Por Julio Macott
El Ministro de Salud de Colombia ha liderado, sin descanso, con aplomo, con conocimiento y con acierto una destacada gestión del sistema de salud que ha permitido atender la enorme tragedia que nos ha tocado vivir este año y que le costó la vida a casi ¡50.000! personas. Le faltaba poder anunciar que hay un camino claro para vacunar a la mayor parte de la población, que es la única manera en que saldremos de la tormenta, y finalmente lo pudo hacer. Ahora tiene el círculo perfecto.
En los cargos públicos, los funcionarios tienen eso que los abogados llaman una obligación de resultado. No se trata de hacer todo lo posible, sino de lograrlo, y la opinión ciudadana, con el enorme y creciente poder que le dan las tecnologías de la comunicación, es implacable y este Ministro lo ha logrado: fortalecer el sistema de salud para que en ningún lugar del país haya existido colapso a pesar de la altísima demanda de servicios, especialmente los de cuidados intensivos.
De eso se trataba, los epidemiólogos lo advirtieron desde el principio. La magnitud de la pandemia no dependía de las decisiones de los gobernantes. El virus se iba a expandir inevitablemente, había que tratar de intervenir en su dinámica mientras se adaptaba el sistema de salud para tener capacidad de atender a quienes requirieran los servicios. A los europeos, e incluso a ciudades como Nueva York, el virus los sorprendió; no alcanzaron a reaccionar y eso aumentó por miles el número de muertos. Por eso, en España, Francia, Italia, Bélgica y en varios otros países de Europa ahora hay funcionarios encausados por posible negligencia en la gestión de la salud durante la pandemia. De eso nadie podría acusar a Fernando Ruiz en Colombia.
Se cuentan por decenas los ministros de salud que tuvieron que dejar sus cargos por resultados insatisfactorios: en Argentina, Perú, Guatemala, Polonia, Francia, Brasil, Chile, Panamá, Nicaragua, Suecia, Bélgica; en Bolivia está preso por negociados con respiradores y en Nueva Zelanda se tuvo que ir por no cumplir con las medidas de cuarentena.
En cuatro meses, el ministro colombiano logró ampliar el número de camas adecuadas para cuidado intensivo, multiplicar por diez el número de pruebas que teníamos capacidad de practicar para detectar el virus, poner en funcionamiento instalaciones que se encontraban abandonadas como varias de las de Saludcoop, trasladar recursos adicionales a las entidades territoriales para el sector salud, pagar una parte importante de las deudas a las IPS y ponerse al día en sus salarios con la mayoría de los servidores del sistema.
Ruiz lideró con el Instituto Nacional de Salud, donde encontró una gran coequipera, la ampliación de la red de laboratorios, el sistema de información y monitoreo y consiguió darle credibilidad a la comunicación, en general, y a las cifras en particular, que al comienzo fueron cuestionadas básicamente por la gigantesca desconfianza en las instituciones que claro que hacía más difícil el trabajo del Ministro.
En medio de una gran pugnacidad política, agravada por el nerviosismo que genera una circunstancia como la que creó esta pandemia, el ministro mostró una inteligencia emocional a toda prueba. Nunca levantó la voz, no tuvo una palabra que no fuera la correcta, atendió con paciencia todas las preguntas; y sus respuestas, en general, dejaron tranquilos a sus interlocutores, terminó siendo mediador en las tensiones entre el Gobierno Nacional y los gobiernos locales, especialmente el de Bogotá.
Se sobrepuso al déficit de liderazgo presidencial. En un estilo de gobierno en el que el Presidente no es el que da la línea sino que la recibe, se requiere de ministros con iniciativa, con asertividad.
Le sacó pacientemente el tiempo a atender el requerimiento presidencial que lo obligaba a quitarle atención a decisiones cruciales para acompañar a Duque en su programa televisivo diario que, si bien ha servido para informar a la ciudadanía sobre la situación de la pandemia, evidentemente se ha convertido también en un distractor de las obligaciones oficiales. Pero parece ser el juguete preferido del Presidente y eso, lo de complacer en sus vanidades y complementar en sus debilidades a los jefes, también lo tienen que hacer los buenos funcionarios.
Paradójicamente, llegó al cargo por recomendación política del partido Cambio Radical y eso hacía que quienes no lo conocían lo recibieran con desconfianza. Quienes lo conocían, sabían que conocía el sistema de salud como pocos y que, a pesar de llegar al cargo en el marco de un esfuerzo por armar una coalición progubernamental en el Congreso, merecía el calificativo de “técnico”, ese halo que se arrogan algunos para elevarse en un pedestal moral sobre el que Ruiz no quiere subirse porque sus fortalezas y logros crecen en ese estilo sencillo y alejado de toda arrogancia.
Seguramente, si al ministro le preguntasen qué cree que fue lo que más ha aportado en su gestión dirá cualquier cosa, pero sentirá que ha sido ese enorme sacrificio personal y familiar, casi nunca valorado, que significa ejercer un cargo como el que tiene y que la mayoría de los ciudadanos no solo no reconocen sino descreen porque lo asocian a privilegios injustificados y a la posibilidad de enriquecimiento rápido.
Ese sacrificio tampoco cuenta si los funcionarios fracasan: el juicio suele ser indolente. Por eso, la noticia de que Colombia va en buen camino en materia de acceso oportuno a la vacuna era necesaria para que todo lo que ha hecho Ruiz no pasara a un segundo plano, y ahora, sin mucho debate, creo, podamos reconocer su enorme trabajo y a través de él ese enorme trabajo que hacen tantos miles de otros funcionarios que sacrifican también su tranquilidad por cumplir una tarea que nos sirve a todos. Gracias.