El vínculo entre ciudadanía urbana y representaciones sociales

Por María de Jesús López Salazar*

Atender en el actual siglo XXI el tema de la ciudadanía urbana se presenta como una cuestión de la mayor relevancia, pues partiendo de su revisión es posible comprender las formas en que la propia ciudadanía percibe, vislumbra y valora los asuntos políticos, sociales y culturales de su país. «La ciudadanía urbana valoriza el compromiso local, directo, de cada uno de los habitantes, la responsabilidad de los prestatarios de servicios con relación a sus usuarios, pero genera el temor de que el Estado no se deshaga así de sus deberes».[1]

Lo anterior conlleva a introducirse en la investigación de las opiniones, las actitudes, la toma de decisiones, los procesos de socialización, las interacciones y prácticas de reciprocidad social. Para analizar tales aspectos se necesita adoptar un marco teórico, «una generalización separada de los particulares, una abstracción separada de un caso concreto»,[2] que sitúe al actor social como centro de las deliberaciones, en las cuales se reconozca que los patrones sociales son «producto de la negociación individual y consecuencia de la opción individual».[3]

Respecto de lo antes descrito, conviene recordar que hay varios marcos teóricos que pueden resultar útiles, tres de ellos son la teoría de las identidades de –entre otros– Gilberto Giménez, la teoría estructuralista constructivista de Pierre Bourdieu y su concepto de habitus, así como la teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici.[4]

 

En el presente ensayo se opta por la propuesta teórica de las representaciones sociales, dado que posibilita apreciar la ciudadanía urbana como una construcción social, o en otras palabras, no como un aspecto de una realidad tangible, preexistente y estática, sino como un elemento que se va constituyendo en la interacción social.

Así, la ciudadanía urbana es un constructo social resultante de las relaciones que se desarrollan entre los actores sociales y el Estado, los ciudadanos y las instituciones, y entre los propios ciudadanos. «Al respecto, existe un texto famoso que puede servir como referencia, aquel en el que Thomas Humprey Marshall, en 1950, propuso una definición de la ciudadanía social al demostrar cómo ésta se añadía en relación a las anteriores formulaciones, a saber, la ciudadanía civil y la ciudadanía política».[5]

Sin lugar a duda, la ciudadanía es un asunto prioritario en los debates contemporáneos. «La ciudadanía es un concepto propio del derecho público, que […] se ha extendido a otros campos y además de la ciudadanía civil y política se habla de ciudadanía social, administrativa, cultural, laboral, etc.».[6]

En la ciudadanía urbana se entrelazan nociones fundamentales de libertad, justicia, equidad, legitimidad, representación política y Estado de Derecho democrático; asimismo, las personas en su vida diaria desarrollan interacciones sociales que proporcionan consistencia a estos términos; puesto que, «ante los cambios de las últimas décadas se ha ido dando una apropiación discursiva de la ciudadanía concebida como un conjunto de derechos individuales. Se puede observar que cualquiera que anda por la calle y no se siente respetado, dice: “no estás respetando mis derechos ciudadanos”».[7]

De forma concreta, en la vida diaria se llevan a cabo acciones vinculadas a los conceptos antes señalados, cuyo sentido atiende a interpretaciones sociales que las personas actualizan en sus propias prácticas sociales. Por ello, existe una fuerte relación entre el concepto de representaciones sociales y el de ciudadanía urbana. Aquí vale recordar que las representaciones sociales designan:

(…) una forma de conocimiento específico, el saber de sentido común, cuyos contenidos manifiestan la operación de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados. En sentido más amplio, designa una forma de pensamiento social.

Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal. En tanto que tales, presentan características específicas a nivel de organización de los contenidos, las operaciones mentales y la lógica.

La caracterización social de los contenidos o de los procesos de representación ha de referirse a las condiciones y a los contextos en los que surgen las representaciones, a las comunicaciones mediante las que circulan y a las funciones a las que sirven dentro de la interacción con el mundo y los demás.[8]

Las modalidades de pensamiento práctico son elementos heredados de la cultura hegemónica en una sociedad y, particularmente, en los grupos sociales que la integran. De esta forma, las creencias, los valores, las costumbres, las preferencias y los hábitos, entre otras cuestiones, se integran en la vida de la ciudadanía urbana y conjuntamente configuran una forma particular de ciudadanía. En este sentido, la cultura remite a «formas simbólicas en contextos estructurados»,[9] o de manera específica, a «formas simbólicas –es decir, las acciones, los objetos y las expresiones significativos de diversos tipos– en relación con los contextos y procesos históricamente específicos y estructurados socialmente en los cuales, y por medio de los cuales, se producen, transmiten y reciben tales formas simbólicas».[10]

La investigación sobre las representaciones sociales posibilita conocer aquellas entidades que:

Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro. La mayor parte de las relaciones sociales estrechas, de los objetos producidos o consumidos, de las comunicaciones intercambiadas están impregnadas de ellas. Sabemos que corresponden, por una parte, a la sustancia simbólica que entra en su elaboración y, por otra, a la práctica que produce dicha sustancia, así como la ciencia o los mitos corresponden a una práctica científica y mítica.[11]

Por esto, la perspectiva teórica de las representaciones sociales posibilita acceder a aquellos elementos que constituyen el contenido y el significado de la ciudadanía urbana, en la cual:

La cuestión consiste en saber en qué medida la ciudadanía urbana constituye una prolongación de la ciudadanía social, de la misma manera en que esta última era una prolongación de la ciudadanía política. Como ya he dicho, hay dos interpretaciones posibles: una, que mira hacia el pasado y piensa la ciudadanía urbana, en el mejor de los casos, como una continuación de la ciudadanía social; la otra piensa que supera apoyándose en ella. La primera testimonia una nostalgia de la condición salarial al ofrecer un estatuto organizado, perdurable, la protección ofrecida por el Estado social. La segunda piensa que la solución está en la renovación urbana, que persigue un ideal de igualdad de oportunidades individuales, que supone el reconocimiento de la lógica competitiva.[12]

Las representaciones sociales posibilitan a las personas decodificar e interpretar, y actuar en un sentido específico acerca de la realidad en la cual se inscriben. Tales representaciones incluyen las maneras de actuar, los juicios, las valoraciones y los sentimientos de las personas que en tanto formas simbólicas permiten informarse acerca de cómo es experimentada la ciudadanía por las mismas personas, es decir, las y los ciudadanos.

No debemos abordar el espacio urbano sólo como la dimensión física de la ciudad, sino que es fundamental incorporar la experiencia de quienes habitan en ella. Y esta idea se complementa con que las experiencias de vivir en una ciudad son muy diversas y dependen de las expectativas, los logros, las frustraciones, etc., de los sujetos.[13]

Finalmente, las representaciones sociales expresan relaciones de poder, a la par de las instituciones de una comunidad política o del Estado, que reproducen las representaciones sociales y con éstas los valores, sensaciones y sentimientos sobre los que se han construido.

Así, la teoría de las representaciones sociales adquiere relevancia en la investigación de la ciudadanía urbana. Aparte de presentarse en una herramienta analítica de primer nivel para la comprensión y explicación de las prácticas socioculturales, la teoría iniciada por Moscovici resulta útil al momento de examinar la cualidad diferenciada de sistema de valores, sentimientos y comportamientos subyacentes en cada contexto en el que la ciudadanía urbana se desarrolla.

 

 

 

Fuentes consultadas

Alexander, Jeffrey C. “¿Qué es la teoría?”, en Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial. Barcelona: Gedisa, 1992, pp. 11-26.

Donzelot, Jacques. ¿Hacia una ciudadanía urbana? La ciudad y la igualdad de oportunidades. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión SAIC, 2012 (Col. Claves).

Garretón, Manuel Antonio. “Democracia, identidades y reforma del Estado en América Latina”, en Díaz de Rivera Sánchez, María Eugenia (coord.). Identidades, globalización e inequidad. Ponencias magistrales de la Cátedra Alain Touraine. México: UIA / Universidad Jesuita de Guadalajara, 2007, pp. 51-65 (Col. Separata).

Jodelet, Denise. “La representación social: fenómenos, concepto y teoría”, en Moscovici, Serge. Psicología social II. Barcelona: Paidós, 1985, pp. 469-494.

Mazza, Angelino. “Ciudad y espacio público. Las formas de la inseguridad urbana”, en Cuaderno de Investigación Urbanística. Núm. 62. Enero-febrero 2009.

Moscovici, Serge. El psicoanálisis, su imagen y su público. Buenos Aires: Huemul, 1979.

Rizo, Marta. “Conceptos para pensar lo urbano. El abordaje de la ciudad desde la identidad, el habitus y las representaciones sociales”, en Valladares Vielman, Luis Rafael (comp.). La ciudad. Antecedentes y nuevas perspectivas. Guatemala: Centro de Estudios Urbanos y Regionales – Universidad de San Carlos de Guatemala, 2012, pp. 53-86.

Thompson, John B. Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas. 2a. edición. México: UAM-X, 2002.

 

 

 

* María de Jesús López Salazar es politóloga por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y actualmente postulante a Doctora en Estudios de la Ciudad en esta misma institución; ama la reflexión, pero más el trabajo en campo, pues considera que este último es el que permite conocer a las personas –ciudadanos o no– en sus vidas diarias dentro de las ciudades. Correo electrónico: undrin9@yahoo.com.mx

[1] Jacques Donzelot. ¿Hacia una ciudadanía urbana? La ciudad y la igualdad de oportunidades, p. 53.

[2] Jeffrey C. Alexander. «¿Qué es la teoría?», en Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial, p. 12.

[3] Ib., p. 19.

[4] Cf. Marta Rizo. «Conceptos para pensar lo urbano. El abordaje de la ciudad desde la identidad, el habitus y las representaciones sociales», en Luis Rafael Valladares Vielman (comp.). La ciudad. Antecedentes y nuevas perspectivas, pp. 53-86.

[5] Jacques Donzelot. Ib., p. 8-9.

[6] Angelino Mazza. “Ciudad y espacio público. Las formas de la inseguridad urbana”, en Cuaderno de Investigación Urbanística, p. 8.

[7] Manuel Antonio Garretón. “Democracia, identidades y reforma del Estado en América Latina”, en María Eugenia Díaz de Rivera Sánchez (coord.). Identidades, globalización e inequidad. Ponencias magistrales de la Cátedra Alain Touraine, p. 58.

[8] Denise Jodelet. “La representación social: fenómenos, concepto y teoría”, en Serge Moscovici. Psicología social II, pp. 474-475.

[9] John B. Thompson. Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, p. 203. Las cursivas son del original.

[10] Loc. cit. Las cursivas son del original.

[11] Serge Moscovici. El psicoanálisis, su imagen y su público, p. 27.

[12] Jacques Donzelot. Ib., p. 58.

[13] Marta Rizo. Ib., p. 73.

 

 

 

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