Retóricas del dolor: el exceso de imágenes y la crisis del mirar moderno

Imagen de Enrique Metinides

Por Xicotencatl Servin

Cada persona que muere

Es un pedazo del mundo que muere

Sebastiáo Salgado

Hemos presenciado en los últimos meses noticias terribles enfocadas en la crueldad y la miseria humana. Casos como los de Ingrid Escamilla o la pequeña Fátima son muestra de la degradación social que vive nuestro país. Degradación que nos está consumiendo. Pero, sobre todo, tiene que ver con la exacerbación tanto de un sistema de misoginia y machismo que oscurece nuestro entorno, como de la expresión de la violencia histórica que han sufrido a lo largo de tanto tiempo las mujeres.

Sin embardo, algo todavía aún más lamentable fue la ola de morbo que surgió en torno a las imágenes propagadas por algunos medios periodísticos y por usuarios de los medios digitales.

Cada mañana, al caminar por la ciudad, es inevitable tropezarse con imágenes realmente grotescas y burdas de violencia y crueldad, imágenes que por lo regular van acompañadas de un texto “llamativo” y mediocre que la describe. Esta clase de imagen, cada vez más explicita y burda, evidentemente está dirigida a un tipo de receptor en específico; está dirigidas a una sociedad del espectáculo.

En este tipo de contenidos no se cuida en ningún sentido el carácter sensible ni de la imagen ni de los espectadores, ni mucho menos se tiene en cuenta el mínimo respeto por la víctima. La única finalidad, de cierta manera, es llamar la atención, entretener, vender. Se caracterizan por presentar lo grotesco, lo burdo de la realidad, por capturar una tragedia o un suceso desagradable y mostrarlo sin otorgarle lenguaje sensible alguno. La sangre y la crueldad son la principal retórica de estos contenidos. Las imágenes explícitas de los periódicos, entonces, lucran con la crueldad y la violencia, mismas que en una sociedad del espectáculo se vuelven objetos de consumo y entretenimiento.

Aunado a esto, en la era digital, el consumo y la producción de imágenes de este carácter crece desbordantemente, así, el medio digital explota a mayor nivel la exhibición de la crueldad, generando un hiperconsumo y una hiperproducción de imágenes y contenidos violentos. En estos nuevos soportes, la crueldad y la violencia quedan sometidas al exceso. En tanto, el exceso provoca indiferencia, adormece la capacidad para sentir el dolor de los otros, anula la compasión. Mucho de lo mismo simplemente normaliza a un grado extremo lo que de anormal tiene la crueldad humana.

El exceso de imágenes que se presentan a diario en los medios de información cancela, de cierto modo, todo tipo de sublimación de la sensibilidad. Hablamos, más específicamente, de que en la “catarsis moderna” se cancela todo tipo de sublimación a causa de la exposición masiva de contenidos violentos. En este sentido, la cantidad exuberante de imágenes es lo que en realidad provoca una pérdida total de la sensibilidad humana y lo que, al mismo tiempo, alimenta el gusto y el placer de una sociedad del consumo y del espectáculo.

Michela Marzano, en La muerte como espectáculo (2010), identifica un doble fracaso de la catarsis moderna: “el fracaso de la mirada, enturbiada por la violencia difusa, extrema y confusa; y el fracaso del pensamiento por la ausencia deliberada de todo elemento susceptible de hacer posible la sublimación de las emociones.” Es así como podemos identificar que una de las principales causas del fracaso de la “catarsis moderna” es el torrente masivo de imágenes, lo que oscurece al mismo tiempo la claridad sensible del hombre. Lo que quiero decir, concretamente, es que la gran cantidad de imágenes en los medios masivos de información enturbian la capacidad humana para sentir el dolor del otro: es el exceso y no la imagen, propiamente, lo que debilita y corrompe la sensibilidad y la compasión humana.

En sus Meditaciones, el filósofo romano Marco Aurelio hacía referencia a un tipo de “mirar” que denominaba “mirada sana”, a lo que, según él, debía de contemplar todo lo visible sin limitarse a mirar solamente lo agradable.[1] En este sentido, una mirada plena o completa de la vida incluye tanto lo agradable como lo desagradable de ésta. La “mirada sana” de la que nos habla Marco Aurélio tiene como única finalidad e intención observar lo desagradable o doloroso para contemplar la vida en su plenitud, es decir, para el estoico la vida se comprende tanto de momentos agradables como desagradables, y, por lo tanto, de imágenes que muestran lo agradable de la vida, así como imágenes que muestran lo contrario.

Sin embargo, hoy nos encontramos demasiado lejos de una “mirada sana”, nuestro mirar está más enfermo que nunca. Miramos la crueldad como un objeto más de consumo de información, como un simple entretenimiento. El exceso de estos contenidos enferma nuestro mirar, nos convierte en una sociedad del espectáculo la cual solamente busca consumir todo tipo de imágenes con el único afán de satisfacer sus deseos morbosos, nos convierte en una sociedad que no genera ningún tipo de reflexión ni conciencia ante el sufrimiento, una sociedad que se encuentra aturdida de imágenes de violencia y crueldad y que ha perdido la capacidad de la sensibilidad ante el sufrimiento de los otros, una sociedad adormecida, aturdida, que solamente genera indignación y nada de acción.

Si bien, como apunta Susan Sontag en su texto Ante el dolor de los demás: “[d]esde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte”[2], hoy podemos identificar esta exacerbación tremenda de la propagación y viralización de imágenes y contenidos que sirven solamente para alimentar la mirada morbosa y voyerista de las personas. No sólo hemos perdido la capacidad de una mirada sana, estamos tan acostumbrados a la violencia y la crueldad que nos parece baladí exponer y propagar el sufrimiento. La consecuencia más grave es que con la pérdida de una mirada sana, se pierde también el respeto y la dignificación ante la muerte del otro.

En ese sentido, hasta que no seamos capaces de dar un paso atrás y entender el dolor de los demás dejaremos de contribuir a esta viralización de la morbosidad, dejaremos de alimentar a esta bestia que se nutre de nuestros propios deseos. La mirada ante el dolor ajeno es una puerta posible para la sensibilidad humana, pero tenemos que aprender a mirar, a ponernos en los zapatos del otro, a sentir la muerte ajena como parte de nuestra propia vida.

El “mirar” puede tender tanto al mero voyerismo o morbo como a la parte más sutil y sensible de una imagen, tiene estas dos posibilidades que responden simplemente a un tipo de sensibilidad configurada socialmente, y que tiende a asimilar el dolor y el sufrimiento de una determinada manera.

Solamente ante el reconocimiento del dolor de los otros es que es posible sentir emociones como la empatía o la compasión, y solamente a partir de estas emociones es que se hace posible actuar ante ese dolor. Evidentemente, la contemplación y el reconocimiento del otro no es lo único que influye en el poder de acción de los hombres, pero sí es el detonante para la acción. Sólo reconociendo el sufrimiento del otro e interiorizándolo, reconociéndolo como propio, haciéndolo parte de sí mismo en tanto posibilidad abierta para mi propio sufrimiento es que se abre el campo de la reflexión y la acción humana.

No debemos olvidar tampoco el poder que tienen las imágenes. Las fotografías documentales, por ejemplo, con un alto grado de sensibilidad, tienen un poder tremendo para la reflexión y los cambios sociales, una imagen puede comenzar una revolución, puede abrir lo más humano del humano, es decir, su capacidad para la alteridad ante el sufrimiento de los demás.

Evidentemente, en una sociedad que prefiere el espectáculo, que se encuentra sometida ante los imperativos del consumo, parece escasa, casi nula la posibilidad para abrir estas dimensiones de lo humano. Es importante también comenzar a pensar sobre los límites de la libertad de expresión en los nuevos medios digitales, así como en las implicaciones que tiene el excesivo consumo y producción de imágenes que circulan libremente en estos medios, pues el embotamiento de éstas no ayuda a generar ninguna reflexión, por el contrario, cancela de cierta manera toda posibilidad para sentir empatía. Las vísceras expuestas no son condición de posibilidad alguna para la sensibilidad humana, sino que solo despiertan emociones y sentimientos como repulsión y angustia, que invitan a apartar la vista, en el mejor de los casos, y a alimentar el placer vulgar de la mirada. No presuponen ninguna “mirada sana”, por el contrario, la enferman, y con esto, a nuestra sensibilidad.

Por último, me parece necesario tener consciencia de que aquellas imágenes son tan sólo fragmentos e instantes de una realidad que se viene tejiendo a lo largo de la historia. Una imagen no es sino sólo una pequeña parte de esa realidad que es mucho más aterradora y cruel. Una imagen es “solamente” una ventana abierta a una realidad que nos debería invitar a pasar de una simple mirada pasiva y morbosa a una mirada sana, activa y crítica.

Bibliografía

  • Marco Aurelio, Meditaciones, Traducción: Ramón Bach Pellicer, Ed. Gredos, Madrid, 1977.
  • Marzano, Michela, La muerte como espectáculo, Traducción: Nuria Viver Barri, Ed. Tusquets, México, 2010.
  • Sontag Susan, Ante el dolor de los demás, Traducción: Aurelio Major, Ed. Santillana, Madrid, 2004.

«Xicoténcatl Servin es licenciado en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus principales líneas de investigación se encuentran los problemas contemporáneos de ética, la filosofía de la cultura, filosofía política y el pensamiento de Friedrich Nietzsche. Algunos de sus intereses prácticos y filosóficos se avocan a la filosofía oriental, en específico al pensamiento budista y taoísta. Ha escrito en algunas revistas universitarias y libros en conjunto, así como en algunas antologías poéticas.”

  1. Marco Aurelio, Meditaciones, Libro X, Cap. XXXV.
  2. Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, Trad. Aurelio Major, Ed. Santillana, Madrid, 2004. Pág. 15

 

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