La espera del mar | Narrativa

Por Cielo Pérez

 

Yo llegué a ese lugar como unos veinte años después que ella. Era la mujer que más llamaba mi atención, no sólo porque era quien estaba frente a mi celda, sino porque tenía un cuerpo muy grande en altura y en peso, le habían arrimado dos camas para que durmiera. Tenía su cabello chino, cortito y color negro como de luto. También, tuve tiempo suficiente ahí para darme cuenta de sus tantos lunares que hacían parecer que ese era su tono de piel.

En mi primer viernes, el día de la semana que ponían música en los altavoces, fue cuando descubrí lo que Ofelia más anhelaba. Levantó su cuerpo de la cama con las fuerzas que sacó y se puso a bailar con el ritmo de la canción Mares de Amaral, haciendo movimientos como los de una sirena o un delfín, con tal ligereza que su cuerpo no correspondía para el momento. Confirmé lo de la sirena o el delfín porque una guardia del pasillo no tardó en susurrarme lo que ya no era un secreto.

 

—Hace eso porque sueña con volver al mar. Nunca le preguntes qué es lo primero que quiere hacer cuando salga de aquí, porque te atendrás a que te cuente todo lo que sabe sobre él y por qué sueña tanto con volver. La pobre no tiene nadie que la espere allá afuera, que tal vez por eso se pone a soñar con la espera del mar.

 

—¿Quieres saber por qué está aquí? —sugirió otra guardia que iba cruzando. Sólo redirigí mi mirada a Ofelia para seguir apreciándola.

 

—¡Pal loquero! ¡No la procesaron bien! ¡Era el manicomio! —gritaban otras desde sus celdas que, en vez de disfrutar la música como Ofelia, no hacían más que burlarse de ella por bailar así. Como si la cárcel fuera una mejor categoría que el psiquiátrico que ella no merecía.

 

La verdad es que, durante mi tiempo dentro, agradecía mucho tenerla en frente, siempre soñadora, con esos ojos grandes y atentos al pasillo esperando por el día en que la llamaran a la última audiencia, mismos que de repente me miraban, brillantes, invitándome a aspirar en grande. Al final todas soñábamos con algo afuera, pero sólo ella se atrevía a soñarlo delante de todas.

 Estaba la que soñaba con volver a oler las flores del jardín que cuidó, porque, aunque le habían ofrecido desenterrarlas y traerlas en maceta de algún modo, le parecía egoísta, o la que deseaba tanto volver a encontrarse con sus perritas, porque hasta ahora la regla era sólo visitas de humanos. O todas que compartíamos el sueño de ver el cielo del otro lado, ya sin rejas entremedio.

Con Ofelia conseguía sentir un poco de aquella libertad cuando coreografiaba sus movimientos. Lograba percibir el olor a agua salada y al pescado recién tatemado con Salsa Huichol, que me hacía hasta babear, también oía las olas, en su vaivén ida y vuelta, ida y vuelta, y uno que otro graznido de las gaviotas esperando por pescar algo. No se diga de la valiosa vista con color azul fuerte a la que me transportaba.

Curiosamente también fue un viernes, luego de cuatro años, cuando me llamaron para liberarme. Ella bailaba con las olas, mientras yo recogía arena suave y calientita con mis dos manos, la que de inmediato resbaló entre mis dedos cuando me gritaron las polis. Nunca olvidaré que ni eso a ella la había interrumpido para seguir soñando. Aunque intenté despedirme, estaba en tal trance sobre la orilla de la playa, que me hizo saber cuáles serían mis dos misiones al salir. Y así lo hice. Volver al mar sólo si era junto con ella. Y pedir su expediente.

Al salir, me puse a investigar sobre su caso todo lo que merecía y contraté a las mejores abogadas, apelaron varias veces, y de vez en cuando me llamaron por los próximos cinco años para ir informándome. Siempre que veía una llamada suya, yo saltaba como una niña por si alguna respuesta positiva habrían de darme. Hasta que la penúltima vez les pedí que sólo se comunicaran cuando tuvieran algo relevante.

Así fue.

 

—¡¿Hola?!

—Querida, no sabemos cómo decirte. Ofelia se ha ido. —Como yo no podía pronunciar una sola palabra, continuaron–. Piensan dejar su cuerpo en la fosa común. Pero nosotras… pensamos que… quizás tú…

 

Sólo procesar la estúpida idea me impulsó para conjugar las palabras suficientes que interrumpirían a las abogadas y con las que yo estaba aceptando su propuesta. Ofe no se había ido a ningún lado. Yo me la llevaba conmigo. Yo sabía a dónde pertenecía y quién la había estado esperando.

 

 

 

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