Francois Villanueva Paravicino. (Huamanga, 1989) Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007). Es autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018) y Cementerio prohibido (2019).
Cielo
Paciente rosa que caminas arrastrada en céfiro
Entre un riachuelo, matorrales de gorriones,
Escoltándote con reverencia verde, ebrios
Se pierden con su diosa en música encendida.
Avecilla, perdidos ojillos tristes, allende existes
Resucitada sobre cándidas remembranzas
No como demontre, hipogrifos de perfume sino,
Grieta de sonrisas, sosiego y savia.
Tu aire de Cielo purga calles de grises ciudades
Se bosteza en silencio, abierta jungla recluida
Como azulina mensajera de árida inspiración
Que vive para los que más la necesitan.
El cautivo de blanco, bohemio, lira existencial
Te libra los pétalos para que humana
Esperes sus sombras, dieléctrica arca estética,
De animal con corazón ardiente, ternura real.
Tejen sus pies armonías de cenizas olvidadas
De ímpetus de rubor, primitivos de mentiras
De voces derramadas en la verdad de tu pecho
Del sueño almohada, velo de vuestra beldad.
Mi Cielo, ser delicado, oculta alborada distante
Los vitrales y las obsidianas salvan tu silencio
Como un payaso su pena a las risas circulares
O la rosa las gotas de rocío que besan su cuerpo
Que ha sido el trofeo más puro de su vida.
Séptimo día
La séptima hoja es la del respiro y exhalo sudores
Verdes como la ausencia de la jungla al amanecer
Hambrientas cual sombra en crepúsculo envejecido
Alegres tal melodía de una guitarra de mediodía
Fértiles como la Virgen que ha de concebir a Dios
Es un picaflor que vuela a perderse en las nubes
Que vuelve todas las tardes antes de morir de frío
Es una amante engreída que mide su género cínico
Una temporada de una primavera y seis inviernos
Resucita a los muertos y da ebria felicidad divina
El séptimo pétalo es de una flor marchita y seca
Pero, oh, es delicioso para el obrero y el holgazán
Cual miel en un sediento corazón desconsolado
A veces nos confina en cuatro muros polvorientos
Pegados a una caja oscura de cultura a domicilio
Adormilados por una modorra de catre, a veces
Sin embargo, es de esfera relativa para el creador
El demiurgo incansable que voraz alimenta
Su deseo es el insomnio de noches gloriosas
El séptimo cáliz es la orgía perpetua con el poeta.
Escenas cansinas
La cruel y perpetua sequía en la sombra de los campos
Son tórridas angustias que matan de sed al triste animal
Seco de comer, dormir y dejar boñigos para los pastos
En un páramo de fuego que le inflige de manera bestial.
Las orillas bañan una alhaja entre el papel y la pluma
Cuales esperanzas del pez lejos del agua y de la vida
Lucha contra la profecía horrida de la daga asesina
Al final, entre zapatos rotos, hay una cama mullida.
Las canciones de los sordos son endemoniadamente
Mentales, como las voces de un esquizoide alicaído
De tristes tonadas y letras enclaustradas en la mente
Que recuerdan al enfermo sufriendo el letal vahído.
El dolor de la piedra es dulce y paupérrimo y vital
No como el de luto ante la inminencia de su muerte
Que adorna la iglesia y las hornacinas con el vitral
Ante la tumba aguardando delirante y sufriente.
El fiel secreto del atractivo por lo divinamente bello
Es una víbora que te invita a comer la fruta del edén
Y descubrirte desnudo, obeso, sin rostro y sin cabello
Tal cruel que te castiga y te escupe en el húmedo badén.
Hermosoo