Entre el trabajo y la libertad dentro de las dinámicas de explotación del capital
Por Juan M. Fernández Chico[1]
Introducción: El Tiempo como Campo de Batalla en el Capitalismo
En este artículo, quiero explorar cómo el capitalismo no solo organiza nuestro trabajo, sino también manipula el tiempo en el que vivimos. A través de esta red invisible, las estructuras capitalistas afectan no solo la economía, sino nuestras relaciones sociales y, lo que es aún más profundo, nuestra experiencia personal. A lo largo de las siguientes páginas, me voy a adentrar en una serie de teorías y reflexiones que intentan entender este fenómeno. Más importante aún, quiero encontrar una salida a este laberinto que hemos construido entre trabajo, tiempo y capitalismo. La gran pregunta aquí es: ¿cómo se configura y redefine el tiempo en el capitalismo? Y aún más: ¿cómo podemos reinterpretar el concepto de «tiempo propio» como una forma de resistencia ante las demandas implacables del sistema?
El tiempo, como concepto y recurso, ha jugado un papel crucial en la organización de las sociedades, pero bajo el capitalismo, se ha convertido en una métrica de productividad. A veces parece que nuestra vida está medida en bloques de tiempo que sirven para generar valor, ya sea en el trabajo o en el consumo. De alguna forma, la vida parece convertirse en una carrera por exprimir cada minuto. Marx, en El Capital (1867/1990), ya hablaba de esto, señalando cómo el valor de cualquier mercancía se mide por el tiempo de trabajo necesario para producirla. Este concepto se conecta directamente con la extracción de plusvalía, esa diferencia entre lo que producimos y lo que realmente nos pagan, y cómo todo este proceso alimenta la acumulación de capital.
Lo que quiero hacer en este ensayo es poner sobre la mesa algunos de los conceptos que nos ayudan a entender cómo el capitalismo manipula el tiempo, desde las ideas de pensadores que me han influido. Primero, vamos a ver qué significa vivir en un sistema que convierte cada parte de nuestra vida en tiempo de trabajo, y cómo la sociedad de consumo ha distorsionado el sentido del tiempo libre. A través de conceptos como los “trabajos de mierda” y la “sociedad del cansancio”, voy a tratar de desentrañar cómo el capitalismo va más allá de las fronteras del trabajo y nos sigue afectando incluso en nuestro descanso.
La propuesta central de este artículo es bastante sencilla: dejar de ver el tiempo como solo dos cosas: el tiempo laboral y el tiempo libre. El tiempo libre no es solo un espacio para descansar, es también un recurso del capital. En realidad, es solo otra extensión de la productividad, un momento donde el capitalismo nos permite recuperarnos para seguir siendo productivos. Y es ahí donde quiero proponer el concepto de “tiempo propio”. Este no es un tiempo intervenido por las demandas del sistema, sino un espacio que podemos usar para liberarnos de las exigencias económicas, un acto político de resistencia, donde nos reconectamos con nosotros mismos y dejamos de ser simplemente “productivos”.
A lo largo del ensayo, he decidido usar algunas ideas que han marcado mi forma de ver la vida y el tiempo. Heidegger, por ejemplo, nos habla de la autenticidad del ser. Para él, la verdadera libertad solo puede lograrse cuando nos enfrentamos a la “angustia” y somos capaces de reconocer nuestra finitud. En un sistema capitalista que constantemente nos obliga a correr y producir, el tiempo propio se convierte en un refugio para encontrar nuestra auténtica existencia. También exploro la figura del ciborg de Donna Haraway, quien sugiere que la tecnología puede ser algo más que una herramienta para aumentar nuestra productividad: puede ser una forma de liberarnos de las restricciones impuestas por el sistema. Y finalmente, Johanna Hedva, en Sick Woman Theory (2016), nos ofrece una visión diferente sobre el tiempo: la de alguien que, debido a una discapacidad crónica, encuentra en el descanso forzoso una forma de resistencia al capitalismo.
Lo que me interesa con estos conceptos es ofrecer una caja de herramientas para pensar el tiempo propio de una forma más radical y auténtica. Heidegger nos da la estructura filosófica, Haraway nos ofrece una visión del futuro, y Hedva nos lleva a la acción, al autodescubrimiento. Y con todo esto, podemos empezar a ver el tiempo no como algo que nos es impuesto, sino como una forma de resistencia y autonomía.
El Tiempo y el Capitalismo: Ideas Clave
Para comprender cómo funciona el tiempo en el capitalismo, es esencial empezar con las ideas fundamentales que nos permiten desentrañar esta relación compleja. Karl Marx, en El Capital, señala que el valor de cualquier mercancía está directamente relacionado con el tiempo de trabajo necesario para producirla. El capitalismo, según Marx, se basa en la explotación, ya que cuanto más tiempo de trabajo se le exige al trabajador, más plusvalía se genera, lo que se traduce en mayores ganancias para los dueños del capital. Este concepto se amplía con Harry Braverman, quien, en Labor and Monopoly Capital, describe cómo la división del trabajo y la mecanización han incrementado el control sobre el tiempo de los trabajadores, alienándolos aún más del producto de su trabajo.
La industrialización, como señala E. P. Thompson en Time, Work-Discipline, and Industrial Capitalism, transformó radicalmente la relación con el tiempo. En lugar de ser algo natural y flexible, el tiempo pasó a ser disciplinado y regimentado, donde cada minuto debía aprovecharse al máximo. Esta transformación no solo afectó el trabajo, sino también la vida cotidiana. Por su parte, David Harvey, en The Condition of Postmodernity, introduce el concepto de «compresión del tiempo-espacio», que refleja cómo la aceleración tecnológica y económica ha alterado nuestra percepción del tiempo, permitiendo que el capital se mueva más rápido y con mayor eficiencia.
La flexibilidad laboral, discutida por Guy Standing en The Precariat, ha generado una creciente inseguridad, con el tiempo de trabajo fragmentado y más impredecible. Esto ha dejado a muchos trabajadores en una especie de limbo, incapaces de saber cuánto trabajarán o cuándo tendrán tiempo libre. Richard Sennett, en The Corrosion of Character, expone cómo esta flexibilidad afecta también la identidad del trabajador, pues el trabajo se convierte en algo incierto y cambiante, impidiendo una identidad estable. A su vez, Arlie Hochschild, en The Second Shift, demuestra cómo las mujeres enfrentan una “doble jornada” que refuerza las estructuras capitalistas, ya que el trabajo doméstico no remunerado sigue siendo esencial para el funcionamiento del sistema.
El trabajo reproductivo no remunerado, del cual habla Silvia Federici en Caliban and the Witch, sostiene todo el sistema capitalista. Este trabajo invisible no solo es explotado, sino que es la base misma sobre la que se construye la economía. Frente a todo esto, André Gorz, en Critique of Economic Reason, sugiere que una forma de liberarnos es reduciendo el tiempo de trabajo, lo que permitiría a las personas vivir de forma más auténtica y menos atada a la productividad. Mientras tanto, autores como Juliet Schor y Shoshana Zuboff han señalado que la digitalización ha intensificado las demandas laborales, reduciendo aún más el tiempo propio y convirtiéndolo en algo cada vez más escaso.
David Graeber, en Bullshit Jobs, ofrece una perspectiva crítica al señalar que muchos trabajos modernos son inútiles, perpetuando una forma de control social y explotación, ya que estos trabajos no solo son insatisfactorios, sino que mantienen a los individuos ocupados en tareas que no tienen sentido. Por último, Byung-Chul Han, en The Burnout Society, describe cómo hemos pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento, donde la autoexplotación se ha vuelto común, dejando a los individuos constantemente agotados por la presión de ser siempre productivos.
En cuanto al tiempo libre, que en teoría debería ser un espacio de descanso, bajo el capitalismo se ha convertido en una extensión del trabajo. Adorno y Horkheimer, en Dialectic of Enlightenment, argumentan que la industria cultural ha transformado el ocio en una herramienta para seguir perpetuando el sistema capitalista, convirtiéndolo en algo comercial y superficial. Herbert Marcuse, en One-Dimensional Man, complementa esta idea al afirmar que el tiempo libre se ha vuelto una extensión de la productividad, eliminando su potencial emancipador y convirtiéndolo en un medio para mantenernos alineados con las exigencias del capitalismo.
Guy Debord, en The Society of the Spectacle, introduce el concepto de “espectáculo”, donde el capitalismo ha colonizado incluso el tiempo libre, mediando nuestras actividades a través del consumo y la imagen. Por su parte, David Harvey, en Spaces of Hope, muestra cómo las “ciudades dormitorio” han sido diseñadas para maximizar la eficiencia laboral, reduciendo el tiempo de desplazamiento para que los trabajadores siempre estén listos para producir al día siguiente. Este tipo de urbanismo, descrito también por Crawford en The New Geography of Jobs, sacrifica el bienestar de los trabajadores en favor de la eficiencia capitalista.
Zygmunt Bauman y George Ritzer, en Work, Consumerism and the New Poor y Enchanting a Disenchanted World, respectivamente, nos hablan de cómo el tiempo libre se ha transformado en una extensión del consumo, una oportunidad para seguir comprando y acumulando, lo que refuerza la lógica capitalista. Michel Foucault, en Discipline and Punish, profundiza en cómo el poder no solo regula el trabajo, sino también el cuerpo y el tiempo libre, creando una especie de prisión invisible donde la productividad es la clave de nuestra existencia.
Finalmente, David Graeber, en The Democracy Project, nos recuerda cómo el capitalismo maneja el tiempo libre durante las crisis, adaptándolo a las necesidades del capital, mientras que Juliet Schor, en The Overworked American, señala la paradoja de que, a pesar de que la productividad ha aumentado, el tiempo libre ha disminuido. En lugar de disfrutar de más tiempo libre, los trabajadores se ven atrapados en un ciclo constante de trabajo intensificado, reflejando una vez más la lógica de explotación del capitalismo.
Trabajos de Mierda y la Sociedad del Cansancio: Una Nueva Comprensión del Tiempo en el Capitalismo
David Graeber, en Bullshit Jobs: A Theory (2018), lanza una idea provocadora que me hizo pensar: ¿Cuántos de los trabajos que hacemos hoy en día realmente tienen algún sentido? Graeber argumenta que una gran parte de los trabajos modernos no son solo insatisfactorios, sino que en realidad son inútiles. Y lo peor de todo es que estos trabajos no solo no nos llenan, sino que siguen alimentando el sistema de explotación, reforzando el control social de manera sutil pero poderosa. Nos mantienen ocupados en tareas que no contribuyen a nada significativo, mientras seguimos atrapados en la rueda del capitalismo.
Por otro lado, Byung-Chul Han, en The Burnout Society (2015), nos invita a reflexionar sobre cómo hemos pasado de una sociedad disciplinaria, donde el control era más directo, a una sociedad del rendimiento, donde la presión por siempre estar activos y superarnos está a la orden del día. Esta cultura del «más, más, más» nos lleva a un estado de agotamiento constante. Vivimos en un entorno donde nunca es suficiente: siempre tenemos que estar produciendo, siempre tenemos que estar mejorando, y eso solo nos lleva a una fatiga interminable.
Graeber también aporta algo interesante sobre lo que Han discute en The Burnout Society. Graeber dice que, para muchos de nosotros, el tiempo libre no es realmente un descanso, sino simplemente un paréntesis para «recuperarnos» para el siguiente turno de trabajo. El tiempo libre, en este caso, no ofrece alivio real, porque los trabajos de mierda, aunque no nos aporten sentido o satisfacción, siguen invadiendo nuestro tiempo. De hecho, se vuelve una extensión de ese tiempo productivo, sin ofrecer una separación real entre el trabajo y el descanso. Aquí, Graeber está tocando un punto clave que también se conecta con la crítica de Han: la ilusión de que, al descansar, estamos libres del sistema, cuando en realidad, estamos atrapados en una constante búsqueda de productividad.
Y es que, más allá del cansancio, lo que realmente falta en nuestras vidas es el «tiempo propio». Vivimos en un sistema donde el tiempo está completamente estructurado por la lógica capitalista: el tiempo productivo se dedica a la explotación laboral, y el tiempo libre, en lugar de ser una oportunidad para descansar de verdad, solo sirve para reponer fuerzas y continuar produciendo. En este ciclo, poco o nada queda para el autodescubrimiento, para el crecimiento personal o para tener una conexión auténtica con uno mismo y con los demás. Nos quedamos sin espacio para ser, porque siempre estamos atrapados entre el trabajo y el tiempo vacío que no nos libera.
Cómo Entender el Tiempo Propio: Reflexiones y Propuestas
El concepto de «tiempo propio» me parece fundamental en el mundo de hoy, sobre todo porque se presenta como un espacio donde podemos liberarnos de las constantes demandas del sistema capitalista. Es como un pequeño refugio donde, por fin, podemos existir fuera de la lógica de producir y consumir. Este tiempo propio, que no está manipulado por las exigencias económicas, es una forma de resistencia importante, una manera de desafiar un sistema que nos valora solo por nuestra capacidad de generar valor a través del trabajo.
Para entender mejor el tiempo propio, uno de los pensadores que siempre me ha ayudado a reflexionar es Martin Heidegger. En Ser y Tiempo (1962), Heidegger nos invita a pensar sobre la autenticidad de nuestro ser. Según él, la verdadera autenticidad se logra cuando somos capaces de enfrentar la «angustia» de la vida, cuando entendemos que nuestra existencia es finita y, por tanto, nos liberamos de la superficialidad que nos imponen las rutinas cotidianas. En este sentido, el tiempo propio se convierte en un refugio donde podemos reconectar con nuestra esencia, sin las presiones del sistema que nos exige estar siempre haciendo algo productivo.
Por otro lado, Donna Haraway, en su Cyborg Manifesto (1991), ofrece una visión interesante sobre cómo la tecnología puede ser un aliado, no solo para aumentar nuestra productividad, sino para liberarnos de las restricciones que el capitalismo impone sobre nosotros. La figura del ciborg, que ella propone, es una metáfora de la posibilidad de trascender las limitaciones de la productividad capitalista y adoptar una existencia más libre, más autodefinida. Haraway nos invita a ver la tecnología como una herramienta de liberación, algo que puede ayudarnos a crear un espacio para el tiempo propio y a redefinirnos fuera de las expectativas del sistema.
Johanna Hedva, en Sick Woman Theory (2016), tiene una propuesta que me parece clave. Ella describe su experiencia personal de vivir con una discapacidad crónica, lo que la obliga a pasar largos períodos de tiempo en cama, alejada de la producción y la actividad social. Esta situación, aunque dolorosa, le permite replantear lo que significa ser «productivo» y «político». Según Hedva, el tiempo propio, entendido como una pausa del trabajo y una retirada de las demandas del capitalismo, se convierte en una forma de resistencia. Es una forma de desafiar la norma de que solo se es valioso si se está constantemente activo y productivo.
Lo interesante de juntar las ideas de Heidegger, Haraway y Hedva es que no son teorías que encajen perfectamente entre sí. Cada una ofrece una visión diferente sobre cómo podemos pensar el tiempo propio, pero justamente por eso, crean una caja de herramientas muy variada que podemos usar en distintos momentos. Mientras Heidegger nos ayuda a pensar en las estructuras internas de nuestro ser, Haraway nos ofrece pistas sobre cómo utilizar la tecnología a nuestro favor, y Hedva nos lleva a la práctica, a aplicar el concepto de tiempo propio en nuestra vida cotidiana. Juntas, estas ideas nos permiten imaginar un camino hacia un tiempo propio que no solo sea una pausa del trabajo, sino una forma de liberación personal y social.
Capitalismo y Trabajo: Un Contexto Complejo
El capitalismo, esa máquina imparable que organiza prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas, tiene una forma muy específica de gestionar lo que tenemos y lo que necesitamos. Moldea cómo accedemos a los productos y servicios, cómo se distribuyen los recursos, y cómo nos estructuran el trabajo, los sueldos y los horarios. Todo esto se mueve bajo un conjunto de reglas comunes, algo así como una sinfonía económica en la que cada parte funciona de forma independiente, pero al final todas contribuyen a la misma melodía.
En su núcleo, el capitalismo organiza las relaciones económicas, enfocándose en lo que poseemos, lo que necesitamos y cómo lo obtenemos. Pero, lo más relevante es que todo esto se produce, distribuye y consume a través de agentes privados, que buscan maximizar las ganancias a partir de su capital invertido. Es un sistema que dirige nuestra vida laboral y consumista: lo que necesitamos para vivir está controlado por empresas privadas, cuyo único objetivo es hacer dinero.
Una característica fundamental del capitalismo es su relación con la oferta y la demanda. Los inversionistas siempre buscan reducir los costos de producción para obtener más ganancias, y eso normalmente se traduce en recortes de sueldos, en la automatización de procesos, y en la tercerización de trabajos. Todo esto lleva a una mayor precariedad laboral, algo que está profundamente enraizado en la lógica capitalista. En pocas palabras, el capitalismo funciona explotando a las personas, y esa explotación es parte del engranaje necesario para que el sistema siga adelante.
Este sistema también depende de ciertas condiciones externas que lo facilitan. El capitalismo crece mejor en democracias liberales, donde se nos presenta la ilusión de que somos libres para trabajar y consumir. Las reglas para invertir y hacer negocios son flexibles, lo que facilita que el capital circule sin tantas restricciones. Es en estos espacios donde el neoliberalismo se siente más cómodo, promoviendo la responsabilidad individual y minimizando la intervención del estado. Aquí, el bienestar colectivo queda en segundo plano, mientras que se nos empuja a ser responsables de nuestro propio destino.
Y, por supuesto, la globalización juega un papel crucial en el capitalismo moderno. Nos permite abaratar suministros, tecnología y mano de obra en lugares más vulnerables, mientras amplía los mercados de consumo. Todo esto contribuye a que las desigualdades sociales se profundicen, creando una brecha aún mayor entre ricos y pobres. Es un proceso que fortalece aún más las estructuras capitalistas, dejando a muchos atrás mientras unos pocos siguen acumulando más poder y dinero.
Dentro de este gran sistema, podemos ver distintas versiones del capitalismo. Luis Reygadas (2010) nos habla de los diferentes «capitalismos» que existen, cada uno adaptado a su contexto. Por ejemplo, tenemos el capitalismo de producción, que se ve en fábricas que contaminan y exigen mucho de sus trabajadores, y el capitalismo de consumo, que se manifiesta en tiendas sofisticadas y en campañas publicitarias diseñadas para que sigamos comprando. Estas formas de capitalismo no son opuestas, sino que se interrelacionan, y se alimentan mutuamente, a pesar de sus diferencias.
Una forma interesante de entender cómo se manifiestan estas variaciones es a través de los conceptos de «capitalismo duro» y «capitalismo blando». El primero se da en trabajos físicos, donde la demanda es directa y brutal, mientras que el segundo se encuentra en oficinas y entornos más administrativos, donde la explotación se dirige más a la mente que al cuerpo. Ambos tipos de capitalismo están conectados y dependen el uno del otro, aunque en muchos casos se repelen. Es una relación compleja de necesidad y rechazo.
El trabajo en el capitalismo no es solo un medio para subsistir, sino también una fuente de identidad y dignidad. Pero aquí está la trampa: el capitalismo utiliza esta idea de dignificación del trabajo para mantenernos atrapados. Nos promete éxito, reconocimiento, y realización personal, pero todo esto está diseñado para mantenernos en una relación esclavizante con el trabajo. Anselm Jappe (2017) argumenta que el capitalismo crea metas ilusorias, como la riqueza o el poder, que nos mantienen dentro del sistema y perpetúan la explotación.
Otro mecanismo que el capitalismo utiliza es el pensamiento positivo, la autoexplotación, como lo señalan Barbara Ehrenreich (2010) y Byung-Chul Han (2015). Se nos ha enseñado a pensar que nuestra felicidad depende del consumo y del éxito individual, lo que refuerza la estructura capitalista. Al final, la promesa de felicidad a través del consumo nos hace asumir la responsabilidad de nuestra propia explotación, sin siquiera darnos cuenta de que estamos atrapados en un ciclo interminable de producir, consumir y seguir produciendo.
Cómo Estudiamos el Tiempo y el Trabajo
Para abordar este tema, opté por una metodología mixta que me permitiera obtener una visión completa de cómo se organiza y vive el tiempo de trabajo en diferentes contextos laborales y culturales. Combiné observación participante, entrevistas en profundidad y un análisis detallado de los medios globales para capturar diversas perspectivas sobre el tiempo y el trabajo. Este enfoque me permitió no solo estudiar la experiencia directa de los trabajadores, sino también entender las tendencias globales que influyen en cómo percibimos y gestionamos nuestro tiempo.
La observación participante fue una herramienta clave para acercarme a las dinámicas diarias de diversos trabajos, desde oficinas administrativas hasta la industria maquiladora, el sector educativo y el autoempleo. Pasé tiempo con personas de diferentes entornos laborales, observando cómo vivían y gestionaban su tiempo. A través de entrevistas, profundicé en sus percepciones sobre el tiempo de trabajo, el tiempo libre y, especialmente, sobre cómo interpretan el «tiempo propio» como un espacio de resistencia frente a las presiones del capitalismo. Fue fascinante ver cómo este concepto emergió como un acto de autodefinición y desconexión de las demandas laborales.
Además de las observaciones directas, decidí incluir el análisis de los medios de comunicación globales para comprender mejor el contexto contemporáneo. Al estudiar desde medios digitales hasta contenidos audiovisuales, obtuve una visión diversa sobre cómo se manejan las demandas laborales y cómo se perciben las formas de trabajo a nivel global. Este enfoque no solo me permitió ver las experiencias locales, sino también cómo el capitalismo y sus influencias sobre el tiempo se entrelazan en diferentes partes del mundo. Lo que descubrí es que, al final, el «tiempo propio» se presenta como una forma de resistencia al control del sistema, una oportunidad para reclamar un espacio auténtico fuera de la lógica capitalista.
El Tiempo Propio como Forma de Resistencia
En este estudio, me di cuenta de algo fundamental: el tiempo de trabajo en el capitalismo contemporáneo afecta mucho más que nuestra economía; llega hasta lo más profundo de nuestra vida social y personal. A través de todo este análisis, exploramos cómo el capitalismo manipula el tiempo, convirtiéndolo en una herramienta de control que nunca parece detenerse. Sin embargo, algo interesante surge a medida que profundizamos: el concepto de «tiempo propio». Este espacio libre de las exigencias económicas se presenta como una forma de resistencia frente a la explotación capitalista. Es un refugio, un espacio donde podemos recuperar algo de nuestra humanidad, donde podemos existir de una manera más auténtica, sin estar constantemente definidos por lo que producimos.
Pensando en la teoría del valor-trabajo de Karl Marx, me doy cuenta de que el tiempo de trabajo se convierte en la principal medida de valor en el capitalismo. A medida que el tiempo de trabajo se extiende y se intensifica, nos lleva a una explotación constante, como si nuestra única función en la vida fuera generar valor para el sistema. Pensadores como Harry Braverman, E.P. Thompson, entre otros, nos han mostrado cómo, con la mecanización y la regimentación del tiempo laboral, el control sobre el tiempo de los trabajadores se intensifica. Este control afecta no solo el trabajo, sino toda nuestra vida cotidiana. David Harvey y Guy Standing, por ejemplo, nos hablan de cómo el ritmo acelerado de la vida y la inseguridad laboral nos afectan profundamente, tanto económica como personalmente.
Es en este contexto que el «tiempo propio» se convierte en algo más que solo un descanso de las demandas del sistema. Se presenta como una forma crucial de resistencia, un espacio donde podemos desconectar de la lógica capitalista. Al pensar en el tiempo propio a través de las ideas de Martin Heidegger, Donna Haraway y Johanna Hedva, llegamos a ver cómo este tiempo puede ser un refugio donde realmente podemos ser auténticos. En este espacio, desafíamos las estructuras que nos dicen que nuestro valor como seres humanos depende únicamente de nuestra capacidad de producir.
Haraway, en su Cyborg Manifesto (1991), introduce una figura fascinante: el ciborg, que desafía las dualidades tradicionales del trabajo y el descanso. Ella propone que la tecnología no solo se debe usar para aumentar la productividad, sino también para liberar el tiempo propio, para permitirnos una mayor autodefinición y libertad. Esta idea se conecta profundamente con lo que significa reivindicar el tiempo propio: no es solo una cuestión de descanso, sino de transformar nuestra relación con el tiempo y la productividad.
Además de eso, el tiempo propio también nos ofrece la posibilidad de reconectar con los demás, con nuestra comunidad y nuestras tradiciones. En una sociedad tan fragmentada por las exigencias capitalistas, donde todo parece estar mediado por el trabajo, este tiempo se convierte en un espacio para fortalecer los lazos sociales y culturales. Esa dimensión comunitaria del tiempo propio es clave para resistir el aislamiento impuesto por el capitalismo y volver a conectar con lo que realmente importa: las relaciones humanas.
En resumen, el tiempo propio es más que un simple descanso del trabajo. Es una forma de resistencia fundamental frente al capitalismo. Nos invita a cuestionar nuestra relación con el tiempo y el trabajo, a valorar la autenticidad por encima de la productividad. Si realmente queremos construir una sociedad más justa, necesitamos reivindicar y proteger ese espacio de tiempo propio, promoviendo políticas laborales que valoren el bienestar personal y creando lugares donde podamos redescubrirnos y conectarnos con los demás. Solo de esta manera podremos transformar el tiempo de ser una simple medida de productividad en una fuente real de significado y realización personal.
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[1] Juan M. Fernández Chico nació en la frontera entre México y Estados Unidos un 17 de septiembre de 1985. Estudió un doctorado en ciencia política y abandonó la academia para perseguir otros sueños. Ha escrito varios libros, entre ellos Correspondencias, cartas, figuras y personajes (2007 y 2024), junto con Alfonso Herrera, Excluidos funcionales y subjetividades políticas (2017) y la novela La isla de los ancianos (2015). Es guionista y director de las películas El camino de Felipe (2014) y Complejo Norte (2018). Sus libros más recientes son el libro de poesía Una pared para Patricio (2023), de cuentos Islas, gatos y aves (2024), en su trabajo académico más reciente The essential society (2023), y ¿Qué es el amor para Slavoj Žižek? (2024).