Por Ariel Azor
Estaba viendo una película, tirado en el sillón, tomando una cerveza y comiendo un par de aceitunas; estuve un buen rato buscando hasta que al final me decidí por una. Trataba sobre un tipo que trabajaba para los que parecían ser dueños del mundo. Era, junto a un equipo que estaba bajo sus órdenes, el encargado de encontrar a aquellos habitantes que no generaban nada para sus intereses. Directa o indirectamente, nos involucraba a todos nosotros, a todos los seres vivos. Me pareció que podría tener algo de realidad. Alguien, desde algún lugar, nos maneja con invisibles hilos, como si fuéramos títeres y en sus reuniones tomaban café del bueno y decidían quién debía vivir y quién no, quién vale la pena siga existiendo y quién no. Primero hacen lo posible por arruinarte, por sacarte todo, incluso las ganas de vivir, y después dicen que no vales nada y mandan al actor ese a matarte. Claro, también están los humanos que son inservibles por voluntad propia; es cierto que hay personas que no saben hacer nada, no les preocupa aprender ni salir adelante en la vida; también las hay que están traumatizadas o incluso algunos nos hemos vuelto ya unos viejos inservibles. Parece que el tipo de la película había matado ya a catorce millones de personas. No era que quedaran tantas personas en el mundo; otros antes habían inventado virus, enfermedades contagiosas, gases que caían de las avionetas desde el cielo, y millones morían masivamente. La sobrepoblación era un problema ya resuelto. Los países, las ciudades y luego las personas en ellas, eran catalogadas en una escala del uno al diez. Algunos habitantes se rebelaban, otros no se preguntaban los porqués de esto o aquello, ni cuestionaban nada, y otros denunciando a vecinos, amigos o familiares, buscaron salvarse siendo parte de la maquinaria asesina, y al final murieron como todos los demás, traicionados como ellos habían traicionado. Los menos necesarios eran los números diez, ya no quedaba nadie en el mundo con ese número en la lista, ni los nueve, ocho, siete, seis o cinco; ya iban a por los cuatro. Algunas especies animales o incluso vegetales también se habían considerado innecesarias para el futuro, estaban dentro de esos números y ya tampoco existían. Los dueños del mundo y de las compañías asesinas y algunos trabajadores de ellas (que en su mayoría eran robots) estaban en el número uno; los políticos, monárquicos y algunas familias millonarias en el número dos (consideraban afuera a los líderes religiosos, ya que habían inventado una nueva forma ideológica que lo abarcaba todo y ya no era necesaria la fragmentación) y por último, digamos que los ejércitos, compuestos en su mayoría por robots o humanos vistos como obedientes esclavos, además de algunas personas catalogadas como súper inteligentes, estaban en el número tres. Todos los que figuraban en esas categorías estaban salvados, serían parte del futuro, del nuevo mundo.
¿Será, acaso, que este actor de cine es un robot? Pues no, hay una diferencia entre los ojos y la mirada de unos y otros. ¿Y quiénes serán los números cuatro? Cuando empiecen a exterminarlos nos enteraremos, sabremos ahí qué tipo de personas va matando el actor y entonces, si tienes características similares a aquellos, vendrán a por ti y ya nada podrá salvarte.
Yo tenía un búnker que no lo podían captar con sus drones y satélites. Mi perro se había salvado, allí estaba todo el día, echado, despreocupado, no se pregunta ni le interesa nada, todo el día ahí con su buena vida, igual que el gato. Se llevan mal y a veces se pelean, o el maldito gato ataca al pájaro y el perro no sé por qué lo defiende, y todo es un insoportable barullo. Debería catalogarlos. ¿Qué tal el número diez para el pájaro? ¿Para qué carajo sirve un pájaro en un bunker? ¿Y el perro, con el número nueve? Se pasa todo el día acostado sobre su almohadón, comiendo de lo que sé que me hará falta más adelante, y el ocho para el gato, (aunque no sé muy bien por qué me parece más inteligente y necesario que los otros dos). Así que empezaré por el pájaro y al otro día el perro y por último el gato, granos y comida que ahorraré y guardaré para mí. ¿Y Nelly? Ella, desde que pasó todo esto y perdió a su familia, está en depresión, todo el día acostada, ya no le quedan pastillas para eso ni para dormir, se toma la poca agua que queda y come por comer, ¿para qué quiere seguir viviendo? La pondré con el número siete, es otro gasto innecesario.
No hay canales de aire desde hace meses, tengo un DVD y un televisor y unas quince películas que siempre estoy viendo, es lo único que puedo hacer, mirar películas todo el tiempo. Nelly llama y pide agua, no le voy a dar, no se levanta tampoco, así que mejor será ahorrarla, pronto terminará todo para ella, para los número siete. La película tomó otro rumbo y, como siempre aparece una linda joven que termina siendo pareja del actor principal, siempre es lo mismo. En un principio yo escribía distintos finales de todas las películas, hasta que me quedé sin ideas, se me agotaron todas las posibilidades; rayos, me había vuelto un inservible, ya no sabía que escribir.
Le puse pausa a la película y fui a hablar con Nelly. «Si te dijera que eres un número siete y puedes pedir un deseo antes que te vengamos a buscar, ¿qué sería?». Sus ojos tristes apenas me miraron, pero últimamente siempre lo estaban, «Que pusieras en un papel: Soy Nelly. Quiero que Dios sepa quién soy, sólo eso pediría». Volví al sillón y lo escribí con letras grandes en un papel, ya la última letra casi no se veía por la falta de tinta, era la última lapicera que me quedaba. Quité la pausa y la película continuó.
Había sido un escritor famoso, sobre todo para la causa, era de los números tres, estaba entre los necesarios y súper inteligentes, y ahora no tenía ni una maldita idea ni tampoco lapicera.
Le daré un beso en la frente cuando sea el momento y todo el sufrimiento y el mundo acabará para ella.
Me quedé mirando el resto de la película y la última lapicera buscando un resto de tinta en ella y entonces se escucharon ruidos a motor arriba, y después cómo abrían la puerta del bunker. «Eres el número cuatro, escritor, que ya no puedes escribir ni una palabra» ―dijo el actor de cine, apuntándome con esa maquinita que te pulveriza en un segundo; a un costado de él la muchacha bonita dejaba volar su pelo y se movía en cámara lenta con movimientos sensuales, y detrás los robots militares fuertemente armados, todos apuntándome. Sabía que me iban a encontrar. «¿Cómo sabes que no serás traicionado como tú me traicionas? ¿Y si después de matarme uno de esos robots, o ella te mata a ti también?» ―le dije, y la pieza inmediatamente quedó oscura.
El maldito gato le pegó un arañazo al perro al pasar y éste lo sacó corriendo; el pájaro empezó a cantar, a reírse; apagué el televisor y me fui a acostar. Nelly ya se había dormido, mañana veré otra película y las cosas serán diferentes.