José Humberto Montes de Oca Lira (Ciudad de México, 1995). A los dieciséis años entré al taller de poesía de Pedro Pablo Martínez, aprendí que la poesía es sublime y parafraseando Cortázar, “es un infierno florido”. A la edad adulta continué mi educación literaria con Hernán Bravo Varela, ahí me enamoré de los poetas chilenos. Después tuve el privilegio de asistir a clases con la poeta Julia Santibáñez donde se forjó el camino de mi último libro llamado: La espera más violenta.
Responso cotidiano
¿Por qué la muerte está dos calles abajo,
a un tiro de grito,
a una lectura en tranvía?
Tiene el dedo amarillo por pasar las páginas de los días sobre los tejados,
sus ojos engullen los nervios rotos del cielo,
hierve una tormenta en su boca,
se extiende en lenguas asesinas,
su saliva moja las arrugas de mi piel,
hace crecer su nido de palabras en mis dientes,
su idioma es el silencio mutuo de los candiles apagados,
en esta mañana encrucijada triste.
La naturaleza de los objetos
He cambiado de lugar la cocina donde parías frutas y olores sagrados,
enredé los muebles con tu ropa para no perder el tacto de tu cintura,
tiré las ventanas que tanto te molestaban,
si volvieras podrías sentir dentro de la casa el peso oscuro de la lluvia.
Te resumo el silencio en tu ausencia:
el otoño traiciona a las flores,
las naranjas divulgan el secreto de los árboles,
los chubascos vacían los riñones de las nubes,
el pasto enumera el hambre de los insectos,
los mosquitos envenenan el sueño,
el aleteo de las abejas enciende el viento,
los libros devoran la sabiduría de los hombres,
los relojes hacen tangible al tiempo,
el cigarro disipa el fracaso del insomnio,
el alcohol nace en el mar del infierno.
La luz no comprende tu partida,
tu boca entra por el sol,
se desliza entre mis venas,
estás presente en la naturaleza de los objetos,
existes en la encía de otra vida.
Desayuno
Un espejo sin hogar me mira en tus ojos,
las pisadas de tu sueño caen sobre la mesa,
tengo hambre de suerte,
quiero nacer en tu olvido,
cuando despiertes y regreses de ti misma
me encontrarás arrodillado en tu ausencia,
a punto de empezar a comer un adiós.