El aceleracionismo para organizar el vacío entre paréntesis

Por Francisco Tomás González Cabañas

En primer lugar, se pretende fundamentar la importancia de dos ejes conceptuales que hacen a la historia política-filosófica, los cuales, desde este humilde punto de vista, considero han sido escasamente trabajados. Así, se hablará del aspecto temporal de lo social no como dimensión contabilizada desde el pliegue o perspectiva hegemónica de lo numérico, como estandarte de lo que luego será la estrella en marcha o piedra basal del capitalismo. En segundo término, la conjetura de análisis de la historia político-filosófica será desde el tiempo entendido, comprendido, vivenciado y relatado, como característica esencial de lo que nos sucede en una dimensión imposible de contabilizar. 

De este modo, sustancialmente planteamos que el tiempo, en el que se hace mención al espacio de lo democrático en clave marxista, no puede ser argumentado desde la égida de cosificar los sucesos bajo la industrial concepción, que será esbozada como “razón instrumental”, del transcurrir, anotados o apresados en el circular de una aguja sobre un mismo punto, dividida en un semblante numérico que no hacen más que determinar un análisis, del que si no salimos, constituirá siempre la trampa del absoluto propia del capitalismo. 

Finalmente, la intervención de los autores destacados de los que nos nutrimos reforzará la presente conjetura, para que la humanidad deje de ser un instrumento de una forma o idea, de atrapar al hombre en una dimensión “capital” que lo deshumaniza y lo expolia de su propio ser o sentido. El tiempo absolutizado, como un fenómeno numérico, es la razón de la sinrazón de la plusvalía existencial, de la que el sujeto no puede aún escapar, ni dialécticamente. 

 

Si observamos el accionar de las agujas de un reloj, daremos cuenta que a ese tiempo lo pretendemos encerrar en las dimensiones del espacio. Simultáneamente, sin embargo, sucederán diversas cualidades que tendrán otro tipo de tiempos para cada uno de los que lo experimentemos, independientemente de si ese reloj dio cinco millones o cincuenta millones de vueltas.  Así nos despertó Bergson cuando alumbró el concepto de durée (duración) como “la forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo se deja vivir; cuando se abstiene de establecer una separación entre el estado presente y los anteriores”[1]

Una composición musical es la alegoría mediante la cual el francés nos invita a que vivamos nuestro “yo profundo”, entendiendo que el pasado es una parte indiscernible de nuestro presente, que conformará lo que vivamos sucedáneamente. Podemos diseccionar una parte de la melodía, pero no tendrá sentido sin su totalidad, sin esa duración dinámica de sucesos que se prolongarán indefinidamente, mediante sus composiciones heterogéneas. El espacio, aquello que ocurre por fuera de nuestra conciencia, es una composición homogénea que mediante el instrumento número, forjado para conocer lo extenso, nos genera la otra experiencia de la duración impura, la que también nos podrá determinar, llevándonos al yo superficial, donde finalmente emparejamos, maridamos o mixturamos al tiempo con el espacio, confundiéndolos y confundiéndonos. 

De manera tal que ninguna de nuestras experiencias, que nos constituyen y nos seguirán constituyendo, pueden ser dimensionadas por una realidad contada en la repetición de los movimientos de una aguja girando sobre un eje. Tal colección de unidades idénticas sitúan lo escenográfico como un elemento secundario, como un fenómeno posterior, donde se vuelca el contenido. 

En el fluir constante de nuestra dimensión de los hechos, los situamos a estos como diacronías, es decir, que se suceden en una suerte de espiral en donde constituimos el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, los mismos nos habitarán en nuestra conciencia de un modo no espacial, sino sincrónico. Kant hubo de encontrar la metáfora del mito griego de Gea y Urano, separados por la acción violenta de Cronos (castra al padre), que precisamente es el tiempo físico, que surge entre el cielo y la tierra (que constituían sexualmente lo homogéneo e indiscernible). Bergson, sin refutar expresamente, nos dirá que esa separación no ocurre dentro nuestro, sino en un afuera, que debe ser mensurable por una determinación temporal-numérica, pero que no modifica sustancialmente la durée o duración. “Se espera que la experiencia futura sea como la pasada”, nos alecciona y el sentido más cabal y cotidiano lo narrará majestuosamente un pariente político suyo, Marcel Proust en su obra “En busca del tiempo perdido”. 

Más acá en ese “tiempo” convencional, lo retoma otro gran literato, Jorge Luis Borges en parte de su obra, pero lo podemos apreciar taxativamente en su cuento “El milagro secreto”. “Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: Un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo Alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.”

En el contexto pandémico, el tiempo que no es duración, el homogéneo y tal vez inconscientemente insoportable, fue modificado radicalmente. Las medidas políticas y sociales que se tomaron en todo el globo, modificaron las conductas más comunes que dimensionábamos como las más habituales y constitutivas. La educación, el trabajo y el divertimento, se restringieron en el campo espacial. Forzosamente y sin que nos explicaran, de buenas a primeras, los gobiernos nos exigieron lo que nunca alimentaron. Que todos y cada uno de nosotros, quedándonos reducidos en movimiento, habitáramos más en nuestro yo profundo, que en nuestro yo superficial. La técnica, claro, fortaleció y profundizó los recursos telemáticos y a distancia, de lo contrario, tal vez hubiéramos padecido suicidios en masa.   

El tiempo lo es todo, el hombre ya no es nada; todo lo más es la armazón del tiempo. Ya no es cuestión de cantidad. “La cantidad lo decide todo: hora por hora, jornada por jornada”[2]. El tiempo pierde así su carácter cualitativo, cambiante, fluido: se inmoviliza en un continuum exactamente delimitado, cuantitativamente conmensurable, lleno de «cosas» cuantitativamente conmensurables también (los «trabajos realizados» por el trabajador, cosificados, mecánicamente objetivados, separados con precisión del conjunto de la personalidad humana): en un espacio[3]

A partir, entonces, de esta concepción política-económica de la relectura de la propuesta de Marx a través del pensador húngaro, creemos propicia la posibilidad de pensar una democracia más allá del número y más vinculada a lo conceptual del común. 

[1] Bergson, H. Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Ed. Sígueme. Salamanca, 1999. p. 120.

[2] Miseria de la filosofía. pp. 56-57

[3] Lukács, G. Historia y conciencia de clase. Instituto del libro. La Habana. 1970. pp. 116-117

 

 

 

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