Por: Liz Magenta
Fue la mañana de un domingo en San Francisco Totimihuacan, una pequeña comunidad de la ciudad de Puebla. A medio día recorría las calles sin pavimento, para unirme a la celebración. En el trayecto, un raver me abordó, traía una chamarra beige, pantalones anaranjados, tenis negros y el cabello corto. Me había preguntado si iba por buen camino, ─¿voy bien?, es qué no oigo nada, no se oye música─, me decía, y un par de segundos después la tierra retumbaba. ─Sí, vamos bien─, le contesté y ya de ahí inició la plática hasta que entramos juntos al vasto terreno. La indicación era la siguiente, bajar a dos calles del zócalo, frente a la presidencia, en el semáforo dar vuelta a la izquierda, caminar tres calles y bienvenidos al “after”.
Las personas que se asomaban afuera de sus casas, nos miraban pasar desconfiadas. Habían estado ahí observando a todos los extraños que pisábamos su territorio. ─Ya llegamos─, le dije a David señalando la punta visible de la carpa verdiazul. Estábamos en la puerta de entrada cuando me dijo, ─aguanta voy a guardar mi mercancía─, y escondió un envoltorio en uno de sus calcetines. Me introduje por el zaguán blanco, los chicos de seguridad revisaron con desgano mi bolso, ─pasa─, dijeron mientras hacían un gesto para que avanzara más rápido. A David lo revisaron por entero, en los costados, las bolsas del pantalón, la entrepierna, y por fin le dijeron: ─pasa─. Al entrar, lo primero que hice fue ir directo al stand de chelas. Ya le daba el primer sorbo a una lata de Tecate cuando David llegó a preguntarme, ─¿de a cómo está la chela?─, ─de a 25 pesos─, le dije mientras le daba un trago a la lata. ─Ah pues no están tan caras, ahora no se mancharon tanto─, me respondió. Sin darnos cuenta, nuestros pies se movían tímidos al ritmo de la electro danza.
El terreno estaba bardeado, cubierto de pasto fresco, en el centro la carpa de telas verdes y azules entretejidas se alzaba imponente, el escenario decorado con telas blancas entretejidas y mandalas neón. Nos unimos al “Magic After” con su promesa de escuchar algunos de DJ´s de la escena local. Unstable, Hosenfeld, Beat Machine, Zaifro, Zharco, fueron sólo algunos de los nombres anunciados. Ante la congregación, DJ Jels acariciaba con delicadeza el tornamesa, su ritmo era atmosférico, una combinación de sonoridades hipnóticas. Mis ojos giraban alrededor para buscar a Itzee, Dersek, George, nombres de conocidos que esperaba ver.
El sol estaba en su punto máximo, unos cuantos pies pisaban el centro de la pista para hacer sus bailes. El humo se mezclaban en el aire, las latas vacías caían al piso, el número de asistentes crecía, la música subía de volumen e intensidad. Yo estaba dando mis primeros pasos de baile y aun no terminaba mi primera cerveza…cuadrosss, tachasss…pasó ofreciendo su mercancía un dealer. David encuentra a sus amigos, uno de ellos baila ocultó bajo grandes gafas oscuras. Me dice su nombre, no lo alcanzo a escuchar. Se hablan al oído, buscan entre sus bolsillos y carteras, ─ya encontraste a tus carnales ¿verdad?─, le pregunté a David en el oído, ─¿si ya están acá, y los tuyos?─, ─por ahí han de andar─, le contesté, ─lo chido fue que te encontré porque ya me había perdido jajaja─. Me decía casi entre gritos David, recordándome que lo acababa de conocer minutos antes, mientras tratábamos de ubicar la locación. ─Sí, cómo supiste que venía para acá─, le pregunté. ─Oh tsss, luego, luego se reconoce al personal, jajaja─, me respondió y remató con una carcajada….cuadrosss, tachasss…Subió al escenario otro DJ para echarse un mano a mano. La música evolucionaba, ¡pom, pom, pom!, potentes bombos, remasterizados beat’s. Todos al centro, saltando, agitando la cabeza, los brazos, despojándonos de los temores, del estrés. Un sonido eléctrico llamó mi atención. Era el canto de las nereidas mecánicas, la repetitiva sonoridad me fue atrapando, como un lazo me movía cual marioneta. Cerré los ojos sin darme cuenta, la música fue abriéndose paso en mi interior, la sonoridad mecánica me atravesó, me perforó la piel, cada poro se abrió en un grito haciendo florecer la alegría que se apoderó de mi cuerpo, la música estalló dentro, cavó profundo, se instaló, mis pies saltaron, golpearon el suelo, ¡Estaba feliz! ….cuadrosss, tachasss…
El mano a mano entre dos DJ´s estaba en su punto, el centro del lugar vibraba al ritmo de las tornamesas. De pronto el volumen de las bocinas se redujo a la mitad, se escucharon chiflidos, regaños, exigencias de un grupo de seres que hambrientos, deseaban la potencia de la música. Aunque el volumen bajó, nadie detuvo su baile. ─Amiga ¿cooperas con 25 baros para un cuadro, o así estás bien?─, preguntó David. ─Eh…si claro, te coopero─, le dije dudosa pues no se me había ocurrido consumir otra cosa que no fueran cervezas. Aun así le di mi cooperación y él se puso a buscar al dealer. Lo encontró. Un par de segundos y ya venía de regreso apretando un “popocatepetl” entre sus dedos. Cortó el diminuto papel en dos, comimos una mitad cada uno. Después de eso, un cigarro blanco y robusto que conforme pasó de mano en mano se volvió sepia, llegó hasta mí, acepté el toque. Inhalé, retuve el humo y exhalé, lo pasé a David y allí se terminó. Seguimos el ritmo entre risas, buscando llegar al éxtasis musical. Todo comenzó a cambiar, las puertas de la percepción se abrían lentas, sentía las formas sonoras, la posesión absoluta y envolvente de la música entre la uniformidad del piso de arena, se levantaron polvos del suelo, la pista estaba repleta. Tímidamente el volumen intentó ascender, por un momento volvieron a sentirse bombardeos en el corazón. Le hicieron señas al DJ para que volviera a bajar el volumen. Al hacerlo se escucharon chiflidos, mentadas, nadie sabía por qué jugaban con nosotros. ─¿Te sientes chida?─, me preguntó David ya sin tener que gritar, ─sí estoy bien, oye, ¿cómo sabes que ya te está haciendo efecto el “cuadro”?─ , le pregunté, ─ah pues porque a mí me empieza a doler la cabeza, jajaja─, ─¿en serio?─, le contesté burlona, ─sí en serio, me duele un poco, luego me empieza a latir fuerte el corazón, me retumba, eso es que ya está entrando, luego los espasmos, ya sabes, y ya después nada más siento un chingo de alegría, me empiezo a ir con la música, ya todo es música y sensaciones, sí ya sabes ¿no?, ¿y tú cómo estás, todavía no sientes nada?─, ─no aún no, pero a lo mejor ya mero─…cuadrosss, tachasss…
Tenía entre mis manos, no sabía ya qué número de porro, entre jalones y risitas, habíamos bailado tres horas y media sin detenernos, y nuestros pies querían ir por más. La música siguió en descenso de volumen e intensidad, los chicos comenzaron a aburrirse. Yo empecé a sentir mucha sed y un hueco en el estómago que me obligó a despedirme de David, ─¡Chido banda, estamos en contacto!─, se despidió y me dirigí a la puerta. Estaba a punto de salir cuando llegaron a terminar la fiesta los policías. Entraron empujando a todos, buscando al organizador del evento. Como nadie decía nada, ni contestaban sus preguntas, sólo se quedaron parados, viendo para todos lados, rascándose la cabeza, sin encontrar delito alguno. Al no hallar motivo de detención para nadie, llamaron a la comandancia para saber qué se hacía en esos casos. ─¡Ya puercos!, ¡Pinches cerdos, ya váyanse!─. Se escuchaba a la masa escupir su enojo por haber sido despojados. La música desmayó. Decepcionados comenzamos a salir, busqué a David, pero entre la multitud no lo vi más. Eran las 4 de la tarde de un domingo, los habitantes de la pequeña comunidad, acudieron al llamado de las campanas para oír misa, fieles, cabizbajos, asistieron a su evento eclesiástico sin demora, mientras los ravers nos alejábamos con la rola en las sienes, el psytrance sonando todavía en nuestras cabezas, prendidos, y adoloridos de los pies, acallados en la voz y en las emociones una vez más por el pueblo, que no soporta lo distinto, lo incomprensible, lo raro.