Juan Pablo Goñi Capurro (1966, Olavarría,Argentina). Escritor, actor, dramaturgo. Ha cosechado algunos premios, publicó varios libros en solitario y centenares de textos recorren el mundo en antologías y revistas, físicas y virtuales.
Casi perros
Hemos movido la cola
desbordados de alegría,
corrimos hacia quien nos
ofreció caricias
y apoyamos nuestras cabezas
sobre piernas queridas.
Hemos ladrado a la luna
embargados por una emoción inefable,
perseguimos las sombras
dibujadas en las paredes
y jadeamos agotados
esperando el siguiente boceto.
Hemos comido sobras
agradecidos por el alimento,
mordimos huesos hasta agotar
hasta el olor de la carne
y bebimos de charcos cuando nadie
se ofreció a llenar el cuenco.
Hemos huido, hemos ladrado,
hemos andado a cuatro patas,
pero no hemos adquirido el olfato
para distinguir a los buenos.
Siete mil millones
siete mil millones
un número que anonada
un número inconcebible
un número para citar en charlas de amigos
un número imposible
un número que se sufre
en cada metro cuadrado de tierra,
en cada pozo de agua,
en cada kilo de alimento,
un número imposible de imaginar
en casas, fincas o departamentos,
y sin embargo allí viven,
miles de millones de personas
que no hacen falta
y que hacen falta,
que no hacen la diferencia
y que hacen la diferencia
más de siete mil millones
y yo andando solo
bajo esta lluvia de mierda.
Parir sentido
Somos un océano de seres insomnes
pululamos con nuestras tensiones
agarradas al pecho,
al cuello, a la espalda, a la cintura,
Débiles seres dotados de aletas para un mar
que se ahoga,
rodeado de costas ávidas de espacio,
sometidos cada noche a la encerrona
de una cama vacía y paredes silenciosas.
Nos asombra la conjunción de la aurora
y nuestra respiración,
el cuerpo sudado y los párpados pesados
sin sueño.
Intentamos cual sortilegio medieval
parir ayudas,
parir sentido,
parir palabras que acompañen,
que mitiguen el desgaste de las correas
que rechinan la noche entera
acelerando las neuronas.
La palabra nace entrecortada,
balbuceante, temerosa,
un susurro ronco para oídos invisibles,
para cuerpos inactivos,
una débil llama titilante en una estepa ventosa.
Pero nace. Y sobrevive. Y crece.
La palabra entonces descomprime,
pone las cosas en otro sitio,
desbalancea,
comunica.
Nos sostiene en pie
durante la jornada,
recarga baterías y defensas
para la nueva batalla
que la noche nos planteará,
emboscada entre las sábanas.