Claudia Sánchez Cadena (Cuernavaca, Morelos, México, 1982) Estudió Letras Hispánicas en la UAEM. Ha colaborado en las revistas electrónicas Monolito, Liebre de Fuego, La rabia del Axolotl, Tercera Vía, en La raza cómica y en el suplemento cultural La Jornada Semanal. Es autora de Árbol de jilgueros, (Colección Galaxia, FEDEM, 2018), Agapantos y Esquirlas (Ojo de Golondrina Editorial & Cuadernos Reciclados, 2021).
La densidad del aire
El polvo que nadie sacude,
ese que se queda en las casas abandonadas,
un punto en los pulmones que poco a poco se hace piedra,
partículas secas que flotan en el aire.
Habrá que preguntar a Medusa,
la más hermosa de las gorgonas,
recluida con su manzana dorada,
cuándo nos convertiremos en piedra,
en sombras que el viento no se llevará,
cuándo estaremos realmente muertas.
Margen
Edificar un puente
para llegar a algún lugar,
tomar el café de la medianoche,
contemplar la decadencia
a una distancia prudente,
mirar mi casa,
extrañarla,
junto a la tibieza de la gata
y la gotera que está sobre mi cama.
Construir un puente y llenarlo de macetas
para recordar el camino de regreso,
llevar conmigo la raíz de la albahaca,
la cacerola despostillada,
hogar del pachycereus marginatus,
llorar algunas lágrimas falsas
al extrañar la tierra de mi patio,
las plantas,
el cielo mohoso,
la calma de la madrugada.
Sentarme a la orilla del puente
para mirar el infinito,
creer que es necesario viajar para añorar la patria,
pensar en el concepto de patria,
en los vínculos afectivos,
tan solo para descubrir
que es mejor despatriarse
y dedicarse a regar las plantas.
Incendio
Quemar un cuerpo tres veces:
sobre la sombra,
junto a un puente,
bajo el sol de mediodía,
como quien toma un paseo para fotografiar el paisaje.
Violar un cuerpo tres veces:
dejar una estela infecta,
un profundo olor a hierro
que se deshace bajo el vuelo de los insectos.
Seguir el camino,
volver al trabajo en traje gris y sonrisa,
pancarta de las buenas familias;
continuar con la caminata cotidiana,
bajo días azules y esplendorosos.
Dejar que la lluvia se lleve todo;
borradura que permea la memoria.
Un cuerpo, objeto y trazo inconcluso,
atraviesa nubes altas y transparentes,
un charco sucio de agua,
la flor salvaje en la carretera.
Un cuerpo,
este cuerpo inerte camina a casa.
Día hábil
Un día dejé la estufa encendida,
a la manera de Plath,
fue un gran absurdo desperdiciar el gas,
tan preciado en el mundo,
y yo, con tan pocas monedas en los bolsillos como anhelos.
Otro día contemplé mi gran caída desde un puente,
pensé en el ruido de mis huesos,
pero temí, sobre todo,
causar un gran escándalo,
demasiado ruido para mí.
En otra ocasión,
como esos deseos de película ante fuentes claras y brillantes,
tomé muchas pastillas de un frasco pequeño y reluciente
pero no sucedió nada memorable,
más que un vómito acuoso sobre el piso de la habitación.
El último día,
siempre hay un último,
comencé a trabajar de 11 am a 9 pm,
un suicidio ejemplar,
sin estertores o manchas para arruinar un bello paisaje.
INTENTABAS UNA elegía a las sirenas;
tonos rojizos y cerúleos dibujaban poemas a media tarde,
un ruido de palomas que recogen migajas,
mientras las huellas de los dedos hurgan
desesperadamente entre los pliegues de mi piel.
El atardecer inunda de rosa encendido la pared del patio,
la enredadera de la pasionaria avanza con sus patas de araña,
el deseo, como trago de cerveza, se detiene
bajo una corona blanca con púas lilas,
todo se cubre con la humedad de ojos y cuerpos.
Crece el púrpura saturado,
grito que alimenta tallos,
telas de arañas y hojarascas bajo nuestros muslos;
surco tus brazos, párpados, cabello.
La tarde avanza.