Por Ximena Cobos Cruz
Hay vacíos que te roban la profundidad del alma en expansión activa al contacto con las notas que se mezclan hasta hacer languidecer tus huesos, aquellos discos y canciones son como drogas que no te hacen efecto, producciones al gusto puro del capitalismo ramplón que cobravendecobra y todo lo vacía de significado, de potencia. Pero siempre hay fugas, resistencias al silencio a media noche; hijos no reconocidos de los maestros que libaron en ceremonias de hace años, cuando éramos más jóvenes, más atrevidos, cuando el espíritu no se rompía junto a los vasos y los cascos de cerveza estrellados contra el piso. El problema es dónde fijamos el centro, ese ombligo falacia de la luna que nos mantiene lejos de lo que atraviesa vientos de lejanos atardeceres, territorios que parecen no haber sido tocados por la banalidad y la codicia que transforma todo en industria.
Guadalajara guarda sus secretos de Lengua Fractal, de expresión abierta al contacto con otras disciplinas, de sonidos que a veces recuerdan las escenas finales de aquella película de Alberto Cortés[1] que llegó a cimbrar la recién nacida década de los noventas, una de las mejores para el rock nacional. Paul Campos es el más joven de los tres, tiene 25 años y es originario de Guadalajara, toca la guitarra, el sintetizador e instrumentos prehispánicos. Carlos Fernández toca la batería y el octapad, tiene 32 años, también nació en Guadalajara. Luis Bolio es el vocalista de la banda, toca el saxofón, la guitarra y la loop station; tiene 33 años, nació en la Ciudad de México, pero supo descentralizarse y ahora radica en Guadalajara.
Aunque todos tienen estudios formales en música[2], lo cierto es que llegaron a ella guiados por la entraña. “Cuando de pequeño veía a mi papá tocar en las reuniones familiares, dice Luis, quería que la gente me escuchara de esa misma forma. Así que, aún sin saber, tocaba los instrumentos de forma lúdica”. Carlos a los quince años tuvo su primera batería y asegura que desde entonces la cosa no ha parado. Paul, apenas con nueve años, halló en el cuarto de su abuela una guitarra abandonada con la que empezó a tocar y a improvisar hasta que se le hizo una ampolla en el dedo. Luego, sí, vinieron los estudios con grandes maestros y en la UDG, pero también su experiencia como escuchas y sus deseos de constituir un sonido propio.
La banda es un trío, seis manos que unen todo su talento en viajes a luz media con notas precisas, que avanzan suavemente entre la tela de una blusa, la nuca cubierta por el pelo o acarician la risa que ha quedado detenida. Luego de dos años juntos, sacaron su primer EP (escúchalo aquí) y lo que creíamos apenas una probada se convirtió en una dosis sorpresiva de regalos al oído. Es claro que se conocen, que se comunican a través de acordes, propuestas y combinaciones para crear algo propio, no en vano Luis y Carlos cruzaron juntos por la escena musical independiente de Guadalajara en varios grupos desde hace ya diez años.
En el 2018 decidieron al fin hacer algo suyo, un proyecto donde ambos llevaran las riendas para que no se desbocara, luego se unió Paul, a principios de 2020, y todo adquirió la forma actual. Al inicio, Carlos y Luis pensaron complementar las ideas que surgían con colaboraciones externas de otros músicos, en esa dinámica conocieron a Paul, quien se volvió parte esencial para el proyecto.
Y la intuición no es errada, aunque ellos digan que sus influencias son a secas “artistas que tratan de conceptualizar sus proyectos, que van más allá de la música misma”, los nombres se cuelan sin remedio. Lenguafractal, como se nombró la banda, está compuesto por dos palabras tomadas cada una del título de una canción de dos grupos mexicanos que admiran, La lengua del alma de La Barranca y Fractal sónico de Los Cabezas de Cera. Pero no se trata sólo de música, de bandas, de sonidos producidos a través de instrumentos musicales, sino de narrativas, de historias misteriosas que marcaron la cadencia, las variaciones y los tonos porque en la literatura también hay ritmo. Luis, Paul y Carlos no escaparon a las lecturas de impacto de aquel catálogo que es el Boom latinoamericano, en su proyecto Relatos Humanos, Máquinas y Música, retoman autores como Amparo Dávila, Juan Rulfo, Julio Cortázar; unidos por la línea de lo mexicano, ya saben, Cortázar tampoco escapó al encanto de estas tierras y nos regaló aquel texto Axolotl que Lenguafractal musicaliza renovando las palabras envueltas entre el sonido de una batería que parece hacer saltar arena suave y un saxofón que seduce como aquel misterioso axolotl dentro de la pecera y hace que el agua termine derramándose sobre tu ropa, mojado, empapado del sonido al final de una canción que te hace arder desde adentro en un mareo que no pesa, que no duele, que no es un malestar, antes bien, es la onda expansiva de la experiencia.
Lenguafractal, convencidos por el cruce de las disciplinas, han decidido dialogar con la literatura, para ellos, tanto ésta como la música son parte de su vida. Fusionarlas, aseguran, resulta bastante interesante, pues creen que al musicalizar un texto literario surge su verdadera lectura, la interpretación personal de la obra. Entonces, lo que nos regalan se convierte en la expresión pura de la teoría de la recepción convertida en sentimiento, apropiación; la creación de otra obra como la máxima expresión concreta de aquella idea de que la obra literaria termina de escribirse hasta que es leída. Los sonidos que constituyen sus composiciones expresan lo que el texto trasmitió en ellos, la huella que los dejó marcados tras la llegada de la palabra final de ese relato. Al mismo tiempo, la maravilla de la relación hipertexto e hipotexto sin duda es crear una nueva pieza que envuelve el resonar de sus emociones y vivencias a través de sus palabras y su música.
“Creemos que es una relación muy íntima y milenaria. Por ejemplo, Cortázar menciona en algunas entrevistas que su literatura era como el jazz, improvisación sobre el papel con su propio instrumento: el bolígrafo. Además ambas se han nutrido mutuamente desde el comienzo del arte: desde el canto gregoriano, los juglares y la ópera, hasta las fusiones contemporáneas”.
La apuesta por el diálogo entre literatura y música como un concepto redondo, no meramente incidental, de una pieza o dos entre la multitud de discos y canciones como lo hacen muchas bandas, es el sello de Lenguafractal, el camino que piensan seguir desde que decidieron que se dedicarían a la música no como un simple pasatiempo, sino como un proyecto de vida que tiene que salir avante, “un proyecto con el pudiéramos crear, monetizar y vivir de ello”. En principio, creen firmemente que su forma de componer surge de crear sin una expectativa clara. Al escuchar las canciones, aseguran, no encontramos cómo definirlas en un género o estilo musical específico, sino que se vuelven una combinación nutrida de nuestras influencias, gustos y curiosidades. Si habría que definirnos, nos definiríamos como música honesta. De esa honestidad nace el diálogo, pues cómo comunicarse sin asumir la transparencia de fondo que cada lenguaje artístico presupone, por eso no sólo les interesa que el proyecto se quede en el plano musical, sino experimentar constantemente y de diversas maneras con la interdisciplina y la colaboración artística diversa.
Sin duda, el resultado de Relatos Humanos, Máquinas y Música es un ejercicio que los ha enriquecido en muchos sentidos y que han disfrutado bastante, pero seguro no será la única cosa que hagan. Aún queda mucho por descubrir de esta banda que esperamos pueda cruzar las fronteras imaginarias que dividen los estados y tener el capital económico para dejarse ver en vivo en muchas partes, como una experiencia amplia que requiere de todos los sentidos atentos, pues también trabajan con teatro, danza, y mantiene la puerta abierta a cosas nuevas.
Pero, como siempre, somos presas de la realidad que no apuesta por sonidos nuevos porque estamos convertidos en corderitos, un rebaño que ha sufrido una pequeña distorsión en los oídos y la emoción no encuentra yacimientos en los pechos constrictos, sin señales al cerebro que produzcan la cantidad suficiente de químicos que hagan que el plexo se abra y la vida se sienta recorriendo la medula espinal adormecida. Las bandas como Lenguafractal se enfrentan una y otra vez a las dificultades de grabar en estudios caseros, de producirse de forma autogestiva, de buscar todas las plataformas posibles para difundir su arte, para entrar en competencia con lo que el dinero tilda de grandes artistas, y aportar así a la transformación de las experiencias, devolver a la música su categoría de arte y resucitar la apuesta estética. Afortunadamente, luego del EP hecho en un home studio, se encuentran grabando ya un nuevo material en FM Studios, producido en su totalidad por Frankie Mares, baterista de Troker. La nave entonces parece estar a punto del despegue, ya no hay más simulacros.
[1] Ciudad de ciegos, 1990.
[2] Paul es egresado del departamento de música de la UDG como ejecutante de guitarra clásica bajo la guía de la guitarrista Mtra. Paulina Orozco; cursó el programa de improvisación, teoría, arreglo y orquestación para Jazz impartido por el Maestro Paul Galindo en la escuela de Jazz II-V-I, además cubrió el programa de guitarra eléctrica en Hermes Music Education Center como alumno del Guitarrista Mtro. Jorge Manzano Celis y del Maestro Miguel Calderón. Carlos ha estudiado música de forma autodidacta y particular, ha sido alumno de Jorge Torres, Zebensui Rodríguez y Jonh Maz. Luis estudió guitarra y composición en el Instituto Cultural Cabañas, posteriormente, saxofón en El Centro Cultural El refugio y el técnico en música en la UDG.