¿La política es racional o pasional?

Por Mauricio Torres Peña[1]

Hace unos días escuché la anécdota de un periodista sobre la entrevista que realizó a un diputado, el cual utilizó gran parte del tiempo criticando y difamando a un partido político, durante el corte, el periodista comentó que representantes del partido reprochado se aproximaron a las oficinas de la emisora radial para recriminar la insolencia del diputado, este encuentro terminó en el intercambio de golpes y algunos improperios personales, todo por la deslegitimación verbal a un partido político.

Pero, ¿por qué un asunto de naturaleza política puede llegar a una reyerta?, ¿por qué se pelean? Para responderlo, como propuesta desde la ciencia, debemos analizar la naturaleza intrínseca del humano en cuanto a su conducta. Hay que partir de que todos disponemos de un sistema límbico en las estructuras subcorticales del cerebro, que se encarga del procesamiento anímico, una parte de ella, la amígdala, que se encarga de regular las emociones, se activa cuando percibe una amenaza en su entorno para que adoptemos un mecanismo de defensa. Para ello se comunica con el hipotálamo con el fin de inducir a otros órganos la liberación de adrenalina, norepinefrina y cortisol (hormona del estrés) para predisponer orgánicamente nuestro cuerpo a un accionar defensivo, al ataque o a la huida. Las hormonas mencionadas aumentan la frecuencia cardiaca, aumentan el azúcar en la sangre para que los músculos dispongan de ella en caso de pelear o escapar, sudamos y nos ponemos en estado de alerta.

Este espectro fisiológico es el producto de una herencia de los mamíferos inferiores que lo usan para maximizar su supervivencia cuando son amenazados. En los humanos, este mecanismo es muy útil cuando nuestra vida se encuentra en peligro, sin embargo, se activa constantemente cuando estamos expuestos a amenazas inocuas, simbólicas o incluso fantasiosas. El problema de este mecanismo neuro-hormonal es que desconecta nuestra corteza prefrontal de la toma de decisiones (en esta corteza radica el razonamiento, la reflexión, el análisis y el autocontrol), y la batuta la toma la amígdala, cuyo accionar está limitado al ataque, huida y defensa.

Ahora bien, cuando apoyamos un partido político, no solo lo hacemos porque sus planteamientos o su corpus ideológico son compatibles con nuestros criterios, también los elegimos por que nos ayudan a crear un “sentido de pertenencia”, esto nos permite identificarnos con un grupo del cual podemos obtener beneficios directos e indirectos, nos facilita la defensa o conquista de intereses comunes, podemos conseguir reivindicaciones satisfaciendo la necesidad psicológica de sensación de seguridad y compañía.

Ese “sentido de pertenencia” que creamos con una agrupación política, nos lleva a identificarnos con lo que ella representa en sí misma y nos hace sentirnos como parte de ella, como si fuera una “entidad mayor”. Por ese motivo, cuando desacreditan a nuestro partido de preferencia, tendemos a incomodarnos y enfadarnos, porque cuando lo difaman tenemos la impresión de que esa afrenta va dirigida a nosotros mismos (Pertenencia) y nuestro cerebro no lo asumirá como una crítica ordinaria y fútil, sino que lo asimilará como una amenaza que agrede a lo que nosotros creemos que es parte nuestra. Entonces, ¿quién creen que se activará? Así es, acertaron, se activará la amígdala con sus mecanismos de defensa emocionales, instintivos e irracionales. Esto precipita la conducta humana hacia un accionar irreverente de nula sensatez, lo podemos ver por ejemplo en los insultos (entre partidistas de ideologías opuestas), agresiones (como las que se ven en varios parlamentos) o en la defensa de elementos injustificables (como pedir a los militares salir a las calles para desconocer a un presidente electo democráticamente).

A pesar de que Frans de Wall en su libro La política de los chimpancés menciona que estos primates también son capaces de obedecer al líder, traicionar, organizar conspiraciones o buscar la simpatía de la manada sin ser honesto a través de las conductas forzadas (como acariciar a una cría ajena sin apreciarlo realmente), esto no significa que nuestra política sea la herencia inherente de un esbozo “mamífero” o “pasional”, sino todo lo contrario. Los sistemas políticos humanos constituyen estructuras más complejas, con factores sociales, económicos y culturales, que influyen a toda su dinámica y funcionamiento, y que en conjunto tienen una justificación filosófica con un sistema de valores subyacente. Esto quiere decir que gran parte de las doctrinas y postulados políticos, sus instituciones y sus protocolos son diseñados e intervenidos por la razón, es decir, por la corteza prefrontal, exclusiva de los humanos.

¿Entonces por qué a veces actuamos irracionalmente con la política? Esta torpeza es una conducta residual de nuestro pasado de mamífero inferior, que sin duda alguna aún tiene vigencia funcional (cuando somos perseguidos por un tigre furioso), pero lastimosamente se usa en contextos ajenos e indebidos (como en una discusión entre parlamentarios furiosos).

¿Es bueno que las emociones participen en la política? Eso depende, porque el entusiasmo y la motivación (modulada por la amígdala cerebral y el núcleo accumbens respectivamente) son necesarias para defender un ideal o un derecho que creemos justo y que es justificado con toda coherencia y consistencia, siempre y cuando la participación de la amígdala (emociones) sea mesurada. Caso contrario, cuando exista el predominio de la amígdala, el ciudadano no apelará a la “razón”, sino más bien al “sentimiento” político. 

Amargamente, algunos líderes y agrupaciones políticas acuden a las pasiones de sus seguidores (generalmente usando el miedo, principal estimulo de la activación de la amígdala) para la defensa de sus intereses, y desdeñan la razón, desvirtuando la naturaleza racional, crítica y reflexiva de la política, impidiendo que el ciudadano sea dueño autentico de su pensamiento y de su palabra, resultando más bien víctima de sus pasiones en la hora de tomar decisiones o abordajes políticos.

Por eso debemos tener cuidado de lo que pensamos y sentimos, pues nuestro cerebro aún tiene un débil engranaje que nos puede llevar a tomar decisiones o accionares equivocados en materia política, la cual puede ser vilmente aprovechada por los “politiqueros”.

 

 

[1] Columnista, estudiante de medicina y auxiliar de catedra en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno

 

Publicado en Opinión y etiquetado , , , .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *