Por Ciro Casique Silva[1]
El libro del Génesis[2] nos habla de los “orígenes” de la humanidad, el universo, la vida, el bien, el mal, la muerte, etc. Nos cuenta, supuestamente, el origen del todo. En él, se exponen claramente los mandatos del Dios que “ha determinado por milenios” cuáles serían las características de una “buena y/o mala” sexualidad a practicar entre los hombres y mujeres hebreas, particularmente. Entiéndase bien, entre los hombres y mujeres, quiero resaltar.
Intentaré hacer, pues, una brevísima revisión de ciertas consideraciones construidas a partir del supuesto relato yahvista, como designios de “El Creador”. Para ello, podríamos empezar por recordar lo que nos dice el libro de la Biblia (Génesis 1:26-27 Versión en línea):
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Analizando un poco la descripción del texto y el propósito de ese “Dios” hebreo, está claro que el objetivo de la sexualidad entre un hombre y una mujer —porque es la única forma de asociarse erótica y afectivamente descrita aquí—, como orden divina, juega un papel muy importante también como garantía de la hegemonía y la reproducción del pueblo hebreo, además de cumplir el rol de plan de extensión y designio del dominio de la providencia divina. Leer más