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¿Quién dirige la cámara?

Imgen de portada: El despertar de las hormigas (Antonella Sudasassi Furniss, 2019)

Por Ashley a secas

Antes del cine existió el teatro (que continúa siendo una expresión artística relevante), en el que había un coro, el cual representaba la voz del pueblo, o una conciencia colectiva, volviendo a los espectadores actantes. Con la llegada del cine, las corrientes ideológicas y artísticas, esta voz se fue desdibujando, hasta perderse la intervención del público, o la idea de ésta. ¿Por qué este antecedente y la intervención del público es relevante? Porque nos permite contrastar la experiencia de ambos espectáculos para resaltar la importancia de un diálogo entre actores y público, de lo contrario nos volvemos simples receptores, sin injerencia sobre lo que hay en la pantalla.    

El cine fue una gran evolución de la fotografía en movimiento; quizá ésta, la foto, logró en algunos casos ser igual de violenta que el cine, relación que guarda con sus palabras de relevancia como: disparo o captura. “La Fotografía es violenta no porque muestre violencias, sino porque cada vez llena a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado” (2009, R. Barthes, p. 104). Éste es el medio del que se valió el cine para su reproducción, dándole a este movimiento la estática que acompaña a la captura.

Por tanto, lo que se propone el presente ensayo es evidenciar las problemáticas de aceptar sin cuestionar las influencias del cine, principalmente las que reproducen la violencia en contra de los cuerpos de las mujeres, y cómo estas se legitiman en el poder. Leer más

“Anhelo comestible”

Un platillo inspirado en María de Jorge Isaacs

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Efraín acaba de llegar a la casa paterna después de seis años de estudiar en Bogotá y como es obvio, la familia lo recibe con abrazos y alegrías en el alma de esa hacienda de techos de barro que huele a rosas. También con una cena en el inmenso comedor que se abre al exuberante paisaje del Valle del Cauca colombiano “las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. Las auras del desierto pasaban por el jardín recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río. Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura de sus noches, como para recibir a un huésped amigo.”

 

La piedad amorosa de la madre sentada a la izquierda del padre, quien está a la cabecera de la mesa, se evoca en sonrisas y prolongados silencios, “era la más feliz de todos” nos dice Isaacs, mientras los hombres hablan de asuntos generales. Durante el momento que dura la cena se percibe la dicha por el reencuentro, la amabilidad, el respeto de la familia. Pero éste no es más que el preludio de lo que será toda la novela: un sutil juego de aromas, sabores y seducción.

 

Frente a Efraín está sentada María, su amor de adolescencLeer más

Nuevo mundo

Por Abril Alcaraz[1]

 

El hombre que nos trajo cosas que tenían nombre llegó con los invasores, pero él no era un invasor.

Nuestras cosas no tenían nombre. Eran las cosas que siempre habían estado aquí, como nosotros siempre habíamos estado aquí.

Para nosotros, el mundo era un lugar de multiplicidades innominadas. Los objetos y los seres se agolpaban y se dispersaban sin razón. Hablábamos con las cosas lo mismo que hablábamos de ellas y no había diferencia entre ellas y nosotros. Nos daban y nos quitaban del mismo modo en que les dábamos y les quitábamos, como una danza en la que donde uno pone el pie el otro lo retira y ambos avanzan o retroceden o giran en concordancia, aunque una vez u otra den un traspié. A nosotros nos gusta bailar. Nos gusta la danza del cántaro que pasa lleno de mano en mano para apagar el incendio y vuelve, ansioso de volver a llenarse; nos gusta la danza del viento que enreda la túnica en las piernas haciéndonos trastabillar levantando el polvo; la danza de la palma que se inclina gentil si suben los niños por frutos y se yergue galante cuando bajan con la boca a reventar de dátiles maduros. Así también bailamos con las cosas y nuestro hablar es una danza que nos hace girar y girar y girar hasta que todo pierde su forma exacta y se enreda, se arrebuja —como dentro de un torbellino todo vira incesantemente y sube y baja, y se revuelven los colores, se separan, y todo puede ser grande o pequeño según se encuentre cerca o lejos lo uno de lo otro— y todos los sonidos de todas las cosas que hablan al mismo tiempo son como el zumbido de miles de abejas cantando en el aire con sus alas.

Hoy sabemos que cuando están juntas todas al mismo tiempo, las cosas vivas blancas de espeso pelambre son “rebaño”. Cuando ocurren solas no son más que “ovejas” o “corderos”. Desde que conocemos el nombre de las cosas es como si el mundo nos mirase con recelo a la dLeer más