Regadera

Por Zaira Moreno[1]

La única manera de parar el tiempo es con la muerte. Observo las caras de hastío y cansancio de los pasajeros, los hombros caídos y manos manchadas de pintura blanca. El tráfico eterno y coches que zigzaguean entre carriles. Pienso en detener el tiempo para llegar puntual a mi trabajo. Recuerdo las historias de mi abuela materna cuando me decía que, si uno muere, para el tiempo. A pesar de aún tener una presencia corpórea, lo demás desaparece. Poner pausa como en el control remoto. Tachar una tarea recién hecha, dar vuelta al siguiente mes en el calendario o la graduación de la escuela primaria. Los árboles siguen, el tren que se inunda con cada tormenta, sigue. La señora del puesto de tacos de canasta, sigue; mientras que tú ya no estás más. Detienes el tiempo que transcurría en tu interior. 

 

Veinte minutos después de mi hora oficial de entrada, avanzo hacia la computadora con la pantalla parpadeante. SacudoLeer más

La Máquina de Turing

Por Victoria Cáceres[1]

Era una tarde tranquila, como todas. Josefina leía sentada en su sillón floreado, en su sala de estar con muebles estilo inglés, en su casa con jardín, en los suburbios. 

Cada tanto levantaba la vista y miraba a través del ventanal que daba al patio posterior. Por encima de los canteros de flores se levantaba una construcción a medio terminar. A Josefina se le ocurrió que empezaba a parecerse a un mausoleo. 

Antes de retomar su lectura, sonó el teléfono. Estiró la mano para alcanzarlo, sobre la mesita ratona cubierta de adornos simétricamente dispuestos. Era su vecina Jimena. Había tenido un día agitado y acordaron tomar el té juntas.

Josefina bostezó, recorrió la sala inspeccionando que todo estuviera en orden, y fue a la cocina a preparar café y tostadas. Justo cuando recuperaba su puesto en el sofá llegó Jimena. 

Morena y vivaz, parloteaba tras Josefina mientras llevaba la bandeja a la sala. Se instalaroLeer más

Perder el tiempo

Por Elive Peña

 

El cielo en la ciudad se impone completamente abierto y de un celeste intenso que solo se logra los meses al final de la primavera y comienzos del verano. No hay ninguna nube, tan libre, inmenso y eterno. Mi mente a veces se encuentra así de libre. Sin embargo un cielo como éste solo es posible con el suficiente viento. Tantísimo, que se lleva todas las nubes y nos regala este azul y ¿por qué hay tanto viento todo los días? Es el calor, la tierra está caliente, caliente, caliente. El viento sopla en un intento por enfriarla ¿cómo dejamos que esto pasara? ¿Por qué hemos llevado este mundo a tal sufrimiento? El sufrimiento no es más que nuestro.

 

Me parece increíble las palabras que brotan en mi oído, el sonido de esa voz ¿Hace cuánto que el viento comenzó? Nadie está seguro ahora, sé que hace mucho no puedo ver un cielo como esos. El gris en la bóveda es bastante aburrido ¿Qué hago cuando estoy aburrida? Debería dejar de pensar en eso, el trabajo ha sido demasiado monótono, al menos hasta que topé con este archivo. Más tarde debo revisar la vegetación y mi pequeño felino ¿dónde habré dejado sus bocadillos?

El pasado a veces es muy pesado de cargar, necesito tomarme un tiempo para no pensar más en el trabajo. Es bueno si le escribo a Ilva para nadar en la sección 14 en unas horas. El líquido apacigua el torbellino de pensamientos y la ansiedad por las tareas pendientes, me permite fluir hacia lugares que necesito.

¿Con qué soñaba esa voz en el reproductor? ¿Cómo se veía a través de sus ojos? ¿Qué Leer más

El espejismo del tiempo

Por María del Rosario Lara[1]

El tiempo debería medirse a partir de las emociones y no cronológicamente. Los números no dicen nada, pues permanecen indiferentes ante el suceso de la vida.

Me corrijo y ahora digo: el tiempo no existe. Es la vida misma la que crea la ilusión de su existencia. Los cambios recurrentes de la naturaleza nos regalan la falsa certidumbre de que el tiempo a todos nos acuna en su homogéneo transcurrir. Y, ¿las emociones?

Nuestras emociones son olas que revolotean sobre el mar extenso de la vida. A veces, se elevan furiosas; parece como si rivalizaran con las montañas en su afán por aproximarse al cielo.

En otras ocasiones, la duda las transforma en sencillas ondulaciones sobre la superficie lisa del océano, y permanecen ahí, quietecitas, hasta encontrar las respuestas que les insuflen la necesaria energía ya sea Leer más

Provocación

Por Gaba Romualdo[1]

Después de dos largas semanas era hoy o nunca. El valor que Alina necesitaba para correr a buscar a Claudia lo encontró en un bar mientras miraba sus fotos guardadas en la galería del celular. No puede evitar fotografiarla desde que comenzaron a salir, parece fanática suya, capturando fotografías de todo lo que hace. Lleva meses coleccionando sus gestos, de cuando come, cuando ríe, si está durmiendo o frente a ella momentos antes de darle un beso. Le parece la criatura más hermosa. Lo último que miró antes de pagar la cuenta fue un video en boomerang de Claudia el día de su cumpleaños. Estaba sentada en una pequeña mesa de cafetería abriendo sus regalos, rodeada de flores, con un osito de peluche en la mano, sonriendo, tan bella y absoluta. Imaginó un mundo vacío de ella, no lo pudo soportar. Moría por besar sus labios una vez más. La quiere demasiado, y eso a Claudia le da una risita y una ternura.

Cuando abrió la puerta la encontró en penumbras, observaba la ciudad desde su habitación espaciosa con balcón y vista panorámica, rodeada por pocos muebles y adornos que siempre lucen impecables, como ella. No se le mueve ni un pelo, parece que a Claudia ni el viento la toca, huele tan bien, se ve perfecta, como un maniquí de aparador cuidadosamente vestido. Las pequeñas lucecitas de las casas, de los autos moviéndose por la avenida, y los anuncios luminosos de los comercios parecían tenerla hipnotizada, ni se sobresaltó cuando la puerta se abrió sorpresivamente, parece que ya estaba esperando a Alina. Tardó en darse la vuelta para encontrarse cara a cara, para su gusto tardó demasiado en venir a buscarla. Si hay algo que a Claudia le gusta es que le demuestren interés, sin embargo, que Alina se haya tardado solo le da un cartucho más para quemar en su contra, y reclamarle al borde del llanto lo poco que le importó esta vez arreglar sus problemas. Quedaba perfecto para que Alina tuviera que responder un poco irritada reclamando la falta de compromiso de Claudia con su relación. Fuera de ellas dos, nadie sabe que son pareja, ni siquiera lo sospechan.

  —Te ofendes tan fácil, Alina. Lo único que pido es que disfrutemos el presente. A punto de perder la Leer más

Desaparecida

Por Laura V.  Medel[1]

 

Después de un tiempo prolongado he logrado mimetizarme, casi por completo, con el sustrato del suelo. Mi masa se ha degradado tanto, que la poca ropa que me cobija ya no me embona más. Me volví el alimento favorito del puñado de plantas que ya existían, pero también he ayudado a que nuevas logren brotar. Es lo único visible que queda de mí, allá arriba, pero por desgracia, y por ahora, no hay quienes lo puedan admirar.

Me he acostumbrado a la quietud del sitio. Son pocos los animales que suelen esta área visitar. Por las mañanas el cantar de los pájaros, esparciéndose entre las copas de los dispersos árboles, mejoran un poco el ambiente casi desértico de este lugar.

Accedo a la forma extraña de conciencia que ahora poseo, e intento recapitular. ¿Cómo es que he llegado hasta acá?, me pregunto. La única respuesta que hallo es que es difuso lo que logro recordar.  Aunque sospecho, Leer más

El conejo que era escritor de fábulas

Por Diana Vera*

 

Los que pueden actúan; los que no pueden,

y sufren por ello, escriben.

WILLIAM FAULKNER

 

Cásate. Si obtienes una buena mujer, serás feliz. 

Si obtienes una mujer mala, serás filósofo.

SÓCRATES

 

 

Había una vez un conejo que era un respetado escritor. A pesar de vivir exiliado, soñaba con tristeza la libertad que su país no podía alcanzar. Un día su esposa, cansada de las fiestas y borracheras del conejo, decidió pedirle poner fin a ese estilo de vida, pues ella quería un hogar común para sus hijos. El conejo, a pesar de amarla, se negó de manera rotunda.

Años después, en una reunión con sus amigos alabaron Leer más

Cara de pan, el mote de una historia necesaria

Por Octavio Castillo Quesada[1]

La vida en sociedad a veces también nos hace sentir un poco frágiles. En ese sentido, Sara Mesa propone una historia donde sus protagonistas encienden alarmas y luego nos tranquilizan con el ruido.

‹‹Cara de pan›› es un relato muy bien escrito. Se lee fácil, no hay agujeros en su redacción, o al menos no son visibles. Si bien la progresión puede resultar un poco lenta, el argumento envuelve al lector con su invocación al daño. Creo que ese es su principal mérito, que nunca cae en el agujero de lo esperado, sino que salta constantemente, ‹‹casi›› logra disimular evitarlo (y también de forma literal).

El espacio donde se desarrolla la obra transmite calma, sin llegar a convencer al lector de ‹‹bajar la guardia››. Sus personajes están muy bien construidos. El juego con los nombres, la apariencia, la edificación de sus personalidades se realiza con cuidado.

El encuentro de una adolescente llena de complejos que se enfrenta al silencio yLeer más

La Quitapenas

Por Juan Fernando Batres Barrios[1]

Esta vez les contaré la historia de Yamil[2], una hermosa y pequeñita muñequita quitapenas. Estas son unas muñequitas minúsculas que, según la tradición guatemalteca originada en el altiplano chapín, se llevan las preocupaciones y pesares de los niños al ponerlas debajo de sus almohadas por las noches.

Yamil es una bella muñequita vestida con un diminuto güipil blanco con el cuello de muchos colores y una falda o corte, como se les llama a las faldas tradicionales en Guatemala, lleno de colores y detalles hermosos. Era la mejor amiga de su niña, en realidad siempre estaban juntas, eran inseparables. Yamil era muy feliz estando siempre en el bolsillo de su amiga María, aunque eso no era lo normal con los Quitapenas que se conservaban siempre debajo de las almohadas de los chicos.

No me malentiendan, Yamil era la Quitapenas de María, no era un juguete, es solo que la amable niña siempre quería tenerle cerca, no es que “jugara” con ella como si fuera una muñeca cualquiera, en realidad eran amigas…

En un paseo que organizó la familia, fueron a conocer un lugar espectacular, era un bosque nuboso de los que hay en Guatemala, un lugar lleno de bellas orquídeas y muchos animales salvajes y si se tiene suerte se puede ver a un ave muy especial, el Quetzal, ave símbolo de la nación. Caminó toda la familia por un tiempo a través del frondoso bosque, se alojaron en una pequeña cabaña para pasar la noche, María agarró muy fuerte a Yamil esa noche, le contó todo lo que le pasaba por su mente, no solo sus preocupaciones, todo, hasta que se quedó dormida.

Al día siguiente, la familia se ha levantado casi al amanecer, han puesto agua al fuego para preparar café y hacen el desayuno. María se levanta rápidamente para ayudar a su mamá, va a la parte de atrás de la cabaña por unos leños para el fuego y sin darse cuenta deja caer a Yamil en algunos arbustos que estaban junto a la cabaña. Yamil, aún medio dormida, en realidad no se dio cuenta de mucho y no pudo sujetarse de las ropas de María, es una tragedia. Como Yamil es una muñeca Quitapenas en realidad no puede hablar ni moverse a voluntad, pero parecía verseLeer más

Cachitos

Por Carla Castro[1]

 

Cuando era niña, mamá inventó un conjuro contra mis miedos.

Ella se ponía de pie frente a mí, juntaba mis manos como en forma de cuchara y me hacía cerrar los ojos. Ahí en mis manos me espolvoreaba algunos cachitos de confianza, otros de sabiduría y polvitos antimiedos color turquesa.

Cuando cerraba las manos, los cachitos despertaban y me corrían por todo el cuerpo.

Los cachitos de confianza se me subían corriendo a la cabeza, los polvitos antimiedos se me quedaban en las manos y las pintaban turquesa para que no sudaran tanto y los de sabiduría se me repartían entre el corazón y la cabeza.

Desde esos años guardé algunos por si algún día me hacían falta.

Hoy, aquí sentada en el hospital junto a mamá, le he puesto algunos cachitos que aún me quedaban.

 

Cántaro

El oxígeno conectado sonaba como un cántaro de respiros.

Cerramos los ojos y olvidamos que estábamos en la habitación de un hospital. Imaginamos que era Leer más