Correspondencia

 Por Olivia Carmona Hernánez[1]

«Sin cartas la vida se rompería en pedazos»
                                              Virginia Wolf
 

Querida viandante

 

Te escribo desde un lugar no muy lejano de este espléndido globo terráqueo. Sí, a ti. Estas líneas van dirigidas a ti, escritas cálidamente desde aquí dentro, con las fibras de mi ser. 

Pero vayamos por partes, me presento: yo soy yo, una y cientos a la vez. Mis ojos vieron la luz por primera vez en una tierra agradecida, colmada de riqueza espiritual y cultural. Justo ahí, donde tenía que nacer. Un día tomé mis raíces, con ellas volé sobre aguas inquietas, para finalmente posarlas en tierra nueva. Aquí creé mi refugio y habito en él rodeada de colores bonitos y plantas. Disfruto cocinar para los demás, colmo mi hogar de libros, admiro arte, aplaudo logros, lloro ausencias, abrazo con el corazón, le sonrío al pasado y sueño a ojos abiertos.

Soy sol y luna, tempestad y quietud. ¿Cómo, tú también eres esto? Lo sé, todas lo somos, es solo que nos han enseñado a camuflarlo, a fingir que no existe. Que no existen todas esas , que también soy yo, pero todas caben en nosotras, toditas.

Esta es una de las razones por las que te escribo, para desmenuzar y transmutar un poco de todo aquello que aprendemos erróneamente en nuestro trayecto por este mundo. Te escribo porque a veces me siento perdida, ¿sabes? Como si una enorme nube colma de vapor, a punto de romper en lluvia, se posara sobre mi cabeza y no me permitiera ver, ni entender más allá. Por mucho tiempo preferí silenciar ese sentimiento de extravío, esconderlo debajo del tapete, aunque a la larga siempre terminaba tropezando con él. Muchas veces caí a causa suya. Mis rodillas están repletas de cicatrices, algunas apenas perceptibles, otras tantas aún causan prurito. Años atrás las escondía por temor a revelarme frágil, torpe y accidentada ante los punzantes juicios ajenos. Ahora no me importa más, honro mis caídas y muestro orgullosa las huellas de mis errores, de mis renaceres. Sí, renaceres, en plural. He muerto muchas veces, pero heme aquí, de pie y andando. A veces cojeando, pero avanzo.

También de esto quería hablarte, de todas las veces que has muerto y lo seguirás haciendo. Es ley de vida, ¿sabes? El eterno ciclo vida- muerte-vida, no hay por qué temerle… Pero sí, también eso nos infunden con ahínco, a rehuir los descalabros, las pérdidas, el vacío. Pero, si no nos vaciamos, ¿cómo es que abriremos espacio para llenarnos de nuevas sensaciones, de nuevos saberes e inéditos panoramas?  De vaciarse se aprende, se renace y se crece.

Es ahí, en el dolor, en la fragilidad, donde espera silenciosa nuestra fuerza más impetuosa. Sí justo ahí, donde duele no saber qué es lo que sigue. Detrás de los ojos nublados por el llanto, abajito del nudo en la garganta, un pasito más allá del hueco en el estómago, justo al lado de las esperanzas rotas: ahí está tu fuerza. Es para ello que sirve esa cuenca que forman las manos al posarlas una al lado de la otra, ese espacio que podría parecer vacío no es más que el depósito para recibir. Para lo nuevo, para la nueva tú.

Así que, si estás de acuerdo, podemos hacerlo juntas, aún sin conocernos, sin vernos. Hagamos esto juntas, por ti, por mí, por todas. Durante mucho tiempo, muchas generaciones se han evadido, entonces si no es ahora, ¿cuándo?  Porque si una se reencuentra, nos reencontramos todas. Si una se fortalece, nos fortalecemos todas. Es así, no somos existencias al aire, desconectadas entre sí, no.

Detente, respira, observa, toca y atesora. Reconecta contigo misma, para cada vez que sea necesario.

Escapa de la monotonía, veneno para la creatividad y el autoamor. Huye y ve al encuentro de lo verdadero que está siempre ahí, a la espera de ser leído, de ser aprendido.

Deja que la lluvia se pose en ti, contempla la alborada, disfruta el paso de las estaciones, escucha el canto de las aves, aprende del ligero desplazarse de las nubes.

Cae, fluye, permítete ser liviana e ir lento. Deja que el viento te pose ahí donde te toca estar. Por más profundo que te encuentres, siempre habrá luz, siempre.

Cuando no encuentres las respuestas, ve adentro. Cuando todo a tu alrededor se torne gris, ve adentro. Deja de buscar la luz afuera, está en ti.

 

Feliz aventura, feliz vida querida amiga.

Te abrazo fuerte.

 

 

 

[1] Olivia Carmona Hernánez (Parma, Italia, 1982). Ex habitante de la periferia oriente de la CDMX, actualmente radico en Italia. Mis relatos han sido antologados en Italia en Lingua Madre, racconti di donne straniere. En México mis cuentos se han publicado en diversos medios digitales. Además, mi cuento «La Extranjera» está incluido en Siniestras – Antología de cuentos de mujeres que incomodan, editada por EspeculativasMX.

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