La especialidad de Sylvia Plath
Por Diana Peña Castañeda[1]
Es domingo por la mañana. Es el tiempo de la posguerra. Londres. El solecito tibio de abril que se abre en el cielo va cayendo sobre el cerezo plantado en el huerto de la casa familiar. También sobre ella. La poeta de Boston cuenta a su madre: “Estoy tan repleta de amor y alegría que apenas puedo parar ni un minuto de bailar, escribir poemas, cocinar y vivir. Duermo ocho horas escasas por las noches y me levanto alegremente con el sol. Bajo mi ventana veo ahora nuestro huerto con un cerezo rosado en plena floración, lleno de tordos que trinan, justo debajo…” Por la forma en la que escribe podría decirse que la felicidad la domina. Mejor, podría decirse que quien escribe esa esquela no es siquiera su yo positivo y radiante, sino el oro de la vida misma.
Si la obra literaria de Sylvia Plath es considerada oscura porque atraviesa los parajes más profundos del sufrimiento de un alma dominada por esa corriente que ella denomina “desesperadamente negativa”, las cartas para su madre la dibujan como una mujer esperanzada, pese a lo que estaba por venir. Sus misivas son el deleite donde ella repasa fragmentos que van de la infancia a la adultez. Entonces a través de un lenguaje carnoso y palpitante encontramos a una mujer que se adentra en las sensaciones que le producen los paseos, los amigos, la luna de miel, el amor antes de la sombra, la maternidad, las compras, la calma de un baño caliente, su alucinante deseo de escribir: “Quiero escribir al menos diez nuevos poemas buenos para sustituir a los de inferior calidad o más insustanciales. Presentar treinta de ellos a un concurso de Borestone Mountain este mes de julio y luego a la colección de Yale el año próximo.” (Northampton, Massachusetts. 25 de abril de 1950)
La poeta escribe a modo de libertad como un ejercicio terapéutico ante las contrariedades de la vida. Luego, cocinar es para ella también un acto poético. “¡Lo que consigo cocinar en un solo fogón de gas!” dijo a su madre cuando el amor aún era cálido y sobrecogedor. Camarones cremosos con jerez y queso. Una preparación exigente de paciencia y delicadeza para realzar el sabor sin exceder cocción ni perder textura. ¿Y cocinar y aflorar el lenguaje al mismo tiempo? Era más que reconfortante. Entre picos de merengue batido o el picadillo del cebollín su voz poética trasciende. Para Medusa, natillas y pan; para Lady Lazarus, pudín de limón.
Y para la torta de… ¿Sopa de tomates? Pero si ¡Los tomates van bien solo en guisos y aderezos de sal! La poeta sonríe. Los tomates son más fruta que hortaliza, son coloridos, compactos, muy versátiles. La torta de sopa de tomates es su preferida. Ella la prepara quizás, no porque sea una receta muy publicitada por la marca Campbell´s para la época o porque las latas de la sopa sean un elemento común en las alacenas. Lo hace, debe ser porque los tomates son rojos, el color rojo está presente en su obra, el rojo es sinónimo de pasión, de vitalidad. El tomate es como el verano, el verano es la esperanza, tiempo para el descanso, lo que ella desea. Ella vive entre el límite de las obligaciones del trabajo y las labores domésticas, o en sus propias palabras: «Tengo por delante mi mañana de cuatro horas, llena como un pastel». No obstante, el rojo también es miedo, la alfombra de la casa, el frío de su última mañana.
Esta es una torta muy profunda por la combinación de las especias que van de la canela a la pimienta, lo que hace que en cada mordisco se acentúe el dulce o la sal, como la vida. La masa carmesí ha sido remojada en brandy para permitir que el infinito se levante sobre los sentidos como la espuma del mar. En todo caso, cada ingrediente añadido rigurosamente permite que el paladar se convierta en un animal devorador, tal como fuera el ojo del lector de esa poesía intimista, ceremonia del final.
“…No me muevo.
La escarcha traza una flor,
El rocío traza una estrella,
La campana muerta,
La campana muerta.
Alguien está acabado.” (Fragmento de Muerte y compañía)
Receta
(6-8 porciones)
Para la torta:
300 gr de harina
150 gr azúcar morena
4 huevos
150 gr de mantequilla blanda sin sal (o 150 ml. aceite vegetal)
1 lata (300 gr) de sopa de tomate
60 ml. brandy (opcional)
1 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de polvo de hornear
1 cucharadita de pimienta gorda molida
1 cucharadita de canela en polvo
½ cucharadita de nuez moscada
Una pizca de clavo molido
1 cucharadita de esencia de vainilla
1 cucharadita de ralladura de cáscara de naranja y de limón
1 taza de nueces del Brasil troceadas
Para la cobertura:
1 libra de queso crema a temperatura ambiente
½ taza de mantequilla sin sal a temperatura ambiente
1 cucharada de vainilla
½ taza de azúcar glass
Para el caramelo:
1 taza de agraz
½ taza de sopa de tomates
½ taza de azúcar morena
Jugo de un limón
Para el sirope de brandy (opcional):
Una taza de agua
¼ taza de azúcar blanca
½ taza de brandy
Preparación de la torta:
Precalentar el horno a 180°C durante 20 minutos.
Incorporar el azúcar a los huevos.
Llevar a baño María por un minuto sin dejar de revolver.
Batir la mezcla hasta obtener punto de letra.
Aparte, pomar la mantequilla y agregarla a la mezcla anterior. Reservar.
Aparte, mezclar las especias cernidas (canela, clavo, nuez, pimienta)
Añadir el bicarbonato y la levadura a la mezcla de especias.
Añadir la harina de trigo cernida.
Incorporar los ingredientes secos con los húmedos.
Mezclar con espátula.
Agregar la sopa de tomates y el brandy.
Mezclar hasta lograr una consistencia suave y cremosa.
Agregar las nueces troceadas y las pasitas (estas últimas son opcionales)
Engrasar y enharinar un molde mediano.
Dividir la mezcla en dos partes para obtener una mejor cocción.
Llevar al horno durante 30-35 minutos.
No abrir el horno hasta pasados 20 minutos.
Una vez horneada la torta con la prueba del palillo, retirar, cubrir con un lienzo limpio y dejar enfriar a temperatura ambiente sobre una rejilla.
Una vez desmoldada, humedecer con sirope de brandy.
Preparación de la cobertura:
Pomar la mantequilla que debe estar a temperatura ambiente
Incorporar el azúcar glass en pequeñas porciones.
Agregar el queso crema.
Agregar la esencia de vainilla.
Batir durante un minuto hasta obtener una mezcla homogénea y cremosa.
Cubrir con papel film y refrigerar por dos horas antes de decorar la torta.
Preparación del caramelo:
Llevar a fuego alto el agraz junto con el jugo de limón y el azúcar.
Agregar la sopa de tomates.
Rectificar sabor del dulce.
Revolver vigorosamente hasta lograr un caramelo brillante.
Enfriar y reservar.
Preparación del sirope:
Llevar al fuego el agua con el azúcar hasta que hierva.
Dejar enfriar
Incorporar al brandy. Enfriar y reservar.
Decoración:
Colocar una mitad de torta sobre un plato.
Humedecer con más sirope si fuera el caso.
Colocar una capa generosa de cobertura de queso.
Agregar en el centro caramelo de agraz-tomates.
Poner la otra mitad de torta.
Repetir el procedimiento.
[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social.
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