Por Sandra Carolina Jiménez Pedroza[1]
Luego de años de trabajo, soledad y estrés, Joaquín por fin estaba de vuelta en México con su familia, quienes desde su regreso lo acompañaban a cada minuto. Hecho que agradeció durante el primer mes, sin embargo, ahora la falta de silencio le parecía inquietante, por no decir molesta.
— ¿A dónde vas mijo? —inquirió su madre, Inocencia, mientras doblaba la ropa.
—A dar una vuelta, quiero ver cómo se ve todo.
—Ay no, ¿para qué? —preguntó ella. —Todo se ve igual de espantoso, mejor ve y báñate que en un rato ya vienen los demás.
Evitando una mueca de irritación, Joaquín insistió:
—Pues sí, pero tengo curiosidad y me la paso todo el tiempo encerrado.
—Encerrado no, relajado —afirmó su madre. —Aparte, todos vienen a verte porque quieren estar contigo, papito. Hace mucho que no te ven, pero si tanto te molesta puedo hablarles para que ya no vengan y te quedes solo allá fuera, ¿eso quieres?
—No.
—Bueno, entonces, termina de doblar la ropa en lo que voy a la tienda por el refresco. —concluyó la mujerLeer más