Por José Daniel Serrano Juárez[1]
No es un secreto que, en el funcionamiento del Estado contemporáneo, cada administración eroga grandes sumas para autorrepresentarse. La aspiración justifica cada centavo: construirse como un símbolo que dure para la posteridad. Decía un profesor de la universidad que, durante la época novohispana, los virreyes utilizaban un amplio aparato de escenificación que incluía la elección cuidadosa de sus atavíos, así como de la manera de transportarse por la ciudad, para que no fueran confundidos con cualquier hijo de vecino (calidad social que no era menor en aquel entonces).
Hoy, en la gran capital, heredera de la Gran Tenochtitlán —como la consideran los más prehispanófilos—, los objetos más afectados por el complejo de trascendencia efímera quizás sean los taxis y las bardas. Hasta donde mi existencia es capaz de dar testimonio, aquellos han ido del verde y el amarillo al rosa mexicano con blanco, pasando en el ínter por el rojo con dorado y unas alas a los costados, ícono de nuestra Victoria en Reforma, ¡qué ilustrativa metáfora! Por su parte, las paredes han cambiado del verde y colorado al guinda moreno, pasando por el cerúleo ensangrentado… Del amarillo ya casi ni nos acordamos.
Los miasmas comerciales han colmado hasta a la administración pública y ahora ya se habla de la “marca país” o la “marca ciudad”. Aquí ya dejamos el anticuado logo con las siglas de la metrópoli contemporánea para abrazar el pictograma que remite al imperio en el lago: la idea es vender a las urbes como un producto atractivo para el turista, pues las divisas extranjeras son, malinchistamente, bien apreciadas. ¡Pobres de los residentes que pagan con pesos! Los centavos son poco estimados.
Con tanto afán que le imprime cada administración a crear su marca, podríamos considerar como un fracaso de marketing, si no es que de gobernabilidad, que todavía se lleguen a ver esporádicos taxis verdes y uno que otro bocho amarillo… Ya no hablemos del problema de la regularización de los auricarmesíes, ello implicaría meternos en los pantanosos suelos de la corrupción y los clientelazgos políticos.
Los topónimos ahora son fetiches y, como resultado, muchas y muchos tenemos fotos posando junto, frente, sobre o sustituyendo alguna letra del nombre volumétrico de los lugares que visitamos —dicen que antes la gente se retrataba en hitos naturales o históricos de cada localidad—. Pero, además de recuerdos, los caracteres nos dejan basura. ¿Dónde habrán quedado todos los cedemequis rosas y negros?
Para que no se diga que la cuestión es local, también podemos hablar de que los gobiernos federales han hecho lo propio: desde el sonado caso del águila mocha, hasta su rehabilitación y, ahora, el uso astuto de la imagen de algunos héroes nacionales en un fondo Pantone 7420. Aún en estos islotes inundados por la marea verde, las heroínas fueron ignoradas hasta el año de Leona Vicario. La igualdad de géneros no ha sido programa político del régimen de la esperanza que, por el contrario, sí es bien humanista.
El gobierno pocas veces actúa con tanta celeridad como cuando se empeña en borrar cualquier monumento que recuerde a las administraciones anteriores. No basta con saber que los tiempos han cambiado, deben recordárnoslo en cada esquina o plaza pública con símbolos de la nueva era. Y entonces se confunde la amplitud de la autorrepresentación con la extensión de la gobernabilidad… Todavía hay algunos profesionales del pasado que se indignan por el número de escudos de armas que se mandaron borrar después de la independencia, argumentan que las pérdidas son invaluables.
Todos los presidentes prometen reducir la pobreza y aunque los programas sociales no tienen fines de lucro, políticos o electorales, en las urnas no se nos olvida quién nos dio despensas, teles o efectivo. Ello, pese a que la solidaridad creó más colonias marginadas, suburbanas y de alta densidad demográfica; ni diciéndonos “progresa”, se nos dio la gana de revertir la pauperización y aunque tuviéramos oportunidades, no pudimos prosperar. Por allá del 2006, se tuvo tanto empeño en vivir mejor que el erario se gastó en poner en cada esquina flores construidas con círculos de colores. ¡Ojalá ese presupuesto se destinara a verdaderas políticas y no a monumentos a la obsolescencia programada de 6 años!
…
Hoy, como en el siglo XIX, los arqueólogos, siempre interesados en las civilizaciones muertas, preguntan a sus informantes, los habitantes de los barrios, por remanentes de las antiguas sociedades de principios del tercer milenio. Cuentan los errantes que en algunas instalaciones de ciertas colonias marginadas, incluso de la gran capital mexica, aún pueden observarse vestigios del Estado contemporáneo.
Las investigaciones en curso ahora se preguntan si su permanencia se debe a la preocupación que tuvo la administración azul violento de llegar a todos los rincones del país; al olvido en el que están aquellos lugares; a que, ¡por fin!, alguien se percató de que costaba más dinero quitar los blasones y tepalcates modernos que abandonarlos; quizás, alguien no quiere borrar ese pasado o, simplemente, el monumento dejó de significar algo para alguien, más que para los arqueólogos del tiempo presente.
Figura 1. La fotografía fue tomada por el autor de este artículo el 7 de septiembre de 2020 en la Ciudad de México. Se omite su localización exacta por miedo a que se den cuenta de que ahí sigue y sea removida de su lugar.
- José Daniel Serrano Juárez es maestro y estudia el doctorado en Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se ha dedicado al estudio de la ciencia en México durante el siglo XIX y principios del XX. Su enfoque es desde la historia social y, en su investigación actual, ha incursionado en los conceptos de Estado y esfera pública. Es profesor en la misma universidad, ha publicado casi una decena de artículos y capítulos de libros, además ha impartido más de 50 ponencias nacionales e internacionales. ↑
Pareciera que algunos cosas están destinadas a ser desechables. ¿Será que el rosa del CDMX y el rojo con dorado del taxi cumplieron su función? Felicidades maestro, me quedo y me quedo pensando sobre el destino y lo efímero.