I
Por Miguel García
Introducción.
El tango es el producto de la suma de diversas manifestaciones musicales. En el principio fue baile, el llamado baile con corte y quebrada, que se aplicaba a un universo más amplio de géneros para llenar con cuerpo y movimiento las músicas que lo demandaban entonces, como las mazurcas, habaneras, polkas, valses, etc. Poco después, se gestó una mezcla muy original de sonidos y ritmos que encajó bien con esa nueva manera de bailar. ¿Dónde y cuándo nació? Aún no se ponen de acuerdo los investigadores. Sabemos con reservas que ese baile con corte y quebrada era la imitación que los compadritos hacían de los bailes de negros en las ciudades del Río de la Plata (Buenos Aires y Montevideo) durante el último tercio del siglo xix. No hay certeza de cómo sucedieron los hechos, nos guiamos por los escasos testimonios que se pierden en el tiempo y la memoria. En su Origen de la especie, Hugo Mastrolorenzo concluye: «cuando no hay demasiadas respuestas ante algo que desconocemos, algo circunstancial e incompleto puede conformar una hipótesis verosímil». A su vez, Horacio Salas abre su libro El tango, con estas palabras: «Cuando no existen documentos ni testigos, la reconstrucción de un hecho es siempre imaginaria».
Estudiar la música del tango es una ardua labor que corresponde a los expertos mejor capacitados. Lo que presentamos ahora es una sinopsis del tango orquestal, serie de 15 entregas en total en la que revisaremos la situación de esta música a través del tiempo. No ahondaremos en la composición ni en la interpretación vocal. El centro de nuestra mira es la orquesta típica, su conformación, su desarrollo, sus transformaciones, sus músicos y directores, desde los orígenes hasta la década de los años 50, que se complementa con la audición de 100 grabaciones sugeridas a manera de ilustración sonora.
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Para 1880 ya se hablaba de tango como forma musical, pero coexistían distintas modalidades. Primero, por cuestiones lingüísticas (la denominación «tango» aplicada a los lugares donde antaño se concentraban los esclavos), se le relacionó con la música de los negros; luego, el nombre se asoció a los tangos andaluces que se popularizaron gracias al teatro español; después a la habanera, que tras el recorrido que llevó a cabo transportada por los marineros desde Cuba a España, luego regreso a la isla y posteriormente a toda América (cabe destacar que los españoles llaman tango al patrón rítmico de la habanera); por otro lado se halla la milonga, que en un principio era cantada, y que fue asimilando su acompañamiento rítmico con el de la habanera, y que se adaptó sin problema a la nueva coreografía gestada por los bailadores criollos de la época. Cuando la milonga dejó de ser sólo canto para comenzar a ser bailada, fue también llamada tango, y en una época, habanera, milonga y tango significaron prácticamente lo mismo, aunque después se quedara el término «tango» para su modalidad instrumental y bailable, y «milonga» para la modalidad cantada, con acompañamiento de guitarra. Dice José Gobello que
durante un par de décadas, la habanera, el tango andaluz y la milonga se confundieron recíprocamente y era corriente llamar a cualquiera de esas especies con el nombre de otra. Por lo general se les llama a todas milonga, porque la milonga era un baile inventado por el compadrito y, entonces, todo lo que bailaba el compadrito se llamaba milonga.
En esos días, el soporte instrumental que prevaleció es el de los conjuntos reducidos, tríos o cuartetos formados sobre todo por el violín, la flauta, el arpa, aunque esta formación no era totalmente rigurosa. Hacia el final del siglo xix, se usaban con mayor frecuencia el violín, la flauta y la guitarra, con eventuales adiciones de otros instrumentos como el acordeón, el mandolín, la concertina o la armónica. O como asegura Vicente Rossi: «tres violines, un arpa, una flauta, un flautín y un bajo de metal; por ausencia de alguno de ellos, o refuerzo, en ciertas ocasiones figuraron otros instrumentos; todo dócil a la dirección de un armonio clásico de tres octavas, manejado por el director». Y hasta la batería, de uso común en los conjuntos musicales del siglo xx, era emulada con un palo y una lata; todo austero, pero eficaz. La manera tanto de ejecutar como de componer era intuitiva, pues —artistas del pueblo, con escasa instrucción formal— era raro el que pudiera al menos descifrar partituras. Por ello, la gran mayoría de los primeros tangos se perdió para nosotros. [01]
Cuando, ya iniciado el siglo xx, aquellas composiciones pudieron ser registradas en el pentagrama, el tango logró trasponer la frontera del conjunto arrabalero y acceder a las orquestas que entonces funcionaban en plazas públicas, como las bandas municipales, las rondallas y los orfeones, así como al ahora nostálgico organillo de mano, operado por el hombre que se paraba en una esquina y dejaba brotar los sonidos con los que los jóvenes y no tan jóvenes ensayaban las evoluciones que llevarían a cabo más tarde con la bailarina en la pista de baile privada; sólo hombres, porque el tango en público estaba vedado para las damas respetables —quienes se limitaban a escuchar los compases detrás de la puerta y acaso a lanzar una moneda desde la ventana al organillero—, dada la reputación que había ganado el tango por haber sido acogido en las academias, casas de baile y peringundines de conocida fama prostibularia.
Esta evolución inmediata que experimentó el tango desde su nacimiento difuso, del cual tenemos motivo para pensar que sucedió alrededor de 1870, tuvo su primer avance significativo empezada la década de 1890, cuando su estructura cambió, más o menos superada la confusión entre especies musicales. Algunos especialistas reconocidos coinciden en considerar «El talar» como el primer tango propiamente definido y evolucionado, que data de 1894. Con él se abandonan las estructuras de una o dos partes de ocho compases. En «El talar» se agrega una tercera, el trío, y sus partes constan de 12 compases la primera, y 16 tanto la segunda como la tercera. [02]
Todo esto se enmarca en una etapa histórica que José Gobello define como el tango de la gran aldea, «los tiempos del tango criollo, alegre y fachendoso, de espíritu lupanario y estructura literario-musical cupletística, que lo convertían en un verdadero cuplé malevo o cuplé de compadritos», que abarca de 1870 a 1910. Se avecinaba una etapa de más transformaciones y conductas que definieron para siempre su derrotero musical. Todo evolucionó: la interpretación, la composición, los intérpretes, la danza, en un contexto histórico que facilitó dicha evolución. Dejó escrito Roberto Selles que «tres años después [de la aparición de “El talar”], aparece “El entrerriano”, también con tres partes de 16, 32 y 16 compases cada una. A composiciones de esta índole corresponde llamarles los primeros tangos-tangos». [03]
Durante el cambio de siglo, se introdujo el bandoneón a los conjuntos, ya era habitual la edición de partituras para piano, y luego la tecnología de la grabación discográfica. Comenta Luis Adolfo Sierra:
La llegada del disco permitió una difusión más efectiva de los distintos géneros musicales aceptados por la sociedad de entonces. Accedieron al disco, además, los géneros populares y criollos que estaban en boga. Las grabaciones de tangos por lo general eran realizadas por las ya mencionadas bandas, rondallas y orfeones, que no estaban dedicadas exclusivamente a la interpretación tanguística; el tango formaba sólo una parte de su repertorio. Se tiene conocimiento de grabaciones sonoras de conjuntos de este tipo desde antes de 1910. [04] No llegó el tango, sin embargo, a su culminante aceptación por conducto de las combinaciones instrumentales que le eran propias, puesto que —como se ha dicho— los lugares de actuación de las mismas estaban reservados exclusivamente para quienes allí acudían con propósitos licenciosos y parranderos. Alcanzó el tango su consagración popular entre los distintos sectores sociales ajenos a la aventura nocturna, por intermedio de las bandas, las rondallas y los orfeones. En las reuniones danzantes de colectividades extranjeras, kermeses, romerías españolas, retretas de plazas y paseos públicos, las bandas musicales de entonces intercalan algunos tangos en sus repertorios, con general beneplácito de los circunstanciales auditorios. Eran tradicionales las romerías del «Pabellón de las Rosas», que amenizaban conocidas bandas de la época, cuyos directores conferían especial preferencia al tango ya por entonces en plena redención. La Banda Municipal, la de Policía, las bandas militares (existen grabaciones fonográficas de tangos a cargo de las pertenecientes a los regimientos 1 y 5 de infantería), la fanfarria del Escuadrón de Seguridad de la Policía, e incluso los conjuntos organizados para atraer público a los remates de tierras, optaron por abrir sus repertorios a los tangos más en boga, que ya habían llegado al papel, y frecuentemente al disco. El maestro Arturo De Bassi, prestigioso director de orquestas teatrales, y autor de tangos tan famosos como «El caburé», «La catrera» y «El incendio», realizó excelentes versiones que fueron grabadas en discos por bandas confiadas a su conducción. [05]