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Desobedecer

Foto tomada de theatredelacite.com

Desobedecer

Por Liliana Rojas[1]

 

Dos amigas mexicanas fueron al teatro en París para fortalecer sus lazos fraternos. Desobedecer. Así se llamaba la obra. Fortalecer los lazos fraternos como motivo válido para ir al teatro, como justificación. Porque en la cotidianidad la justificación es más importante que el sentido. Sin embargo, para qué iría uno al teatro si no va a ver algo que tenga sentido. Además la obra se llamaba Desobedecer, qué diablos.

            En todo caso, qué menospreciado está el sentido en estos días. San Agustín dice que no sabría definir el tiempo, pero que sí sabe lo que es. Lo mismo aplica para el sentido. Si no le preguntan a uno, uno siempre sabe lo que es. Aunque el tiempo y el sentido no son la misma cosa. Qué coincidencia que los que juegan con la escena han mistificado las dos cosas, el sentido y el tiempo.

            Porque el sentido no es un objeto transhistórico que existe de por sí. Qué bueno, muchas personas nacen sin él y serían, sin duda, víctimas de la eugenesia. Ojalá eso fuera una distopía lejana. No lo es, no se olvidan las víctimas del sentido unilateral y totalitario, bien peinado…

            El sentido se construye, se crea, se esculpe, se manufactura. La actividad transformadora de la preferencia de uno puede verbalizar el sentido. Es una falacia decir que no todo lo que se hace sobre escena tiene que tener sentido. No es que «tenga» que tener sentido. Como si uno pusiera en pausa su existencia histórica para, ahora sí, despojar de sentido el momento. «¡Tengamos un momento puro! ¡Quitémosle el sentido!» El sentido no es el oxígeno o la luz solar aunque sí se encuentra maleable en las distancias entre los sujetos.Leer más

¿Una alianza entre mujeres?

Foto: Angélica Mancilla

Por Angélica Mancilla

En días pasados, leí en algún lugar que cuando una mujer conoce el feminismo no hay vuelta atrás, su vida cambia. No podría estar más de acuerdo con ello. Sin embargo, tampoco puedo negar que en este camino de deconstrucción seguimos reproduciendo actitudes que nos siguen dañando, incluso como feministas.Leer más

ONE

Foto:Ross Halfin, tomada de Revolvermag

Por Christian Jiménez

 

Corría 1981, año en el que el archipiélago de Palaos se independizaba de Estados Unidos, Ronald Reagan tomaba posesión como presidente de ese país (quien meses después se salvó de un atentado), y en un túnel a 494 metros bajo tierra, en el área U2es del sitio de pruebas atómicas de Nevada, se detonaba una bomba atómica Akavi, de 20 kt.; Grecia entraba a la unión Europea; en El Salvador comenzaba la guerra civil y, meses después, las fuerzas armadas perpetraban la masacre de El Mozote; golpe de Estado en España; Ali Agcha atentaba contra el Papa Juan Pablo II; Israel llevaba a cabo un ataque aéreo sorpresa denominado Operación Ópera; en Egipto, se asesinaba al presidente Hosni Mubarak; y la lista sigue.

Y en ese contexto, en medio de toda esta adversidad, dos chicos (Lars Ulrich y James Hetfield) en Los Ángeles, California, a los que posteriormente se les unirían Dave Mustaine y Ron MacGovney (y quienes serían sustituidos por Kirk Hammett y Cliff Burton), se juntaban para formar una de las mejores bandas de trash metal —si no es que la mejor, cuestión de gustos— de todos los tiempos. Sin lugar a dudas, estoy hablando de Metallica, banda que llegó para cambiar la forma de hacer y ver el metal en todo el mundo, de revolucionar los sonidos, cuyas letras se alejaban de lo convencional.Leer más