Por Diego Medina
Hace poco Aldo Vicencio dijo algo que no ha dejado de resonar en mi cabeza: “Israel es descendiente directo de la Alemania Nazi”. Desde luego no queremos decir que la creación del Estado de Israel sea una reparación histórica justa tras el holocausto, nada más alejado de eso. Por el contrario, nos parece obvio que el sionismo ha aprendido, interiorizado e instrumenta las prácticas más terribles que en su momento el Reich de Hitler esgrimió contra el pueblo judío, pero esta vez el sionismo hace lo propio contra el pueblo palestino.
Los líderes mundiales respaldan el “derecho a defenderse” de un ladrón, pero sus pueblos rechazan el genocidio, en los foros la mentira respaldada por el poder triunfa, la verdad grita en las calles, pero la verdad sin poder sólo es “apología al terrorismo”. El crimen cuaja, Israel, que suscribió la convención de Ginebra, bombardea hospitales, escuelas, casas, termina con periodistas, arresta a extranjeros que documentan la violencia arbitraria contra los palestinos, asesina a tres israelíes por error, los cuales habían sido secuestrados por Hamás, secuestrados que fueron el casus belli de Israel para bombardear la Franja de Gaza.
Todo a los ojos del mundo, y aunque las naciones occidentales prohíben las manifestaciones de apoyo a Palestina, por considerarlas antisemitas (mira que hay que ser audaz para ser tan cínico), los hechos son grabados, viralizados. Las personas ven los hechos, no creen las palabras de Tel Aviv, Res non verba. Por su parte la Cruz Roja, la Media Luna, la ONU (cuyo secretario fue extorsionado por Israel), Human Rights Watch, Médicos sin Fronteras, periodistas, urgen a detener los bombardeos y reprueban los procedimientos de Israel, que viola todos los protocolos por él suscritos.
¿Qué podemos decir que pueda marcar la diferencia? Nada, pero callar a veces es como mentir, por eso creo que vale la pena hacer un listado de la barbarie sionista, negarse a compartir la mesa con alguien que apoye a Tel Aviv, gritar en la calle, retirar nuestra amistad a quien justifique un solo muerto, llevar lo político a lo privado. No hablo de condenar al ostracismo a los judíos, el antisemitismo es otra pandemia que hay que curar (y que gracias a Tel Aviv ha cobrado renovada virulencia), sino que, como no podemos romper relaciones diplomáticas con Israel, porque no tenemos cargos públicos que nos lo permitan, quizá valga la pena romper relaciones personales con los sionistas sentados a lado nuestro.
En esta búsqueda de Lebensraum israelita hay que tomar partido, como en la mayoría de las situaciones (y sirva la oportunidad para recordar que la historia nos demuestra que la indiferencia es otro camino a la ignominia), quizá sea peligroso, quizá resulte costoso decirlo, pero el Estado de Israel es un espejo del nazismo alemán. El genocidio del pueblo palestino y la ocupación ilegal de Cisjordania por colonos israelitas es el Lebensraum del siglo XXI. Israel es un estado Nazi.
Por último recordemos que la locura sionista alberga su propia “solución final”, pues Israel cuenta con su propio arsenal nuclear, cuyo plan de acción incluye eliminar a las naciones que se le opongan aun a costa de su propia destrucción, plan que han titulado “Sanzón”, personaje bíblico que destruye un templo y muere enterrado por los escombros. Una vez más la cordura, la justicia, la verdad, son apologías al terrorismo cuando no tienes poder.