Ixchel Paz | Enpoli

Ixchel Alejandra Paz Sánchez (Ciudad de México, 1992). Estudió la carrera de psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Además de dedicarse a la escritura creativa, Ixchel también es apasionada de las artes plásticas y del psicoanálisis, sus intereses creativos responden a una serie de inquietudes propias sobre la locura, la melancolía y la contemplación de los espacios naturales.

 

2011

La ciudad gris, nubes grises, suelo gris, las hojas palidecen, ya no galopan sobre el viento, caen por montones sobre los coches, formando un mar de cuerpos, la tarde se para por un segundo para mirar los rostros cansados, rostros desvanecidos, formas que se acarician en el trayecto, penas que buscan ser consoladas, animales heridos en búsqueda de cariño salen al amanecer caminando junto a la eterna compañía, sombra gris, plana, tremendamente escurridiza, ojalá tomaras cuerpo, la noche cae entre los edificios, la luna iluminando agujeros, el vacío de las miradas ancladas al suelo, el óxido en las coladeras, los deseos se salen de la cuadrícula, la carne se desborda entre rendijas, líneas por doquier rodeando los cuellos, las personas corren, corren pero nunca llegan.

 

 

 Un significante más otro significante

Dimensión de dos, dedos cubren las entrañas, un pozo al interior de un cuerpo, oigo tu voz en el fondo, tubos de pensamiento impregnados de humedad y musgo, de tu frescor de hierbas y campo abierto, abiertos mis labios al nombrarte con ojos atraídos por tu espectáculo, la piel mojada, las ganas desnudas con la carne en las letras, mordiendo tu recuerdo bajo la espesa noche, perdida en el trayecto hacia un sendero neblinoso me sujeto a las palabras.

 

 

A solas

Escucho a los pájaros anunciando que la tarde va agotando su calor, el viento acaricia sus ojos, oigo su canto suspendido, detrás el sol, detrás mis ilusiones, yo no escribo viendo al mar, termino de verlo y escribo, vuelco mi mirada en el azul profundo, saboreo su sal, la misma que corre por mis mejillas, me entierro en su arena, camuflajea mi piel, estruendo hipnotizante entre la tierra y el cielo, densidad que mece los cuerpos, enjuago mis temores, tiendo la ropa con restos de mar, con restos de ser.

 

¿A quién llamar?

Huida hacia ningún lugar, tus ojos saliendo de tu rostro como dando un espectáculo, mi ser doblado, vidrios en el suelo, saboreo la sal en mis labios, no brota el pensamiento, me aferro a las sillas, a la mesa, las paredes salpicadas por tu agitada marea, charcos de sangre por los que navego sin brújula, el barco se hunde y mi fe vuela en forma de parvada, paralizada en un rincón blanco, latidos explotan la mente, mi ser disuelto en la nada como un cuerpo acariciado por la muerte, como un feto sin calor.

 

Una sombra

Te volviste neblina en medio de la noche, te esfumaste con la rapidez de un animal nocturno que se escurre por la maleza, me devoraste en la quietud de la tarde, acto brutal, erizo escondido entre las rocas, mis manos al margen de la paciencia, las aves cantan y las esperanzas aún permanecen tibias, soy pedazos de ser, busco entre siluetas pero no hay huella ni de ti, ni de mis ojos contigo. El atardecer un fruto rojo repleto de gusanos que cae sobre la tierra, la criatura se enrosca en el suelo, se hunde en las arenas de la mente, goza el golpe de realidad.

 

Espera

Esquina fría, la ingenuidad a flor de piel, sostengo mi corazón, un pedazo frágil, deambulo hacia la noche, el miedo como huésped en mi casa, ocupando tu lugar en  la mesa,  le ofrezco un plato de sopa, un trozo de pan, sigo el rastro de tu ausencia mientras espero el amanecer, dialogo con él sobre el ahogo de los días, algo ha muerto, dolencia que se pinta infinita, el duelo se pronuncia narcisista, declara que se ha perdido mi grandeza en tu ser, llora a gritos lo que ya no soy, lo que nunca más seré, la figura que se pierde no es la tuya, sino la que se construyó de mi en el imaginario de lo nuestro.

 

 

 

 

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