Aura Guerra. Mercadóloga y Gastrónoma. Ha sido parte de antologías digitales e impresas de Nicaragua, México, Chile, Argentina, Colombia y Perú. Mención honorífica en el Concurso de la sección de Estudios hispánicos de la Universidad de Montreal. Tiene cuatro obras: Jack’s Life in the Box, Las Dolorosas (Editorial Flor de Mezcal); Nefelibata (Editorial La Chifurnia) y Carne cruda entre mis huesos (Periódico Poético).
Con el paso del tiempo
Repaso ausencias en mi cuerpo
y duelen los vacíos,
se oxidan en el engranaje de mis huesos,
enredan como hiedra de bosque inhabitado
que trepa y crece, que rompe y ahoga
en tanto muero sin roces de caricias,
mi sangre enferma, enferma de mi sangre.
Me oculto en rebozo de insomnio junto a mis muertos
nos amamantan cantos de cigarras,
callo orfandades
mientras el cuerpo repasa ausencias
y estira memorias arrugadas en
el puño de un suspiro.
Ahora los lugares son gente,
sillas sin dueño, espacios empapados
por la estela de un silencio tras nombres
que ya no contestan.
Esta noche añoranza y asfixia
son lo mismo,
cada malestar tiene una voz,
canción, toda muerte es aroma que me busca,
capaz de arrancarme de este suelo,
capaz de embarcarme en tormentas
sin puerto de llegada.
El cuerpo es ausencia
y envejece entre marchas.
Le rechinan días en la espalda encorvada
por el peso de ir
quedando
Solos.
Burbuja y oxígeno
(Para mi querida amiga Gaba, quien ama las ballenas)
Busco la ballena solitaria
que arrastra sus muertes,
saltó entre olas
y me empapó de su noche.
Las heridas viejas tienen
memoria fiel en su cuerpo,
escucho el goteo suave
de la llaga,
quiero alcanzar arpones de su mar,
acariciarla con tacto sonámbulo
de mis dedos, convertir playas y naufragios
en cielo o galaxia,
en colección de estrellas, para Iluminarla.
Le canté,
estiré mi voz hasta romperla.
Dejé mi canto sobre la espuma,
los trazos de mi arrullo
para que me encuentre.
Rutina
La noche amontona los sollozos
mamá los coloca junto a la ropa sucia.
Para enjuagarlos,
los pone a secar en el tendedero
donde también orea
sueños postergados.
El viento los mece en el patio;
son el velamen
de un barco en naufragio
entre las marejadas del tiempo que,
como consuelo,
deja por herencia un fardo de enojos.
Mamá los extiende sobre la cama.
La luz parpadeante del cuarto
devela el polvo que acumulan en la superficie,
mamá los sacude, elige uno
y lo usa para arroparse,
le gusta cubrirse de enfado para dormir.
Antes de ir a la cama desviste
el gesto que porta por sonrisa,
y lo cuelga en el perchero de la entrada
para no olvidarlo por la mañana
cuando deba salir
y pretender seguir con vida.
(Del poemario Las Dolorosas, Flor de Mezcal 2021)