Foto tomada de El País
Por Ximena Cobos CRUZ
Escribo esto porque se ha convertido en una necesidad, primero, de desahogo del coraje de observarlos ahí, sentados, clavando la mirada impunemente, sin pudor o pena alguna en cada mujer que se levanta para descender en la estación siguiente, haciendo gestos asquerosos, sin que nadie diga nada. El silencio nos vuelve cómplices en esta perpetuación de su machismo, de su cosificación de nuestros cuerpos, de su morbo, de su territorialidad y su falta de respeto a espacios que queremos sólo nuestros para sentirnos tranquilas.
En segundo lugar, lo hago porque quiero que seas tú, mujer, mi interlocutora más directa, porque es a ti a quien más ganas tengo de explicarte el panorama. Somos cómplices, sí, ya te lo he dicho. De cierta manera, estamos colonizadas del pensamiento, no obstante, hay que romper con eso y con la complicidad no razonada en la que incurrimos cuando tomamos la decisión, a la ligera, de subir al vagón exclusivo con un hombre acompañándonos. Sí, defiende con garras y coraje al hombre que va a tu lado, que se ha ganado tu confianza y por ello puedes afirmar sin reparo alguno que él sería incapaz de agredir a una mujer, estás en tu derecho, pero escucha ahora. Lo primero es recordar la cantaleta “el amigo, novio, padre, hijo, hermano, compañero de una, amable y respetuoso, ha sido también el agresor de otra(s)”. ¿Todavía no lo crees? No hay problema, eso no hace que subir al vagón exclusivo con él, o ellos, no sea una falta de respeto para el resto de mujeres que decidimos tomar esa opción. Estás imponiendo una persona con la que es tu decisión ─enteramente personal, individual─ estar, a otras que decidimos y buscamos permanecer lejos de ellos en esos hermosos oasis separatistas.
Te explico, es muy fácil. Cuando subes con ese hombre que dices respeta a toda costa a las mujeres, lo que provocas es una bola de nieve que crece a cada estación; cuando hay un hombre en ese espacio exclusivo, éste se convierte en un mensaje para otros: si él va ahí, yo también puedo. Entonces, sube uno y otro y otro más. Si bien tu acompañante puede “no ser agresor”, es el anzuelo, el ladrillo en que fundan los otros hombres su derecho a abordar en una zona exclusiva para mujeres, porque, además, gracias a su educación no formal, entienden todos los espacios como suyos; así, nos expones a todas a una posible agresión, al acoso por parte de alguno de los que subió tras el ejemplo de ese hombre con el que tú abordaste quitada de la pena, segura de su talante de caballero.
Es necesario reflexionar que los hombres se han socializado entendiendo el mundo en relación con sus cuerpos sin imposibles, sin límites, sin lugares prohibidos, por ello, aunque vayan aprendiendo ─muy lentamente─ que esos espacios son sólo para nosotras, con toda su carga cultural, deciden que hay excepciones y abordan el vagón cuando ven que va poca gente y hay lugares ─al fin que ellos se saben no agresores, hombres con la consciencia tranquila─; cuando van con su novia ─pues la respetan y sólo tienen ojos para ella─ o su amiga o su hermana. Sin embargo, ese que se cree no agresor, que subió con su acompañante mujer sin que nadie lo confrontara o quisiera bajarlo, se ve validado entonces para hacerlo cuando va sólo, vuelve a naturalizar la idea de que ningún espacio está negado para él, hombre bueno y ejemplar que le partiría el hocico a cualquiera que se meta con sus mujeres ─espero se vea el sarcasmo de esta frase, el machismo que hay en esa actitud─.
Así, el siguiente día que sube al metro, entra al vagón exclusivo y ¿qué crees? No puede controlar sus ojos y dejar de mirar las nalgas y los senos a todas las mujeres que suben y bajan, porque desde niños se les ha enseñado que pueden mirar los cuerpos de las mujeres sin discreción, para eso son, por eso se las muestran en las películas, en los anuncios, en la pornografía, en las portadas de discos, en los videos musicales, en los videojuegos, en todos pinches lados. Por esos hombres que se autodenominan no agresores ─que quizá has llegado a defender─, pero que para nada han sido capaces de reflexionar sobre sus micromachismos, un espacio que se supone seguro y libre de acoso se convierte en un lugar donde una vez más no puede estar tranquila ni por diez minutos con esa falta que tanto te gusta, con ese escote que usas por el calor insoportable, esos pantalones con los que te sientes bien contigo y tu cuerpo.
Ahora bien, se vuelve fundamental aclarar que no buscamos espacios exclusivos para mujeres en el transporte porque somos delicadas y nos molesta el contacto con la gente, no estamos peleando por un vagón en aras de una comodidad simplona, de esas por las que muchos te dicen “a la otra toma un taxi” ─uy sí, la mejor opción para las mujeres en esta ciudad criminal─; por el contrario, se trata de buscar no comprometer nuestro espacio vital en un lugar donde por demás está decir que es inherente al sitio y la afluencia la ruptura de las leyes “naturales” del espacio íntimo establecido en mutuo acuerdo, con consentimiento. Buscamos que no se transgreda doblemente nuestro espacio personal, el límite entre mi yo y el otro con roces, tocamientos, metidas de mano, pellizcos, eyaculaciones sobre nuestra ropa, camino a donde sea y a la hora que sea. Esas cosas son realidades y hechos no aislados, no es una experiencia que le sucedió a una o a muchas, pero culpa de un hombre en específico; reconozcamos ya que es parte de una violencia generalizada y no una patología acuñada a un perfil específico.
Sería “tan fácil” exigir una campaña intensa de reeducación ciudadana del uso de los espacios exclusivos, con carteles en todos los vagones donde se informe que si eres hombre y abordas el vagón sólo para mujeres incurres en la violación de la fracción XI del artículo 26 de la Ley de Cultura Cívica, la cual establece que ingresar a zonas señaladas como de acceso restringido en lugares destinados a servicios públicos, sin la autorización correspondiente o fuera de los horarios establecidos, será razón de multa de hasta $2,150 pesos. Articulado con el despliegue de un operativo intenso donde se coloque a policías restringiendo el paso y personal de apoyo entregando volantes con la información pertinente. Empero, vivimos en una sociedad donde cada persona trae el machismo introyectado y las acciones para combatir lo que sea se relajan en pocos días u horas; nadie se salva de conductas que violentan y vulneran a las mujeres, mucho menos los cuerpos policiales, aun cuando se trate de mujeres policías. Muchas hemos tenido ya la experiencia desagradable de que la policía sea quien se burla de ti cuando pides que bajen o saquen del área a los hombres; además de que ya no es posible confiar en ellos, nuestra policía está más que corrompida, es violenta, es una institución machista y es algo que debe de reflexionarse una y otra vez hasta entenderse. Son sólo los hombres quienes pueden ─más o menos─ llegar a sentirse seguros cuando ven a los policías en las calles, nosotras, por el contrario, nos podemos llegar a sentir con facilidad amenazadas porque ellos no dudan en acosar, en mirar morbosamente con una sonrisa en sus rostros que refleja lo inmunes que se saben al castigo.
Por ello, a manera de cierre, quiero dejar claro que si nosotras mismas iniciamos la transformación de los espacios con el respeto a las zonas exclusivas, podemos lograr un impacto en la vida de cada una de las mujeres. A través del cambio de actitud con respecto a los hombres que te rodean y su decisión de abordar el transporte exclusivo, se da un paso más ─aunque quizá se juzgue pequeño o insignificante─ en la lucha de las mujeres por una vida libre de violencia, de acoso, de miedo.
Pertinente crítica para la reflexión sobre los espacios exclusivos, sobre todo porque no se queda en el simple señalamiento, sino que se vislumbra el inicio de una propuesta viable de intervención social. Saludos y gracias por el escrito.