a la escena del accidente, le preguntaron a Lucía qué fue lo que pasó, ella en un tono muy natural, y sin pensarlo respondió: De seguro otra vez intentó Leer más

Valentina

Por Yolanda González Muciño

A mis hijas: Cynthia y Libertad

 

Ya mero está el café, le puse canela, como te gusta.

Durante doce añadas luché en los agarrones a tu lado. ¿Te acuerdas? Ya han pasado cuarenta y uno. ¡Aaah, y siempre estás en mi recordación! ¡Aunque sufrí los infiernos contigo, era feliz! Sí, a’nque eras un cabrón, yo te quería harto. ¡Si me hubieras hecho caso…! ¿Recuerdas al Palemón? Ese campesino rete risueño que nomás enseñaba el diente, y se unió al general Grabiel Leiva, nomás por andar enamorado de mí. Y de la canción tan bonita que me inventó, y así con hartas ganas me la cantaba: “Valentina, Valentina yo te quisiera decir…” A ti te hervía la sangre, yo no sé pa’qué se lo chingaron.

¿Sabes? Las mujeres no teníamos permiso pa’que nos cantaran, ni pa’ nada. Jue hasta que animosas comenzamos a vestirnos con las ropas abujereadas de los soldados que caían en batalla, y así nos avaloraban un poquito. Yo cambiaba mis faldas de percal, todas deshilachadas, por la ropa del que ya estaba dijunto. Antes de encuerar al muertito, me persinaba y le pedía a Dios y a la virgencita de Guadalupe por él. Lo desvestía rápido, la cara me sudaba y mis acongojados pies hasta la tierra rasguñaban. Me ponía las levitas manchadas de rojo y los pantalones también, nomás que los arremangaba. Y a’n que los trapos jedían a hombre y a sangre, ¡me sentía como toda una soldada! Luego, les quitaba las botas y parecía que los muertitos las agarraban con las uñas. ¡Porque me costaba un chingo sacárselas de las tiesas patas que jedían! Yo y mis compañeras nos reíamos harto porque me quedaban rete grandotas y caminaba como espinada. Hasta rechinaban las diantres botas. Tú también te burlabas de mí y de todas. ¿Qué ya se te olvidó que hasta tú te vestías de mujer pa’ poder jullir? ¿TeLeer más

Desirée

Por Eduardo Alcalá López

Ves un anuncio en el periódico de ayer: “Se solicita niñera que tenga conocimientos de psicología, un día a la semana durante 1 mes, los jueves de 7 de la noche a 7 de la mañana. Incluye cena”. La paga es buena y viene un número telefónico, abajo dice “No llame, mande mensaje por Whatsapp”. Relees el mensaje y dudas un segundo. Quizás es muy bueno para ser verdad. Quizás alguien ya ocupó el puesto. Haces unas rápidas cuentas mentales y te percatas que ese dinero te basta para completar el presupuesto de gastos para tu viaje a Alemania que has planeado por años. No lo piensas más y mandas el mensaje.

Revisas los detalles antes de confirmar que tomarás el trabajo. Tendrás que cuidar a una niña de 7 años con algunos problemas de comunicación: tu especialidad. Además, te ofrece un bono si llegas puntual a la hora, ni un segundo antes, ni un segundo después. Sabes que podrás cumplir sin problemas y te imaginas dándote algún pequeño lujo durante tu viaje con ese excedente. Confirmas y la señora, asumes que es una mujer con quién has intercambiado mensajes, te responde con una ubicación. El siguiente mensaje te inquieta “Me llamo Dolores, cuando llegues no toques el timbre del edificio, sube directo al piso 3-303. No me digas tu nombre. Nos vemos el jueves”.

Estacionas tu auto en la acera frente a un edificio que no recordabas que existía a pesar de ser una zona por la que sueles transitar. No sabes si realmente es tan viejo o sólo está descuidado y la hora de la tarde lo hace ver peor. Tardas un instante en bajar de tu auto, pero recuerdas la puntualidad. Levantas la mirada al cruzar la calle y buscasLeer más