Por Norma Sofía Rivera Padilla[1]
Desde el inicio de la teoría política, los pensadores han estudiado cómo debería ser la relación entre las personas, la sociedad y el Estado. El objetivo siempre ha sido alcanzar el Estado ideal en el que los hombres puedan vivir libremente y alcanzar el bien común. El ideal estatal varía dependiendo de la época y el autor analizados. Sin embargo, hasta antes del siglo XVIII había existido cierto consenso en considerar las emociones como un impedimento para lograr la convivencia armónica y estable entre los individuos ya que controlan a los hombres y los alejan de la racionalidad. Es decir, las emociones y las pasiones eran consideradas un obstáculo para la búsqueda del bien común y la comunidad política. Por esta razón, para la mayoría de los filósofos clásicos, la virtud sólo es alcanzable cuando los hombres dominan sus apetitos. Sin embargo, algo tan natural como los afectos no debería ser un impedimento para la vida en sociedad ni para el Estado. Un filósofo de la ilustración que cambió el paradigma de cómo es el hombre y cómo debería ser estudiado fue Baruch Spinoza. Este filósofo neerlandés reconoce que los afectos son naturales en el ser humano y por ello nunca desaparecerán. En otras palabras, el hombre por naturaleza tiene sentimientos Leer más