Foto:Ross Halfin, tomada de Revolvermag
Por Christian Jiménez
Corría 1981, año en el que el archipiélago de Palaos se independizaba de Estados Unidos, Ronald Reagan tomaba posesión como presidente de ese país (quien meses después se salvó de un atentado), y en un túnel a 494 metros bajo tierra, en el área U2es del sitio de pruebas atómicas de Nevada, se detonaba una bomba atómica Akavi, de 20 kt.; Grecia entraba a la unión Europea; en El Salvador comenzaba la guerra civil y, meses después, las fuerzas armadas perpetraban la masacre de El Mozote; golpe de Estado en España; Ali Agcha atentaba contra el Papa Juan Pablo II; Israel llevaba a cabo un ataque aéreo sorpresa denominado Operación Ópera; en Egipto, se asesinaba al presidente Hosni Mubarak; y la lista sigue.
Y en ese contexto, en medio de toda esta adversidad, dos chicos (Lars Ulrich y James Hetfield) en Los Ángeles, California, a los que posteriormente se les unirían Dave Mustaine y Ron MacGovney (y quienes serían sustituidos por Kirk Hammett y Cliff Burton), se juntaban para formar una de las mejores bandas de trash metal —si no es que la mejor, cuestión de gustos— de todos los tiempos. Sin lugar a dudas, estoy hablando de Metallica, banda que llegó para cambiar la forma de hacer y ver el metal en todo el mundo, de revolucionar los sonidos, cuyas letras se alejaban de lo convencional.
Pero no me voy a enfocar en todas esas cosas que todo buen fanático de Metallica sabe, como su problema con el alcohol, el despido de Dave, la muerte de Cliff, el carácter de Lars, los músicos que han pasado por sus filas, ni nada por el estilo, puesto que no quiero contar su historia de vida que —reitero— muchos ya conocemos; tampoco es una crítica musical, más bien es un homenaje a una banda que, desde su comienzo y hasta la fecha, se supo ganar la lealtad y reconocimiento de tantos y tantas jóvenes de varias generaciones que no nos sentíamos parte de todo este sistema capitalista neoliberal, esos que usábamos jeans, playeras negra y los tenis rotos, que dejábamos al aire nuestras majestuosa cabellera (para sacudirla como Dios manda), con “música de fondo” a todo volumen en la grabadora, con ganas de romper todos los muebles de nuestras casas y patear al primero que se nos cruzara enfrente; teníamos ese escape de la realidad que nos hacía sentir que éramos los únicos que veíamos la vida de manera profunda, que nadie entendía de lo que hablábamos (sólo nuestros amigos que también se deleitaban con Metallica) y ninguno escuchaba mejor música que nosotros, pues no todos teníamos ese oído “educado” para poder escuchar eso que a nuestros padres no encantaba tanto.
Es por ello que hago un llamado a todas y todos esos jóvenes que nunca han escuchado su música, para que le den un voto de confianza a la banda y se tomen el tiempo, en primer lugar, para escuchar algunos de sus sencillos —si les gusta, ya después los analizarán—, pues estoy hablando de músicos (en toda la extensión de la palabra) virtuosos; no por nada han tenido colaboraciones con artistas del calibre de Guns n’ Roses, la Orquesta Sinfónica de San Francisco, Ozzy Osbourne (Black Sabbath), Lemmy Kilmister (Motörhead), Lou Reed, y bueno, Lady Gaga, entre otros. También, cuenta con 10 álbumes de estudio, las ventas totales de sus discos superan los 120 millones de dólares, han ganado 9 Grammys, 2 premios otorgados por MTV (cuando la empresa no se dedicaba a hacer realitys shows sin sentido), 2 galardones de la Academia de Música Americana (American Music Awards) y dos premios de la revista Billboard, además de ser parte de los grandes que se encuentran dentro del Salón de la Fama del Rock and Roll y poseer una estrella en el Paseo de la Fama de la Revista Kerrang… y perdón, enpolitanos lectores, dije que no hablaría de estas cosas, pero es para poner sobre la mesa las credenciales de esta gran agrupación y alentar a las nuevas generaciones a regocijarse de las melodías de este cuarteto.
Con todo esto no quiero decir que se vuelvan fanáticos, que se vistan de negro y todas esas cosas que ya les conté (no todos los que seguimos escuchándolos aún nos vestimos así), y ya sé que no tengo la autoridad para recomendar qué escuchar o qué es bueno o malo, sólo lo comparto como alguien que aprecia, ama y vive día y noche con la música, además quiero que el mundo sepa que fui parte de la historia que ellos labraron con tanta euforia y pasión. Por eso, a título personal, me permito recomendar algunas canciones que tal vez puedan ser del agrado de cualquier persona, por lo que no es necesario ser afectos a este género, ya que son melodías —desde mi percepción— ligeras y digeribles al oído, aunque parezca las más “comerciales” para los fans, son temas que ya forman parte de un legado y no conozco una mejor forma de cercarse a una banda.
Empecemos por un clásico de clásicos, la canción más escuchada y baladezca de esta banda: “Nothing else matters” del disco homónimo Metallica (también conocido como The Black Album) de 1991, aunque muchos digan que “está bien choteada”, no se puede negar que el arpegio emblemático con el que inicia y cierra la melodía es un deleite, además de la voz calmada, letra y solos de James (que normalmente tocaba Kirk):
“The Unforgiven”, del mismo Black Album, tiene una letra un tanto melancólica y música más poderosa, demuestra por qué es una de las preferidas de sus fans y no tan fans:
Perdón que recomiende canciones del mismo álbum, queridos enpolitanos, pero de verdad que estos sencillos son unas joyas que deben ser escuchadas a detalle por todo aquel que tenga la curiosidad de adentrarse a este maravilloso universo de Metallica. “Enter Sandman”, del Black Album también, es una canción que habla de un niño que espera la llegada del hombre de arena a sus pesadillas, quien, en una estrofa de la canción, reza junto con James para que el todo poderoso cuide de su alma:
Con “No Leaf Clover”, del álbum S&M de 1999, para los amantes de la música clásica, Metallica nos demuestra que el rock puede coexistir de una manera muy armoniosa con las decenas de instrumentos de una orquesta, un tema que, en lo personal, me apasiona mucho:
Ya que estén más adentrados y acostumbrados al sonido de este cuarteto, “One”, del álbum …And Justice for All de 1988, sería una opción para subir el nivel de adrenalina auditiva. Está basada en el libro escrito por Dalton Trumbo, en 1938, llamado Johnny got his gun, que claramente es una crítica a la guerra y a la monstruosidad que representa:
Aunque muchos creen que a partir del álbum St. Anger Metallica dejó de hacer buena música y se “vendieron” al sonido comercial, la realidad es que ya son una leyenda y forman parte de la historia del Rock, así que seguramente habrá canciones en todos sus álbumes que sean buenas y les puedan gustar. Entonces ya sabes, si se los llegan a encontrar en algún lado (un concierto, Youtube, Spotify, iTunes, etcétera), no duden en conocerlos, ya que podrían establecer una muy buena amistad, que indudablemente durará muchos años y, quién sabe, tal vez sea para siempre.