4. Sueño de barrilete
Eladia Blázquez (Avellaneda, Pvcia. de Buenos Aires, 1931 – Buenos Aires, 2005)
Por Miguel García
Eladia Blázquez fue la gran renovadora de la canción de tango desde los años 60, época en la que cada vez aparecían menos letras, menos orquestas y menos público. De ascendencia andaluza, desde niña cultivó los géneros españoles, transitó luego a la música folklórica argentina, el bolero, la balada y llegó al tango casi como consecuencia lógica de sensibilidad.
Talentosa en las tres disciplinas que conforman la canción (música, poesía, canto), dio a conocer una enorme cantidad de piezas que han sido interpretadas por artistas de renombre en Argentina y en distintos lugares del mundo. Las ocasiones que no hizo la música de sus obras, colaboró con destacados compositores de la talla de Astor Piazzolla, Virgilio Expósito, Chico Novarro, etc.
Se le ha emparentado estética, temática y temperamentalmente con Enrique Santos Discépolo, por su manera de ironizar, robarle una sonrisa a la desgracia y rescatar un resto de esperanza. Horacio Ferrer la describe así: «[Eladia] desnuda en sus temas a un alma que se cuestiona a sí misma, y cuestiona a la condición humana del ser de la ciudad; a veces con acritud, a veces con ternura; con patetismo o con melancólica ironía».
Su obra es una auténtica radiografía/orografía espiritual de Buenos Aires. Pero también atraviesa los más diversos estados de ánimo, temas filosóficos, sensaciones, pensamientos de los habitantes de la ciudad. Señalarlos todos nos tomaría un tiempo y un espacio importantes; por ello, por el momento no ahondaremos. Baste decir que, con Eladia Blázquez, el tango alcanzó una de sus cúspides más altas en cuanto a la creación de letras, de hondo sentimiento, de búsqueda y defensa de la identidad colectiva e individual, con conocimientos de poesía culta y popular, así como una inmersión en las emociones más íntimas, junto a los asuntos vitales del espíritu humano: el erotismo, el desengaño, el misterio…
Resulta de significativa importancia que, en un sistema en el que a la mujer se le conceden pocas alternativas en la manifestación artística del tango, Eladia tomó el rol de intérprete, pero poco a poco fue ganando terreno en el de compositora y versificadora. De nuevo, la labor de una mujer llega para imponerse y hacer prevalecer su calidad. El primero de sus tangos fue «Sueño de barrilete».
* * *
Desde chico ya tenía en el mirar
esa loca fantasía de soñar.
Fue mi sueño de purrete
ser igual que un barrilete
que, elevándose entre nubes
con un viento de esperanza,
sube y sube.
Y crecí en ese mundo de ilusión
y escuché sólo a mi propio corazón,
mas la vida no es juguete
y el lirismo en un billete
sin valor.
Yo quise ser un barrilete
buscando altura en mi ideal,
tratando de explicarme que la vida es algo más
que darlo todo por comida.
Y he sido igual que un barrilete
al que un mal viento puso fin.
No sé si me falló la fe, la voluntad,
o acaso fue que me faltó piolín.
En amores sólo tuve decepción,
regalé por no vender mi corazón,
hice versos olvidando
que la vida es sólo prosa dolorida
que va ahogando lo mejor
y abriendo heridas.
¡Ay!, ¡la vida!
Hoy me aterra este cansancio sin final,
hice trizas mi sonrisa de cristal.
Cuando miro un barrilete
me pregunto: ¿aquel purrete
dónde está?
Se nos aparece aquí un juego de claroscuro, un degradado que comienza en la infancia y termina en la pérdida de ésta. Eladia pone su poema en voz de un hombre que de niño quería ser como un papalote o cometa; un barrilete, ese objeto que es la delicia de los niños (o lo era hasta la aparición del entretenimiento digital y virtual) y cuyo motor es la mano de quien lo lanza y se mantiene con el fluir del viento. El viento que lo sostiene es la esperanza: «que elevándose entre nubes / con un viento de esperanza / sube y sube». El niño fue creciendo así «en ese mundo de ilusión», un mundo ideal que se parece mucho a la poesía, pero tarde o temprano llega el desengaño que acaba con esa inocencia de la niñez; qué fuerza la de esas palabras, qué manera de resumir la sensación de quienes se dedican al arte: «mas la vida no es juguete / y el lirismo es un billete / sin valor».
Pero se resiste, no quiere sucumbir al embate de este mundo corrupto y destructor, «tratando de explicarme que la vida es algo más / que darlo todo por comida». En esa existencia que va acabando con la ilusión y los sueños (escribía Discépolo: «la gente es brutal / y odia siempre al que sueña, / lo burla y con risas despeña / su intento mejor»), el niño de Eladia que se hizo grande intentó refugiarse en la poesía: «hice versos olvidando / que la vida sólo es prosa dolorida / que va ahogando lo mejor y haciendo heridas». Y así como Francisco de Quevedo inicia su soneto de esta manera: «¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?», Eladia concluye su estrofa con un suspiro: «¡Ay!, ¡la vida!»
Así confronta la naturaleza propia de esos dos tipos de expresión escrita: el verso y la prosa. La tradición del verso ofrece asuntos del espíritu humano, poesía en sus diversas modalidades; en prosa no se anda por las ramas y se llega a un lugar, no hay tregua; es la forma de los textos objetivos, prácticos e informativos, no hay informes oficiales, artículos científicos o reportajes políticos en verso. Por eso dice «que la vida sólo es prosa dolorida». Y entre tanto concepto de la desolación existencial, de una resignación casi total, queda todavía la imagen de un niño volando su papalote: «cuando miro un barrilete / me pregunto: ¿aquel purrete dónde está?» Sin explicaciones inmediatas, el hombre de este tango se cuestiona, no sabe qué pasó: «no sé si me falló la fe, la voluntad . . . » y remata con un resabio de esa metáfora del papalote que quería ser de niño: «o acaso fue que me faltó piolín», le faltó cuerda, quedó corto en su ilusión. Por ello, en «Sin piel», tango que daría a conocer después, declara que «Ya se llegó la hora de archivar el corazón, / de hacer con la ilusión, / que no me va a servir, / un lindo paquetito con una cinta azul, / guardarlo en el baúl / y no volverlo a abrir». Se trata de la renuncia a la ilusión, a la inocencia. No hay lugar en el mundo para los que sueñan.
Este tango lo han interpretado muchísimos artistas: Miguel Saravia, Claudio Bergé, Roberto Rufino, Rubén Juárez, Susana Rinaldi, etc.; la versión que compartimos esta vez es la de Antonella Alfonso en la reciente obra de homenaje a Tita Merello y Eladia Blázquez, Con los huevos rotos.