Por Angelo Cattaneo
Sin lugar a dudas el 2020 será recordado por sus numerosos contratiempos, pero, también, como un año en el cual nos vimos sobrepasados de notas de interés, ensayos y demás, con la particularidad de tener todos ellos introducciones muy parecidas: resiliencia, desigualdad, consenso, fueron algunas de las palabras que sí o sí coparon cualquier columna de análisis.
Fuera de toda broma, y lejos de romper con los cánones del periodismo pandémico, no podemos dejar de volver una y otra vez sobre los mismos temas, porque todo el tiempo nos convocan: la pandemia no sólo puso de manifiesto las desigualdades existentes, sino que también acrecentó la(s) brecha(s).
En este punto, una distinción: brecha y desigualdad no son lo mismo; la desigualdad es una condición cualitativa o cuantitativa, comparativa; la brecha también es desigualdad, pero es el camino. Puede ser digital, salarial, de género, pero, sobre todo, es todo lo que deja en su camino la desigualdad y, al mismo tiempo, es el ambiente en el que se van fraguando las desigualdades
Se reconoce, en general, que el ambiente porteño es peculiar, o del argentino, o del sudaca. Somos más expresivos, más efusivos, en la frustración y en la felicidad. En general, la frustración asoma más frecuentemente por estos pagos. Cuando la política va mal, se respira tensión. Cuando la economía está para atrás, la ciudad se ve invadida por una calina insoportable que nos pone a discutir por el dólar con cada persona que cruzamos palabra. Es cierto, no todos viven igual, pero mientras que uno sufre por la macro, el otro sufre por la micro, por su plato de comida, no obstante, todos sufren, a su manera.
Podemos extender esa relación con el ambiente a todo el país, o región, con sus matices. En casi todos estos lugares, la mayor parte de los trabajadores necesariamente deben movilizarse hacia el siempre insufrible centro, micro-centro, o como le digan a su propio infierno urbano. Tan sólo hay que verle la cara a la multitud que todos los días atraviesa Florida, en Argentina; el Paseo Ahumada, en Chile; o el famoso cruce de la calle Madero con el Eje Central en México; algunas son caras de cansancio, otras de algo más.
A comienzos de marzo, estos fragmentos de la cotidianidad algo más ecuánime que conocíamos se vieron desplazados por una cuarentena asoladora. En ella, algunos vivieron unas vacaciones, otros un calvario; algunas localidades podían salir al aire libre, otras seguían encerradas. Entre países, las realidades muy distintas. Parecía que las brechas se extendían a todos lados, y peores. ¿Es nuestra salud mental?¿O ya somos incapaces de percibir con cierta fidelidad lo que sucede a nuestro alrededor?
Nuestro sistema climático incluye una serie de retroalimentaciones que alteran la respuesta del sistema a los cambios en los forzamientos externos. La retroalimentación positiva consiste en un proceso por el cual un cambio en el clima puede facilitar o dificultar cambios ulteriores. El hipotálamo es el encargado de este proceso, enfriando la piel por medio de sudor en caso de que la temperatura sea mayor a los 37°C, por ejemplo.
Así como en su momento el síntoma revelación era la anosmia[1], mucho más real que metafórico (aunque su semejanza semántica con la palabra anomia[2] es mágicamente perverso), hoy presenciamos una disfunción hipotalámica generalizada. ¿Hemos perdido nuestra capacidad de percibir el clima imperante, el de la calle, el de casa? Polarización, sesgos, tele-trabajo y —sin falta— la distorsión mediática, unidos en el trastrueque de nuestros sentidos.
En la actualidad necesitamos determinados niveles de análisis para comprender lo que sucede en la calle, si es que salimos; tranquilamente podríamos dejarnos llevar por la gente que se abarrota en bares y restaurantes de toda la ciudad. Primer pensamiento: ¿esto es la economía del consumo masivo? Segundo pensamiento: ¿quiénes consumen cuando los indicadores económicos son los peores en décadas?
Primera hipótesis: hay mucha gente afuera porque ya no pueden consumir al interior de los comercios. No convence. Segunda hipótesis: teniendo en cuenta que se incrementó la cantidad de locales vacíos en las calles, los clientes tienden a concentrarse en aquellos negocios más consolidados, mientras que las zonas más afectadas son al mismo tiempo las menos transitadas como por ejemplo, Florida, una de las calles más transitadas de la Ciudad previo a la pandemia, que aumentó en un 760% la cantidad de locales vacíos; gusta más. Recién en ese punto, extrapolamos el análisis más allá de la General Paz (el límite entre la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia), porque todos somos federales, pero primero somos unitarios.
Para señalar algunas cuestiones más generales, otro buen ejemplo de esta época son los fuegos de artificio. Siempre se comenta que se tiraron tantos menos o algunos más que el año anterior, pero nadie te va a responder que no tiene la más mínima idea. Antes que nada, nos gusta emitir opinión sobre lo que nos rodea. Segundo, y en consecuencia –lo obvio– , es hiper-subjetivo.
Y para cerrar este segmento acerca de las percepciones subjetivas del espacio público, qué decir sobre la huella de soledad que reina en los veranos de Capital Federal, ¿hay menos gente en la calle o es un simple desvarío? En ese caso, todavía hay esperanza; desde los más pudientes hasta los menos, la costa atlántica se inunda, pero no por inercia: hay trenes argentinos en funcionamiento, hay «pre-viaje» y hay ganas de escapar de la ciudad anósmica.
Sacar conclusiones taxativas de percepciones sensoriales debería estar prohibido, pero se trata de la aproximación más cercana que tenemos de nuestra realidad cotidiana, siempre y cuando hagamos un mínimo esfuerzo por deshacer burbujas ambientales creadas por una acumulación del capital cada vez más aguda.
No hay duda que todo lo mencionado es de fácil comprobación estadística. Podríamos revisar la movilidad circulatoria para chequear los retiros vacacionales de la ciudad; verificar los pacientes del hospital de quemados en caso de querer darnos una idea acerca de la pirotecnia utilizada, y así hasta incluso lo más elemental como puede ser medir la pobreza en las calles. Respaldar aseveraciones con datos debería ser la regla y no la excepción aunque no recurrir religiosamente a ellos no necesariamente implica tergiversar la evidencia científica.
En la era de los datos, el abuso del fact-checking puede llevarnos más rápido de lo que pensamos a un mundo de grises y sombras en el cual solo hay lugar para datos y redes aparentemente neutrales.
Todavía podemos hacer algo por reparar el termómetro, pero el rol del Estado es clave. Siempre la redistribución es la salida de las burbujas quiméricas donde la realidad no es tal.
El valor de la demostración y la masa movilizada
Otro de los parámetros para medir el clima político en las calles son las movilizaciones sociales. Determinados grupos, por medio del uso combinado de diversos repertorios de confrontación, dan lugar a manifestaciones públicas ―variables en el valor, unidad, número y compromiso― que consisten, esencialmente en una interrupción a la rutina de los «otros» (Tarrow, 1997 Tilly, 2009).
Si echamos un vistazo a los principales grupos movilizados en este año alrededor del mundo, distan de ser los de mayor peso en las urnas. Anti-vacunas, anti-globalización y autodefinidos libertarios o republicanos fueron tal vez los que más llamaron la atención, no solo por la locuacidad de los asistentes, sino también por la sagacidad de sus pancartas y, sobre todo, por la llamativa concurrencia en tiempos en los que apremiaba el cuidado de la salud.
No los vamos a minimizar o animalizar (¿minimalizar?), como se ha hecho desde muchos medios de comunicación, aunque está claro que 1) no tener como prioridad la salud de la población, a diferencia de muchos otros movimientos y 2) que muchos sectores otrora reticentes a la movilización hayan encontrado sus motivaciones para abrirse a este espacio, les haya creado cierta sensación de haber «ganado la calle», como se dice habitualmente.
En sentido contrario, eventos de fuerza mayor terminaron por sacar del encierro, no vamos a decir al «pueblo”, pero sí a aquellos sectores más habituados a la movilización social. Bien por el funeral de Maradona o por la vigilia previa a la legalización del aborto, en el plano local; pero también el movimiento de BLM, en el plano internacional, parecieron restaurar cierta normalidad en el clima de la calle.
¿Distorsiones o nuevas tendencias?
Esbozada más arriba, de acuerdo con Tilly (2009), la idea de repertorio presenta un modelo en el que la experiencia de los actores se retroalimenta con las estrategias de las autoridades, dando como resultado un conjunto de medios de acción limitados para servir a sus intereses.
En ese sentido, todavía debemos ver cómo evolucionan las viejas prácticas de la movilización en un mundo más en línea, pero también cómo es que se consolidan los nuevos movimientos con sus repertorios cada vez más reaccionarios, en el contexto de una pandemia que no da el brazo a torcer y una opinión pública que pareciera medir con distinta vara la coherencia discursiva y accionaria de distintos sectores de la población.
Con el precedente del ataque al Capitolio, la pugna por la calle y, en efecto, la disputa por la influencia en la arena política no aseguran desarrollarse en un ambiente pacífico para la resolución de conflictos que requiere la democracia.
Bibliografía:
– Tarrow, Sidney (1997). El poder en movimiento: Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política (Herminia Bavia y Antonio Resines, Trads.). Madrid, España: Alianza.
– Tilly, Charles, y Wood, J. Leslie (2009). Los movimientos sociales, 1768-2008: Desde sus orígenes a Facebook. Barcelona, España: Crítica.
[1] Pérdida completa del olfato
[2] Ausencia de ley