Por Angélica Mancilla
El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la ola feminista inundó las calles del mundo. Sin duda ha sido un hecho histórico. En México, nunca antes en la conmemoración de esta fecha se había visto tal presencia de las mujeres en las calles, de todas las edades, de todas las clases, de todos los colores.
El feminismo hoy es vivencial, se manifiesta en el cuerpo. Sobra creatividad. Las mujeres más jóvenes se han lanzado a la acción directa y muchas otras, de distintas edades, siguen generando espacios de diálogo, de estudio, de escucha, de reflexión.
Así que hoy, después del #8M y del #9M, después de mostrar nuestra fuerza, nuestra rabia, nuestra indignación, nuestra organización, me es imposible no preguntarme qué sigue. Si bien estoy segura de que no vamos a parar, me parece que es importantísimo recordar y decir en voz alta que el feminismo no sólo es la exigencia de no más feminicidios e impunidad, de políticas públicas y de reconocimiento de nuestros derechos; el feminismo es anticlasista, antirracial, anticapitalista y anti todo tipo de opresión. El feminismo está cargado de potencia política que le apuesta a la transformación de la sociedad.
Por supuesto que fue muy bonito mirarnos en la marcha del #8M y no mirarnos en el paro del #9M, pero no podemos darnos el lujo de despolitizar al feminismo; recuperar a las teóricas feministas y escuchar a quienes se han dedicado a estudiarlas y repensarlas no es un mero capricho, no puede ser un privilegio, las necesitamos para tener claridad en el movimiento, para evidenciar a quienes se quieren montar en el discurso feminista por intereses propios y de clase. Centrarnos en el discurso de la igualdad de género del feminismo institucionalizado, para acceder a los mismos “derechos” que gozan los hombres, para ser iguales a los hombres, es peligroso, pues, tal como lo ha planteado bell hooks, “no puede existir un ‘feminismo del poder’, si la imagen del poder que se evoca es el que se obtiene mediante la explotación y opresión de otras personas”.[1]
Mantener ese discurso y seguir reproduciéndolo por todos los medios posibles —recuerda bell hooks— nos hace correr el riesgo de que suceda como cuando las feministas reformistas en Estados Unidos sólo hicieron hincapié en la igualdad de género, excluyendo a quienes buscaban —y seguimos buscando— transformar el sistema sexogenérico, de clases y razas, más allá del acceso y reconocimiento de derechos, pues, si bien las mujeres blancas empezaron con la reivindicación de su “necesidad de libertad siguiendo los pasos de los derechos civiles, justo en el momento en el que se estaba luchando contra la discriminación racial, […] eclipsó las bases radicales del feminismo contemporáneo que reivindicaban la reforma y reestructuración general de la sociedad para que nuestro país [Estados Unidos] fuera fundamentalmente antisexista”.[2]
Por eso hoy, me parece que es indispensable aprovechar la fuerza y acción del movimiento feminista para reflexionar desde dónde estamos luchando y por qué estamos luchando, a partir del cuestionamiento de nuestros privilegios frente a otras mujeres y de los privilegios de otras frente a nosotras, para tener nociones claras de hacía donde vamos. Necesitamos resonar en todos los movimientos sociales y en las luchas populares —en las que también participan mujeres— que no consideran la liberación de las mujeres como una apuesta esencial para la transformación de las sociedades, porque conciben que la lucha de clases es aún más importante.
Por lo anterior, a continuación, me permitiré recuperar brevemente el análisis que Gayle Rubin hace sobre el sistema sexogénerico,[3] concepto que desarrolló para demostrar el fracaso del marxismo clásico al no abordar la implicación del sexo, dado que, para Marx, ser hombre o mujer no era relevante en la lucha de clases.
Gayle explica que el fracaso del marxismo se centra en que se ha buscado explicar la opresión de las mujeres a partir de la plusvalía que el trabajo doméstico de éstas aporta al capitalismo, donde se pone en relieve la precariedad a la que están expuestas, sin embargo, dice Rubin, “explicar la utilidad de las mujeres para el capitalismo es una cosa, y sostener que esa utilidad explica la génesis de la opresión de las mujeres es otra muy distinta”, ya que “ningún análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo en el capitalismo puede explicar el ligado de los pies, los cinturones de castidad ni ninguna de las fetichizadas indignidades de la increíble panoplia bizantina […] no explica ni siquiera por qué son generalmente las mujeres las que hacen el trabajo doméstico, y no los hombres”,[4] y que hoy se mantiene, porque, para Rubin, el género es una construcción social basada en el sexo para construir productos sociales que garanticen la reproducción del sistema.
Gayle Rubin analiza cómo Marx parte de que las supuestas necesidades del trabajador, así como sus supuestas formas de satisfacerlas son productos del desarrollo histórico, pero que, a diferencia de ellas, en la fuerza de trabajo —vista también como mercancía— entra un elemento histórico y moral. Por tanto, para Rubin, si se analiza este elemento “histórico y moral” que plantea Marx y que no desarrolla, es posible “delinear la estructura de la opresión sexual”.[5]
Engels fue quien lo alcanzó a vislumbrar e incluyó “el sexo y la sexualidad en su teoría de la sociedad”,[6] que si bien, para Rubin, no logró penetrar en la complejidad de la opresión sexual, sí diferenció entre las relaciones de sexualidad y las relaciones de opresión, pero no alcanzó a desarrollar “la recíproca interdependencia de la sexualidad, la economía y la política”,[7] y que las feministas radicales[8] sí expusieron como sistema de dominación sexual “sobre el que se levantan el resto de las dominaciones, como la de clase y raza”.[9]
Luego entonces, me parece que quienes enarbolan las demandas sociales y no reconocen la histórica opresión de las mujeres, cuyo origen va más allá de la implantación del capitalismo, y quienes se asumen como feministas y no están dispuestas a reconocer ni a dejar su posición de clase, seguirán siendo cómplices de un sistema que significa muerte no sólo para las mujeres, sino para todas las personas, para el planeta y para otras especies. No perdamos la oportunidad que el movimiento feminista hoy nos ofrece; historicemos, empaticemos y apostémosle a transformaciones reales.
[1] hooks, bell, El feminismo es para todo el mundo, Madrid: Traficante de Sueños, 2017, p. 26.
[2] Rubin, Gayle, “El tráfico de las mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, Nueva Antropología, vol. VIII, núm. 30, México, 1986, pp. 24-25.
[3] De acuerdo con Gayle Rubin, el sistema sexo/género “es el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual satisfacen esas necesidades humanas transformadas”.
[4] Ibidem, p. 101.
[5] Idem.
[6] Idem.
[7] Ibidem, p. 141.
[8] Para Nuria Valera, radical significa “tomar las cosas por la raíz y, por lo tanto, irían a la raíz misma de la opresión” (Valera, Nuria, Feminismo para principiantes, Madrid: B de Bolsillo, 2013, p. 84).
[9] Millet, Kate, Política sexual, Madrid: Cátedra, 1970.