Abraham Montelongo González (Veracruz, 1994). Poeta y escritor autodidacta, con ensayos, poemas, y cuentos publicados en diversas revistas digitales como Primera Página y la Piedra de Sísifo.
Chupamirtos y rompeplatos
I
Los sueños del rompeplatos
sombra de las rocas cálidas
nacen de la tierra, en la huellas de lagarto.
Bebí de las semillas divinas
en un tambo con agua fría y pedazos de ajo
puse un espejo bajo la cama
embriagándome con la ornamenta
caricia de su manto;
casi no despierto
soñando que no despierto
y sigo soñando, soñando
Sueño que me digo
“ésta es la verdad”
luego caigo al pozo de mi cuarto
y no reconozco nada;
colibrí cruza el sol entre matas y palmas
llega a mi pecho con sed; le digo
-hay agua para beber si me sangras.
Y sangre de mí, bebe
sabe de lo que yo seré
aunque no dice nada;
mi cuerpo al vacío cede
habita la noche en el relente
bajo las farolas del muelle
con su silencio de paz
a veces fúnebre.
Por la mañana parecerá que hubo matazón en la majada;
todos mis animales estarán mirando al cielo
algo de mi alma permanecerá en la belleza que aún nos queda
en la luz evidenciando todos los objetos.
Cuando despierto
colibrí retrocede
la abeja para de libar
abro los ojos y muere.
A lo que dejo en onírias pertenece.
Los sueños del rompeplatos empiezan y empiezan;
son la puerta tras la puerta de mi mente.
Sed
I
En esta parte de Veracruz no he visto colibríes
será que aquí las flores son de los garrobos
como en Xochimilco, de las mariposas eran los floripondios
y las ramas altas de la garza y su soberbia.
II
Un día puse mis pies a descansar sobre la mesa, comencé a comer sopas instantáneas casi crudas, dejé de fumar, me puse a ver televisión pública, me revolqué en sábanas recién lavadas extasiado en aromas cítricos. Un día volví a ver caricaturas, dejé la sangre, la sangre roja y falsa del cine explosivo, donde balas y calamares se aferran a tus ojos, donde directores como psicólogos te taladran el inconsciente haciéndote vomitar luego frases robadas y poses extrañas. Un día comencé a rezarle a los santos más bajos, a dar los buenos días, a dar las gracias por todo, así siempre como arrepentido de algo. Dejé que se rompiera mi celular y accedí a la mala señal de radio, pateé la calle con botas recicladas hasta agujerearlas; cráteres de mis pasos. Entonces comencé a escuchar el asedio de las golondrinas hambrientas, que es el viento que tambalea los barcos y las personas. Entonces la sed me despertó de madrugada, sumiso al calor del golfo sacudí mis harapos de sudor. Entonces mientras caía moribunda la araña esquinera, se saló mi gusto mirando las estrellas de un cielo semi despejado en provincia. Ahí encontré mis palmas llenas de lodo, el coraje que genera lo variable, o lo que contradice. Perpetuo ardor de no cumplir lo íntimamente planeado, como dormir profundamente distanciado de todos los sonidos animales. La vida de frente, desnuda como la trampa de un insecto, mi cuerpo crudo entre los umbrales y los sonidos. Ahí encontré la sombra de todas las pasiones que nacen del sufrir, ahí clamé por la paz de mi sueño. En la intemperie costera, la ansiedad tropical, licor de ferviente puño creador; ahí despojé mi cuerpo de todo lo que la ciudad me había otorgado, de la prepotencia de las lagartijas bajo el sol. Pero no solo yo; nos volvimos iguanas de árbol, en la mata agreste que resguarda los misterios naturales.
Dionisio I
La casa sucia me está mirando
los platos mosqueados y afuera el apocalipsis
el calor aprieta mi piel, respiro viento del golfo;
salitre: alacranes rodeando mis pies los versos,
yo hundido,
solos se escriben,
mientras hambriento veo
a mis animales juguetear
los dolores del mar
sus secretos me dicen.
Encuentro formas en las fracturas del techo
los seres ancestrales de la mística soledad
veo antiguas casas degradadas,
y en ellas me veo
será como ver un espejo
ver al tiempo pasar.
II
Embrutece la bebida hasta que todo parece nuevo
soy como un niño jugando con angustia de que termine el juego
y se deba volver a la vida mustia;
los jardines y su enredo el sobrio desvelo;
jícara de agua fría abandono del cuerpo.
III
Hay error en el placer desprevenido sucio el ocio es un ser pervertido el asombro de mis ojos la trampa que aprisiona; la belleza en todas las cosas veneno del poeta. Dionisio colgado del marco de la puerta.
Lluvia
I
Hay un reflejo.
Tras la nube gris.
Se rompe el espejo de agua.
Lluvia desciende sobre palabras.
¿Azur horizonte?
II
Que llueva mientras escampo.
Toda-quema-vía si callo,
aquello que guardo,
como raíz sagrada.
Que llueva,
me gusta alborear sombrío
con el canto mojado
de las a-ninfas-ves de la mañana. *
III
Que llue-sagitaria-eva,
hasta el hastío;
vivas hierbas entre el frío;
mi mente en severa calma se haya.
IV
De entre gotas que caen,
lo incomunicable;
nívea flor de cactus
apunta sin filo
desobediente al cielo.