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Edgar Loredo | Poemas

Edgar Loredo (Ciudad de México, 1988) Autor del poemario Cardinal (2015) y del volumen de cuentos Jaramagos (aún inédito). Corrector de estilo ocasional en algunas editoriales mexicanas. Ha colaborado con poemas y cuentos en revistas independientes de México, Argentina, Chile, Colombia y Venezuela.

 

DESPOJOS

 

Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, signo vacío
en tu pecho de piedra sepultado
O. Paz
 

Al espanto hacina tu carne maltrecha:

murmullo, musgo, mugre sobre paredes

que se materializa en filosas uñas

y rasga el velo de soberbia impúdica.

Oh ciudad sin eco, famélica y sonámbula,

de torres quemadas y palacios demolidos,

tus azulejos pútridos son nuestro descanso,

el refugio de la ruina que bajo la piel yace

y el látigo de agua que las venas satura:

somos sangre revuelta en tus costados.

 

Déjame arrancarle su tacto al día,

concédeme el sentir de tus ríos interiores,

secos brazos de otra época, ya distante,

que golpean su conmovido y hueco tambor

por donde tus habitantes se desgajan

igual al lodo, a la inocencia interrumpida.

Permítele a estos árboles un soplo,

una vida efímera entre tanta sombra,

desprovista de aire y sin embargo libre,

pródiga en inmensidad, ensueños, trazos.

Surca el silencio con tus blandas esquirlas,

suspira hondo hasta arrancarte las fosas

para que mis deseos de abandonarte se disipen,

porque ahora, he de decirlo, mi canto se hace cal

y vaga ligero sobre un múltiple dolor.Leer más

Lengua vulgar, a propósito de política y planeación lingüística en México

Imagen de Gerd Altmann

Por José Fernando Castillo Mejía[1]

Desde el principio de los tiempos, todo evoluciona y seguirá evolucionando. Esa es la regla: adaptarse o morir. No es, precisamente, que los organismos tomen la decisión de cambiar, sino que es una necesidad adecuarse a las circunstancias y condiciones nuevas. La lengua, como la literatura, diremos, es un  ser vivo[2] y,  por lo tanto, debe atender a las mismas exigencias de la vida. Entendamos esto al punto; la lengua nació como una necesidad comunicativa del hombre, se desarrolló según las necesidades, maduró hasta el punto de ser norma y comenzó a cambiar para adaptarse a las nuevas exigencias comunicativas… Desde la economía hasta la iteración. La lengua vive y, para hacerlo, necesita reinventarse.

Siempre resulta difícil el tema de la lengua vulgar, la polémica que genera es grande porque ¿es esa lengua vulgar el resultado de la evolución de la lengua culta, o su simple corrupción? ¿Hasta qué punto es lícito el cambio de una lengua? Aún en nuestros días el dilema sigue a medias resuelto. Lo innegable es que el uso y no la norma determina el camino de las lenguas.

Entenderemos mejor esto si damos como ejemplo de norma la literatura. La literatura busca, regularmente[3], la corrección en el habla, por lo cual puede considerarse un buen ejemplo de norma. Sin embargo, podemos apreciar que la literatura no puede transformar la lengua como puede hacerlo el uso. Como diría Fulgencio Planciades (personaje de Alfonso Reyes): Eso que leemos en los libros no es el idioma, sino el retrato o reflejo de un solo momento del idioma. Es la fría ceniza que cae de la combustión de la vida. Es como la huella de los idiomas. Mas éstos siguen adelante y van caminado según las flexiones que les comunica el habla familiar[4]. En resumen, por mucho que una obra literaria pueda renovar la lengua (sea el caso extremo de la poesía, por ejemplo, donde la catacresis[5] intenta crear nuevas formas de designación a las nuevas realidades o, simplemente, a realidades distintas: la constante búsqueda de maneras novísimas para expresar lo subjetivo… Ese amor que no es el amor que todos conocen sino el que conoce el poeta en su individualidad.), no impone nuevas formas de uso sino hasta que el vulgo, mejor dicho, los hablantes en general aceptan y hacen suya la expresión. La lengua vulgar, en cambio, se encuentra en constante muda y búsqueda de las mejores formas de comunicación, conque logra desarrollarse a partir de la “prueba y error” hacia maneras más adecuadas para la expresión de la realidad que encaran los mismos hablantes.Leer más

Pedro Páramo y el estereotipo inconsciente del «padre mexicano ausente»

Imagen tomada de institutoculturaldeleon.org.mx  

Por Alberto Rojas[1]

Juan Rulfo, en su obra más icónica, nos sumerge en un confuso, melancólico y sombrío mundo atemorizante y lleno de penas; todo inicia con aquellas palabras que muchos de sus lectores recordaremos, recitándolas casi como una letanía: “Vine a Comala porque me dijeron que a acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo…”.

Más allá de las referencias históricas a un pasado que dejó heridas en la sociedad mexicana, que aún no cicatrizan del todo, Pedro Páramo está repleta de metáforas ―conscientes o inconscientes, no se puede saber con certeza― sobre las particularidades del arquetipo de la paternidad en México, y sobre sus consecuencias no solo sociales, sino individuales.

Si nos ponemos a buscar, incluso en nuestros conocimientos de cultura pop, seguro encontramos a un personaje varón, mexicano de nacimiento o ascendencia, desventurado en México o en el extranjero, cuyo padre no conoce o no ha visto en años. Autores que se dirigen al público infantil como Alire Sáenz o series populares estadounidenses están llenas de estos personajes. En ese sentido, es interesante observar que no solo culturas extranjeras perciben de esa forma la paternidad mexicana; los mexicanos mismos lo admiten a través de sus expresiones artísticas, sus conductas y sus decisiones colectivas. Y lo han hecho desde siglos.Leer más