Por María de Jesús López Salazar
La comprensión que hoy se pueda tener sobre las ciudades –en plural y no en el singular homogeneizador de la ciudad– de la ciudad posmoderna –la clase de ciudad parte de quien aquí escribe–, sus dinámicas suscitadas, manifiestas y por venir, depende en gran medida de cómo se entienda la interdependencia entre los procesos de producción del hábitat y del habitar.[1] Las ciudades envuelven en sus bordes asentamientos humanos que constituyen ciudades en proceso.
Ahora bien, es pertinente recordar que el urbanismo inició cuando el ser humano observó, analizó y pensó acerca de cómo tendría que ser una ciudad,[2] y tiene poco tiempo que ese mismo urbanismo –y quien aquí escribe añade que también los estudios de la ciudad– se interesan por las ciudades existentes y sus diferentes cambios. “La planeación territorial por su parte se esfuerza por dejar de asimilar el desarrollo urbano con urbanización periférica. Es así como el concepto de ‘ordenamiento’ del territorio tiende a sustituir al de desarrollo urbano, proponiendo una visión más holística que se aleje de las dicotomías urbano / no urbano o centro / periferia” (Coulomb, 2016a:10).[3] En este sentido, de monocéntrica –partiendo de la dicotomía centro / periferia– la ciudad se ha convertido en pluricéntrica –partiendo de la idea de que “existen distintos órdenes y distintos tipos de espacios urbanos. Entender el (des)orden de la metrópoli implica penetrar en los modos de funcionamiento de estos diversos órdenes, que permiten pensar en la metrópoli como en una realidad compleja resultado de la coexistencia (y de la mezcla) de diferentes ciudades” (Duhau y Giglia, 2008:15)–. Las funciones de centralidad se han desvanecido dentro de la estructura urbana y han motivado la construcción de lo que la academia denomina nuevas centralidades.[4]
Así bien, las diferentes ciudades de la ciudad posmoderna –conceptualización aplicable a la recién reformada capital mexicana, ya denominada oficialmente como Ciudad de México–, en su diversidad de formas urbanas, funciones de centralidad o áreas testigo, mismas que refieren a “los diversos tipos de espacio habitado existentes en la metrópoli, a los que he llamado ciudades. Cada una constituye un orden urbano diferente donde son posibles algunas experiencias específicas de la metrópoli” (Duhau y Giglia, 2008:16-17), como pueden ser, para el caso de este artículo. Estos tipos de espacios comparten otro importante rasgo: la heterogeneidad de los usos urbanos en donde el uso habitacional coexiste con otros usos interrelacionados a diferentes funciones de centralidad (v. Coulomb, 2016a:12).
La especificidad de la ciudad posmoderna, comprendida en su variedad de situaciones urbanas, se presenta como las ciudades del espacio disputado, del espacio homogéneo, del espacio colectivizado, del espacio negociado, del espacio ancestral y del espacio insular (Duhau y Giglia, 2008).
La ciudad posmoderna y sus ciudades o áreas testigo no han dejado de ser ciudades en cuanto espacios de lo urbano,[5] pero tal mantenimiento es fuente de tensiones e incertidumbres entre un universo complejo de urbanitas[6] y de intereses que entran en conflicto por los lugares. Una de estas incertidumbres, si no es que la principal, es el miedo urbano, pues miedo es aquella nominación que comúnmente se le confiere a la incertidumbre, “a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer –a lo que puede y no puede hacerse– para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que está ya más allá de nuestro alcance” (Bauman, 2008:10). Tal proceso no siempre significa generar la sensación de control de la situación, pues en el caso de las representaciones sociales del miedo urbano, éstas tienen también un componente importante de producción de conflicto y tensión, y como advierte Vergara Figueroa (2015c:41): “Muchos fenómenos, objetos, sujetos y hechos pueden articularse y producir un espacio en el que mora el peligro y la incertidumbre. Este carácter desconcertante ha sido descuidado en las formulaciones teóricas y en las investigaciones empíricas”.
De lo anterior nace la inquietud de conocer una de las principales formas de habitar –expresión que forma parte del proceso para hacer observable la construcción abstracta de lo urbano– que tienen hoy en día una parte de los urbanitas de la Ciudad de México. En definitiva, lo hasta aquí mencionado es lo que muestra a las ciudades no como contexto, sino como una parte fundamental del objeto de estudio: las representaciones sociales del miedo urbano de una parte de los urbanitas de la Ciudad de México, pensada como ciudad posmoderna.
Prosiguiendo, el concepto de ciudad del cual parte esta investigación es el de ciudad posmoderna, aquella ciudad en la cual se da el “doloroso desprendimiento del optimismo racionalista” (Ignacio Sotelo cit. por Terán, 1984: periódico en línea). Por lo menos desde la segunda mitad del siglo XX la humanidad y el espacio en el que ésta habitaba han estado sujetos a cambios intensos en diversos sentidos. “En la segunda mitad del siglo XX se gestó una sigilosa Revolución Terciaria que subsumió al aparato industrial e inició la era de la servicialización mundial” (Garza, 2008:15). Las estructuras económicas, sociales y culturales se han ido cambiando, y como es usual en cualquier momento histórico, es complicado indicar hacia dónde se dirigen las transformaciones e inclusive poder conceptualizarlas. Por señalar un ejemplo, se proponen los términos de posmodernidad (Jean-François Lyotard cit. por Iriart, 1985: periódico en línea);[7] sobremodernidad (Augé, 1999, 2000),[8] modernización reflexiva (Beck, 2001),[9] entre otros. A tal sistema estructural de creencias y valores, le corresponde una determinada estructuración económica, como en su tiempo a la Antigüedad o al Medioevo les correspondieron un modo de producción esclavista o feudal respectivamente. En el habla cotidiana, el concepto de posmodernidad es la más aceptada, por esto se adjetiva al tiempo presente como posmoderno, sin entrar a profundidad en la discusión teórica acerca de la conceptuación de los términos antes mencionados.
Tiempo atrás los seres humanos padecieron un proceso en extremo radical de transformación y del cual es posible señalar algunos acontecimientos históricos de suma importancia. Primeramente, el florecimiento de las ciencias y las humanidades en la época renacentista produjo un relevante impulso a los desarrollos científicos y tecnológicos, asimismo “cabría entender en el Renacimiento un descubrimiento de las posibilidades del hombre en este mundo, y de aquí que podamos encontrar en el panorama histórico una vertiginosa aventura de conquistas y de logros movidos por una juvenil ambición de llegar cada vez más allá, de alcanzar nuevas metas, nunca antes logradas” (Comellas, 2007:87); la Revolución Francesa fue fundamental al cambiar el poder basado en el derecho divino de los reyes, “en el sentido de que el príncipe era vicario o el representante de Dios” (Badillo O’Farrel, 1977:48); al poder ejercido por los capitalistas mercantiles que comenzaban a adquirir mayor presencia en el campo económico-político. Rigoberto García Ochoa (2010) señala que, de cierta forma, cuando los avances científicos se aplicaron a la industria –ya existente en una escala menor– es que emerge el proceso de la Revolución Industrial, y de la mano de Gideon Sjoberg (1988) cabe agregar un tipo específico de ciudad: la ciudad industrial.[10]
A la par de cada uno de los procesos anteriormente señalados es que inicia la constitución de la Modernidad en cuanto período cultural. La Modernidad significaba la libertad de las capacidades humanas hasta ese momento sometida, así como también la extensión del capitalismo derivado de la Revolución Industrial y de la doctrina declarada y representada por el economista inglés David Ricardo (1772-1823) y la base fundamental de dicho sistema socioeconómico y político.
David Ricardo es considerado el primer ideólogo “puro” del capitalismo. Él sentó las bases de la economía capitalista clásica. (…) Los principios básicos de Ricardo eran muy simples: (…) Los únicos derechos que tiene la gente son los que les da el mercado de trabajo. (…) Sí, porque el valor supremo del hombre es el libre mercado. (…) Es decir, no tienen necesariamente el derecho a vivir. El libre mercado es la base del liberalismo económico. Dentro del libre mercado, todo. Fuera de él, nada. Y el gobierno tenía que proteger a los que tenían todo de los que no tenían nada. Es la primera ideología materialista basada en una teoría económica que da lugar a una forma de gobernar (Barajas, 1996:32-33).
Ahora bien, las ciudades constantemente han emergido como resultado físico construido de las diferentes sociedades históricas o, en otras palabras, constituyen la organización física-ambiental construida de la coexistencia histórica entre los seres humanos (Baigorri, 1995; Lezama, 2014). La ciudad moderna se constituyó a partir de “la ambición de definir el futuro, de controlarlo, de ser el marco espacial de una nueva sociedad” (Ascher, 2004:24). La ciudad industrial tenía por consiguiente un propósito, pertinente o no es tema de una investigación y una deliberación ulterior; empero, poseía en su conceptualización los deseos, los anhelos y las metas de la sociedad industrial.
A partir de la década de 1970 y hasta la actualidad, las diferentes crisis económicas, políticas y sociales, así como la discusión acerca del declive de la Modernidad, abrieron paso a una sociedad en transformación. No obstante, tal proceso no ha elaborado un modelo acabado de ciudad como en su momento sí lo hizo el período que le antecedió. A la ciudad industrial, se le pueden adscribir de manera directa o indirecta, las diferentes zonas industriales y habitacionales –que conformarán las denominadas ciudades-dormitorio–,[11] e inclusive la construcción y desarrollo de medios de transporte para movilizar al sector obrero en una explícita analogía funcional industrial o, en otras palabras, dentro de un circuito vivienda-industria-vivienda.
Si a la Modernidad le concernió el capitalismo industrial como modo de producción predominante, entonces a la Posmodernidad le concierne el Neoliberalismo, mismo que de acuerdo con el geógrafo inglés David Harvey (2007:6-7) consiste en:
(…) una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas. Por ejemplo, tiene que garantizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados. Por otro lado, en aquellas áreas en las que no existe mercado (como la tierra, el agua, la educación, la atención sanitaria, la seguridad social o la contaminación medioambiental), éste debe ser creado cuando sea necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de lo que prescriban estas tareas. La intervención estatal en los mercados (una vez creados) debe ser mínima porque, de acuerdo con esta teoría, el Estado no puede en modo alguno obtener la información necesaria para anticiparse a las señales del mercado (los precios) y porque es inevitable que poderosos grupos de interés distorsionen y condicionen estas intervenciones estatales (en particular en los sistemas democráticos) atendiendo a su propio beneficio.
Ahora bien, es posible que, desde los inicios del capitalismo mercantil, el suelo urbano se haya considerado como una mercancía –aunque no necesariamente en el estricto sentido del término– que se inserta en la dinámica de la oferta y la demanda. El urbanismo funcionalista se propuso organizar y controlar la creación, el crecimiento y el desarrollo de las ciudades a través del diseño de proyectos y planes que dieron paso a la denominada zonificación urbana, asignándole al Estado un papel predominante.
El retiro del Estado en la regulación económica y la libre competencia característica del neoliberalismo han devenido en una ciudad profundamente desarticulada; con espacios para vivienda, comercio y servicios que se localizan en territorios con una discontinuidad socio-espacial, en los cuales las empresas transnacionales se localizan cada vez más lejos de las viviendas y en zonas riesgosas para la construcción de estas últimas; los fraccionamientos de los sectores de más altos ingresos económicos o financieros se localizan en barrancas y colinas a unos pocos metros de zonas profundamente degradadas, y estos enclaves cerrados son construidos con narrativas que generan una pérdida de la realidad urbana; los cada vez más numerosos centros comerciales, que no necesariamente contribuyen a construir ciudadanía urbana y que se ubican en torno del uso del automóvil, son sólo algunos ejemplos de las topografías[12] del capital que el libre mercado está produciendo en la ciudad posmoderna.
Desde la academia, se habla del urbanismo insular cuando ciertos nichos económicos globales están interconectados entre sí, sin tener en cuenta las poblaciones y los asentamientos vecinos. Este nuevo modelo de urbanismo se caracteriza en América Latina por contar con diversas modalidades de hábitat cerrado, el cual venía gestándose desde finales de los setenta y se denota en los noventa, vinculado al cambio del modelo económico del país (Ortiz Madariaga, 2017:288).
Por otro lado, en la teoría sobre la ciudad posmoderna ya no se habla de un único tipo de ciudad. La crisis es tal que se ha elegido la estrategia teórica-metodológica de definir las ciudades u órdenes socio-espaciales dentro de la ciudad posmoderna, y que, a su vez, responden a cuestiones económicas, formales y, sobre todo, espaciales. Cabe agregar que, de acuerdo con Angela Giglia (2017:18), un orden socio-espacial es:
(…) el conjunto de las reglas formales e informales, explícitas e implícitas, que existen entre los diversos actores sociales en cuanto a las apropiaciones y usos posibles de cierto espacio. Este orden espacial –que subyace a las relaciones de los grupos con el espacio– es al mismo tiempo un hecho externo al sujeto, pero profundamente interiorizado, que se recrea y se restablece continuamente mediante la experiencia no tanto del espacio, sino con el espacio y con los demás en un cierto momento del tiempo.
Por otra parte, es importante decir que el Estado se ha visto rebasado desde hace tiempo –en los casos extremos se habla de Estado fallido (Noam Chomsky cit. por Casar, 2009)–[13] y sin embargo persiste en la elaboración de planes y programas propios de una planeación normativa imposible de realizar en la realidad urbana, “por la sencilla razón que tiene la estructura de un discurso declarativo sin relación con la táctica y estrategia de la acción” (Matus, 1983:1722). Por otro lado, los programas que más atención y promoción reciben son aquellos que, como parte de la reducción de la escala urbana,[14] se implementan en determinados espacios de la ciudad, por ejemplo, los parques de bolsillo, la peatonalización de calles, las ciclovías en ciertas colonias, entre otros, siendo las acciones gubernamentales que el Estado estima necesarias para esquivar las razonables críticas respecto de las desigualdades urbanas, los deficientes medios de transporte o la deteriorada infraestructura urbana, aspectos que afectan negativamente el derecho a la ciudad de todo ciudadano, y que poco o nada aportan al mejoramiento de la ciudad o a la resolución de los problemas que la afligen.
Para cerrar, lo hasta aquí dicho remite también a una crisis al interior de las ciencias espaciales, incluidas los estudios de la ciudad. La Posmodernidad no le está proporcionando a este campo del conocimiento –y a otros tantos– las herramientas necesarias y las oportunidades para intentar, ya no de ordenar el territorio, sino a las sociedades que se organizan en las actuales ciudades posmodernas.
Fuentes consultadas
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[1] Siguiendo a Villavicencio (2010 cit. por Coulomb, 2016a:17): “El concepto de hábitat hace referencia a las condiciones físicas, naturales o construidas, de un espacio habitado (por seres vivos), mientras que el concepto de habitar hace referencia no sólo a ‘dónde se habita’, sino también a ‘la relación que se establece entre los individuos y su espacio habitable’ es decir, ‘cómo se habita y quién habita’”.
[2] Ciudad que es entendida como “composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada esencialmente por extraños entre sí” (Delgado, 1999:23).
[3] Las comillas son del original. A partir de aquí, las comillas, paréntesis, cursivas y demás agregados a las citas son de los textos consultados, salvo que se indique lo contrario.
[4] Estas nuevas centralidades “tienen diferentes escalas y diversas áreas de influencia, con diferentes grados de diversificación funcional y diferentes intensidades de uso (…) centralidades urbanas y metropolitanas (…) centralidades zonales (…) centralidades locales que encuentran en la idea de su barrio su fundamento cultural básico” (Intendencia Municipal de Montevideo, p. 134 cit. por Coulomb, 2016b:233), y sería más pertinente identificarlas como nuevos espacios de centralidad (Coulomb, 2016a).
[5] Lo urbano se comprende como “un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” (Delgado, 1999:23).
[6] Se entiende por urbanita al practicante de un espacio urbano (Hernández Espinosa, 2017:58).
[7] Para el filósofo francés Jean-François Lyotard (cit. por Iriart, 1985: periódico en línea): “A pesar de la nostalgia, ni el marxismo ni el liberalismo pueden explicar la actual sociedad posmoderna. Debemos acostumbrarnos a pensar sin moldes ni criterios. Eso es el posmodernismo”.
[8] Para el antropólogo francés Marc Augé (1999:6): “La situación sobremoderna amplía y diversifica el movimiento de la modernidad; es signo de una lógica del exceso y, por mi parte, estaría tentado a mesurarla a partir de tres excesos: el exceso de información, el exceso de imágenes y el exceso de individualismo, por lo demás, cada uno de estos excesos está vinculado a los otros dos”.
[9] Para el sociólogo alemán Ulrich Beck (2001:14): “«Modernización reflexiva» significa la posibilidad de una (auto)destrucción creativa de toda una época: la de la sociedad industrial. El «sujeto» de esta destrucción creativa no es la revolución, ni la crisis, sino la victoria de la modernización occidental”.
[10] El sociólogo sueco Gideon Sjoberg definió a la ciudad como “una comunidad de considerable magnitud y de elevada densidad de población, que alberga en su seno una gran variedad de trabajadores especializados, no agrícolas, amén de una elite cultural, intelectual” (Sjoberg, 1988:13), y partiendo de esta conceptualización planteó que en la historia urbana sólo se podían identificar tres grandes niveles de desarrollo, a través de los cuales se estructuró la evolución de las ciudades: 1) la sociedad popular, caracterizada por ser pre-urbana y por carecer de excedentes económicos; 2) la sociedad pre-industrial o feudal, que se desarrolla con base en la existencia de excedentes, con trabajo especializado y una marcada estructura de clases, caracterizándose por la escritura y el empleo de fuentes de energía externas al ser humano, siendo aquí donde se estructuraron las primeras ciudades; y 3) la ciudad industrial, que como su nombre lo indica se distingue por ser la industria su determinante fundamental, siendo que “la ciudad industrial se convertirá en la forma urbana dominante a lo largo y ancho de toda la tierra, y la ciudad preindustrial, primera creación urbana del hombre, desaparecerá para siempre de nuestro globo” (Sjoberg, 1988:26).
[11] La Real Academia Española (2018: página Web) define a la ciudad-dormitorio como un “conjunto suburbano de una gran ciudad, cuya población laboral se desplaza a diario hasta ésta para acudir a su lugar de trabajo”.
[12] Parafraseando a Kathrin Wildner (1998:156), si se habla de una topografía del capital no se hace referencia sólo a los aspectos geográficos, sino a las diferentes maneras de percibir los espacios que han sido intervenidos por el capital, es decir, los puntos de vista en un sentido físico o ideológico y las posiciones desde las cuales se pueden contemplar los espacios que han sido intervenidos por el capital.
[13] Noam Chomsky (cit. por Casar, 2009: página Web) conceptualiza a los Estados fallidos como “aquellos que carecen de capacidad o voluntad ‘para proteger a sus ciudadanos de la violencia y quizás incluso la destrucción’ y ‘se consideran más allá del alcance del derecho nacional o internacional’ y que padecen un grave ‘déficit democrático’ que priva a sus instituciones de auténtica sustancia”.
[14] La escala urbana es la representación proporcional de las ciudades o de algún espacio de éstas (Ibáñez, 2011).