Imagen: Banksy
Por Franco García
En un mundo interdependiente, conectado mediante sistemas políticos y económicos con intereses particulares, la globalización es la articulación de toda actividad humana en torno a su vida social, política, económica y cultural. Esto, desde luego, conduce a un nuevo orden mundial, donde coerción/dirección son los elementos necesarios para la transformación de cualquier gobierno. Con la influencia del neoliberalismo a lo largo y ancho de América Latina y el Caribe, y su afición por resolver los problemas sociales con modelos matemáticos, se alejó al pensamiento humanista del interés social, conllevando a una crisis civilizatoria.
Muchas han sido las causas para que no se tomen en cuenta las Humanidades en el siglo XXI, haciendo de ellas un verdadero malestar. Si bien es cierto que la globalización permite el desarrollo y crecimiento económicos de un país, los resultados han sido lo contrario: violencia, desigualdad, racismo, xenofobia, clasismo, misoginia; predominancia por lo efímero, lo light. Un hedonismo de lo más divulgado posible. Por momentos, la dinámica de la globalización reproduce un nuevo individuo pero desordenado, conformista, escéptico, predecible y desmoralizado.
Sin olvidar, claro está, que dentro del marco de la modernidad está someter, integrar y dirigir a la sociedad atrasada. Desde la década de los cincuenta hasta los ochenta, las dictaduras en países subdesarrollados fueron la evidencia de la justificación moderna. Tiranos o caudillos se impusieron por la fuerza para reformar una creencia racional y nacional, logrando, a la par, que sus economías padecieran los crueles estragos: desempleo, inflación, privatización de empresas gubernamentales, enriquecimiento ilegal, corrupción, pobreza extrema, expulsión de la mano de obra, bajos salarios, horas de trabajo excesivas, violación de los derechos humanos, degradación ambiental, pérdida de soberanía, etc. Desde luego que los condenó a la miseria y rezagos económico, político y social.
Este enfoque moderno resultó negativo para los ciudadanos y la fascinación se convirtió en aberración: guerras, conspiraciones, asesinatos, desparecidos. El modelo civilizatorio de la globalización logró que los ciudadanos se obsesionaran por lo novedoso, que consumieran modernos bienes y servicios (alimentos transgénicos, aparatos electrónicos, internet, redes sociales, etc.), que adoptaran y adaptaran una nueva cultura, pues en ella encontrarían la igualdad, la libertad, la fraternidad, la felicidad, e incluso el amor con las aplicaciones para sus celulares. Sin duda alguna, la globalización es un tema complejo y contradictorio, ya que establece estructuras específicas, difunde libremente sus decisiones, impulsa la sólida integración de los estados, desregula y liberaliza a las economías. Huelga decir: una modernización que se expande y deforma instituciones e impacta en la vida social.
Si aterrizamos este fenómeno mundial en México, encontramos una desestabilización social, porque al absorber a las masas campesinas y mezclarlas con las masas obreras, de manera inmediata se crearon sectores sociales híbridos e informales en las grandes urbes. El proceso de globalización también hizo de las instituciones mexicanas herméticas para cuestiones sociales (seguridad social y pública, derechos humanos, corrupción, etc.) y vulnerables para intereses económicos internacionales (tratados de libre comercio). En cuanto a temas de educación y cultura, estos pasaron a segundo plano.
Así, durante los últimos años, el sistema educativo de México se ha visto mermado por la reducción de materias como Filosofía, Historia, Literatura, Educación Artística; y se dio prioridad a Computación, inglés, Informática e Ingeniería. Sí, materias indispensables para el mercado laboral y el desarrollo de la ciencia y tecnología. Pero ¿por qué, entonces, las Humanidades ya no son tan indispensables actualmente? Porque para algunos economistas, empresarios y políticos no son rentables/redituables, porque son catalogadas como simple ocio, porque el mercado laboral exige una profesión más tecnificada, pese a que el país atraviesa por un caos político, social y cultural. No se trata de condenar o crucificar la globalización, sino de aprovecharla, difundirla y reforzarla con el pensamiento humanista.
Aunque alguien podría mencionar que la ciencia y la tecnología, por ejemplo, se subordinan a los intereses de las élites empresariales y resulta complicado que mantengan ese espíritu humanista. Es imposible que un científico actué sensiblemente sabiendo que trabaja para un laboratorio con fines de lucro, y comparta de manera gratuita los medicamentos para el tratamiento de enfermedades graves como el cáncer, el sida, entre otras. La filantropía, a fin de cuentas, sólo es simulación y funciona por lapsos breves, pero no se tiene que esperar a que por caridad de los millonarios se resuelvan las agendas políticas de los gobernantes. Para el caso de la cultura sucede lo mismo: se subordina al mercado, se mercantiliza.
En ese sentido, las reformas estructurales que lleve a cabo el presidente Andrés Manuel López Obrador deben ser con programas de integración, no de subordinación; se trata, pues, de preservar los lazos cooperativos de toda la sociedad mexicana. En esta línea, su discurso político para combatir la pobreza, la desigualdad social, el analfabetismo, el desempleo, los feminicidios, hasta del momento, sólo se resuelven en lo religioso, con códigos de moralidad. Si desea que su plan nacionalista de reactivación funcione, debe ir más allá de sermones o becas precarias. Debemos tomar en cuenta que la violencia no se erradicará de la noche a la mañana porque son procesos de largo plazo y, por ende, la honestidad, la confianza, la voluntad de cooperar no se someten a consulta. Tal vez se requiera de un proyecto ético-civilizatorio, por muy utópico o romántico que parezca. Si los fracasos de los gobiernos anteriores fueron predecibles, ésta es la oportunidad del presidente en turno de reestructurar el tejido social, con una democracia un poco más “humanista”. Estamos a tres años de su gobierno y los compromisos sociales siguen sin ser atendidos. Las expectativas fueron elevadas para lo poco que se ha visto.
Así pues, considero que las Humanidades pueden ser fundamentales para el desarrollo y crecimiento económicos de un país en plena globalización si se aprovechan de mejor manera, porque son claves para el compromiso social y político. No sólo es ampliar la infraestructura escolar o cultural (becas o premios), sino valorar la mano de obra altamente calificada que año con año egresa de las universidades, mano de obra capaz de competir con cualquiera de otro país del primer mundo. Muchos de los jóvenes que estudiaron Humanidades se hacen la misma pregunta al concluir sus estudios: “Y ahora… ¿dónde trabajaremos?” Algunos —o casi la mayoría— optan por cursar un posgrado y dedicarse medianamente a la investigación, que también es un tema complejo en un país como el nuestro. Nadie duda que las becas sean fundamentales, un medio de subsistencia, pero tienen límites y los límites generan incertidumbre. O bien, se dedican a la docencia a nivel básico y medio superior, enfrentándose a la cruda realidad salarial. De nueva cuenta: ¿para qué sirven las Humanidades en estos tiempos? ¿Quién necesita a un poeta, un músico, un pintor? Sí, los mexicanos necesitan trabajo, seguridad social y pública, etc., pero también un poco de sensibilidad y empatía.
El Estado, las universidades y el sector laboral desempeñan un papel relevante en la toma de decisiones porque establecen objetivos claros, vigentes y definen el rumbo de un país. De ahí que sean elementos estratégicos para las negociaciones comerciales entre naciones, de medidas cooperativas y de acciones públicas y privadas. Mucho se ha criticado al presidente Obrador porque no tiene un plan económico definido y se le ha encasillado de viejo keynesiano, populista, asistencialista o proteccionista, tirano o dictador, un sucesor de Luis Echeverría; empero, el entorno nacional e internacional ha puesto en jaque sus decisiones y las de las nuevas generaciones de políticos. Es cierto, el reto es enorme y se trata de aprovechar cada acontecimiento internacional y adaptarlos de acuerdo con las necesidades actuales del país, aprovechar sus ventajas competitivas. Hay quienes afirman que las crisis significan oportunidades y —repito— quizás ésta sea la oportunidad de AMLO de convertirse en héroe o villano.
Por otro lado, el efecto del Covid-19 evidenció la debilidad del sistema de salud y lo herida que se encuentra la sociedad mexicana desde hace décadas, la falta de trabajo en equipo y lo violento que pueden llegar a ser los mexicanos en momentos de emergencia sanitaria. Hoy más que nunca las Ciencias y las Humanidades nos demuestran que recurriendo a ellas podríamos salir de cualquier tipo de apuros, máxime del desconcierto político y social. Si a veces existen pérdidas de valores y sentimientos a causa de la globalización o de crisis económicas y sanitarias, es momento de reconfigurar y dejar de ser víctimas de la derrota, el miedo y la ignorancia. Se trata de construir bases sólidas a partir de un pensamiento ético-humanista para que las instituciones del actual gobierno promuevan la simpatía y la confiabilidad de sus funciones. No representan a un individuo, sino a una sociedad. Concluyo con unas palabras del poeta, ensayista, diplomático y humanista, Alfonso Reyes: “La subsistencia de la sociedad es indispensable a la subsistencia de cada ser humano y de la especie humana en general”.
Parece que no se está logrando nada en este sexenio, porque las transiciones son muy complicadas. Por otro lado, la globalización está en decadencia desde hace veinte años.