Por Sergio E. Cerecedo
Hace poco más de diez años, cada nuevo trabajo de Jean Pierre Jeunet representaba escenarios elaborados y plenos de detalles —mucho tiempo pujó por ser quien adaptara “Life of Pi” que finalmente acabó dirigiendo Ang Lee—, después de algunos cortometrajes estrafalarios y que ya daban a notar la influencia de ambos por el cine y la televisión hechos con dibujos animados, saltaron al largometraje con una ópera prima trascendente, divertida e inesperada que, si le rascamos a las influencias, encuentra su brote en las fantasías más divagadas de Terry Gilliam, y pese a que últimamente anda bastante perdido y más en pos de trabajos de encargo —ya no se diga de su co-director Marc Caro que solo ha dirigido un largo en solitario—, estamos aún con esperanza de ver algo nuevo y brillante como ésta película inclasificable que vio la luz hace 30 años y que tan influyente ha sido en otr@s director@s que quieren balancear la risa con lo macabro.
Situando el inicio de su película en una situación de postguerra o postapocalipsis que mucho debe visualmente al final de la segunda guerra mundial, se nos muestra el intento de huida de un individuo escondido entre la basura, un polizón que se quiere salvar de ser asesinado y finalmente no puede. Posteriormente, vemos a un carnicero repartiendo carne a cambio de semillas —deducimos que el dinero ya no es válido—, obviando de dónde ha venido su mercancía. El carnicero Clapet posee un edificio y en cierta manera también la aburrida vida de sus variopintos y excéntricos inquilinos alimentándolos de forma caníbal e inclemente. En medio de todo esto, llega Louison, un ex payaso decepcionado de las andanzas de la vida y con un luto peculiar que llega a ocupar el lugarLeer más