Por Miguel Angel Maldonado Zamora[1]
Desperté y lo primero que vi fueron varias llamadas perdidas. Después, varios mensajes, y de entre todos uno breve, directo y por un momento absurdo: “Se cayó el metro”, así, no más. “¿Cómo que se cayó el metro?”, me pregunté, pero al paso de las horas todo fue cobrando sentido.
Yo vivo entre las estaciones del metro Tezonco y Olivos, a unos quince minutos del accidente, así que las imágenes de medios de comunicación no me parecieron tan impactantes como la realidad. Y esta realidad no se limitaba al accidente mismo (la viga, el auto aplastado, el metro partido), se extendía al ambiente denso, pesado, los rostros de las personas en los que se dibujaba asombro, tristeza, frustración, enojo, quizá horror.
El sitio se convirtió en una especia de centro de gravedad Leer más