Por Andrea Guadalupe Herrera Martínez[1]
“No sé si la esquila domesticó a nuestra oveja negra”
(Alcott, 1868)
Introducción
En este trabajo se realiza un análisis sobre la novela de formación femenina y un ejemplar en Mujercitas, novela escrita por Louisa May Alcott y publicada en 1868. Hablar sobre el bildungsroman femenino resulta relevante por las representaciones que están vigentes en la enseñanza de las mujeres y las tradiciones genealógicas en las que se desenvuelven.
Hasta este momento, el tema a tratar tiene diversos antecedentes desde el análisis de diferentes obras literarias e incluso ya existen sobre el corpus seleccionado para este trabajo, pero el objetivo es, además de demostrar características del proceso de formación, identificar la manera en la que se representa la feminidad a través de los estereotipos, lo heterogéneo y la multiplicidad de los roles de género.
Este corpus se seleccionó por su año de publicación (1868) y por cómo resulta temprano para la época hablar sobre el término global de ser mujer y las distintas feminidades. El enfoque teórico abarca conceptos de Felipe Victoriano y Claudia Darrigrandi (2009) en Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, Marta Lamas (2002) en Cuerpo: diferencia sexual y género y Carmen Gómez Viu (2009) en El Bildungsroman y la novela de formación femenina hispanoamericana contemporánea.
Las representaciones femeninas en la literatura varían por muchos factores, aunque es reconocible que la mujer ha sido representada a lo largo de la historia desde el sector privado en donde se vincula acciones de cuidado, elegancia, limpieza y matrimonio. Mujercitas, aunque no es una variación de estos estereotipos, representa la inconformidad desde el punto de vista femenino.
Novela de formación femenina
La novela de formación femenina es un factor importante para reconocer las formas de transformación social en la vivencia de las mujeres. Ellas pasan de un desconocimiento sobre sí mismas y sobre el entorno, a seguir diferentes dinámicas que le enseñan para cumplir con algo especifico. Carmen Gómez Viu (2009) define el bildungsroman:
Del alemán Bildung (período de formación posterior a la fase correspondiente a la enseñanza primaria) y Roman (novela) es el término empleado para designar a las novelas cuyo tema principal es la representación literaria de las experiencias de un joven protagonista, desde su niñez o adolescencia hasta su madurez, en un proceso de aprendizaje cuya finalidad es lograr la consolidación de la personalidad del individuo y su integración en la sociedad. (p. 108).
El bildungsroman femenino, de acuerdo con la misma autora en El bildungsroman y la novela de formación femenina hispanoamericana contemporánea, tiene una característica común: la lucha de la mujer contra las normas de la sociedad. Las protagonistas en su proceso deben dar un rodeo para expresar aquello que no pueden criticar abiertamente. Carmen Viu establece diferentes aspectos que deben observarse en este tipo de textos: pasividad y fantasía, autocensura, familia, contexto sociopolítico y el final.
Mujercitas incluye escenas que validan la categoría de Bildungsroman en el texto, pero también contiene diferencias sobre lo que se conoce de este tipo de novela. Las protagonistas representan su vida desde la infancia hasta la adultez con todo tipo de crisis, pero la que resulta más importante es de identidad sobre los conductos sociales que recaen sobre su propia existencia.
En una ocasión se menciona “aquellas necias, aunque bien intencionadas palabras, le habían descubierto a Meg un mundo desconocido, perturbando la paz de aquel en que hasta entonces había vívido tan felizmente como un niño. (Alcott, 1868, p. 92). La enseñanza y las dinámicas del entorno abren un nuevo panorama sobre la definición propia del mundo. Meg, por ejemplo, al ser la hermana mayor es la persona ideal para ser un objeto de admiración. Las hermanas confían en ella y la colocan como un ejemplar de actitudes, pero en ello abandonan el cuestionamiento y sus intereses.
Algo que cambia sobre el concepto teórico de la novela de formación es la cantidad de protagonistas, lo normal es uno, pero en este caso son cuatro: Meg, Jo, Beth y Amy. Las hermanas son diferentes al inicio, ellas son protagonistas de sus propias historias y tienen dedicados capítulos a cada una. Sus edades y etapas en la vida son diversas, sus personalidades y esperanzas en la vida también lo son al comienzo, pero mientras viven y aprenden sobre las tradiciones, cumplen el mismo objetivo.
Carmen Gómez (2009) menciona:
Frecuentemente las hermanas son las niñas perfectamente adaptadas y dóciles que siguen la norma establecida. En las novelas de formación de protagonistas con hermanas, resulta especialmente significativo que las escritoras hayan contado estas historias desde la perspectiva de la niña que entra en conflicto con su ambiente y que la historia de la hermana dócil sirva para representar la norma como contraste (p. 8)
Meg pudiera considerarse la hermana más dócil entre la familia por la edad que tenía y el patrón que ya representaba a inicios de la novela. Ya iba a fiestas buscando una pareja y tenía expectativas de matrimonio a su edad, incluso fue la primera en casarse. Sin embargo, aunque era la imagen ideal de mujer para sus menores, no se coloca una posición de “la hermana tal y la otra”, sino que el proceso es “la hermana con su otra”. No es utilizada como un ejemplar y listo, sino que también observamos su vida y dificultades.
Gómez Viu establece que la figura familiar más importante para la niña es su madre “esta puede ser considerada como un modelo, como la antagonista que suscribe los valores de la sociedad dominada por los valores masculinos, o como víctima a la que no se juzga” (2009, p.8). La madre toma posición, dejando de lado la figura de la hermana mayor, como una demostración de la sociedad y sus conductas esenciales.
Esta figura maternal ayuda y resuelve dudas “extrañaba la ayuda de su madre para comprender y manejarse, pero como le habían enseñado dónde buscar, hizo cuanto pudo para hallar el camino y marchar por él confiadamente” (Alcott, 1868, p.195). Las cuatro hermanas sabían que su madre estaría para ellas cuando tuvieran una necesidad y así, resulta importante la posición que establezca ante la vida.
Las tradiciones transmiten ritos, costumbres y actitudes de manera generacional. La ayuda de la madre además de resolver cuestiones y crisis de sus hijas también reproduce las mismas normas sociales que le enseñaron cuando era una niña. Por ejemplo, en la sociedad mexica se realizaba un baño ritual en donde se asignaban insignias al bebé dependiendo de su sexo; los niños obtenían objetos de cacería y las niñas de limpieza.
Esas actitudes estaban vigentes en esa época y su reproducción se destinaba desde los primeros años de vida para los infantes; esto no sucede tan fácilmente. Para apropiarse de una tradición es importante el modo de enseñanza y la oportunidad de cuestionamiento para decidir cambiarla o replicarla en la vida. La familia, además de las instituciones, son base principal para la transmisión de estas tradiciones.
Por otro lado, la representación de otros miembros de familia también son necesarios. El padre casi siempre es una figura ausente o dominante, en este caso las Mujercitas no obtienen una figura paterna justo en el instante necesario: cuando comienzan a obtener una posición social. Cuando el padre regresa las hijas ya habían superado las crisis de lo desconocido y conoce una versión renovada de ellas mismas.
Asimismo, existe una figura que en diversas novelas de formación obtiene el papel de educadora: la tía o tío. En otras representaciones esta figura es la conexión más cercana a la familia principal y cuando los padres no pueden hacerse cargo de ellas, entra en funciones. En este caso, la tía de las Mujercitas es diferente; ella comienza a otorgar negativas hacia todas las decisiones de las protagonistas, a excepción de Amy que logra vincularse con ella de forma exitosa.
Cuando las hermanas crecen y siguen pasando por crisis variadas, siempre recuerdan la necesidad de enseñanza “últimamente siento que necesito más que nunca que alguien me enseñe (Alcott, 1868, p.405). Ante cualquier situación regresan con su maestra de vida, su madre. Ellas esperan con el tiempo ser una mujer tan “perfecta” como ella y confían de forma desesperada en su criterio.
Atribuciones al Género
La representación, de acuerdo con Felipe Victoriano y Claudia Darrigrandi (2009) en el Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, ocurre a través de un proceso de percepción e interpretación de un referente, el objeto representado. La representación designaría el sentido de los códigos fundamentales de una cultura, constelaciones simbólicas destinadas a regir el orden de los discursos y las prácticas sociales. La novela, en este espacio, representa cómo es la mujer en la sociedad a través del sistema sexo genérico.
El género, de acuerdo con Marta Lamas (2002) permite reconocer la diferencia entre las desigualdades sociales que cobran sentido entre hombres y mujeres. Lo que conocemos sobre estas dinámicas genéricas es muy específico. De esta manera es fácil obtener la imagen de la mujer en el hogar con sus hijos, las herramientas de limpieza y los ingredientes de cocina.
Este precepto otorga normas de comportamiento que se esperan realicen tanto hombres y mujeres en la sociedad. Esto convierte aspectos biológicos en actividad humana para separar el destino de actividades entre los individuos “la dicotomía masculino-femenino, con sus variantes culturales, establece estereotipos que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género (Lamas, 2002, p.36). Esta normatividad no solamente ofrece una división social, sino que también es limitante de actividades.
La madre de las mujercitas en una ocasión menciona “Meg, querida mía, aprecio la habilidad femenina que mantiene feliz el hogar más que las manos blancas o los talentos mundanos” (Alcott, 1868, p. 223). Ella implementa enseñanzas tomadas del sistema patriarcal, conocido como el sistema autoritario y controlado ejercido sobre las mujeres. Les enseña a sus hijas cómo deben comportarse, pero sus recomendaciones no sobrepasan la ideología de género deficiente.
El padre, en conjunto, les muestra dinámicas de cocina y cuidado, incluso las felicita cuando cumplen con lo esperado según sus consejos y las tradiciones “estaré más orgulloso de una hija amable, que tiene la facultad de embellecer su propia vida y la vida de los demás (Alcott, 1868, p. 225). Aunque este hombre no está en una de las etapas más difíciles de las jóvenes, sí se muestra orgulloso de lo que encuentra cuando regresa. Él felicita a la mujer que cuida a los demás, en especial, aunque también le da importancia a su propia vida.
La mujer, en su representación más generalizada, está vinculada a contraer matrimonio y cuidar a sus hijos. Meg, cuando se casa, entra en confrontamiento con sus deberes hogareños y lo difícil que es cumplir con todos los deberes de este. Ella y todas las mujeres por sus tradiciones enseñadas, deben realizar la comida, limpiar hasta el último rincón de la casa e incluso está mal visto si se atreve a mencionar su cansancio.
Jo, en cambio, al inicio del texto se comporta diferente “soy el hombre de la familia, ahora que papá está fuera, yo me encargaré de las zapatillas, porque me ha dicho que cuidase de mamá mientras él estuviera ausente” (Alcott, 1868, p.5). Ella opta por relacionarse con los comportamientos masculinos en ausencia de su padre, y aunque su familia parece aceptarlo para cumplir su “capricho”, intentan cambiarla cada vez que tienen oportunidad.
Inconformidad sobre sus Deberes Sociales
Las hermanas protagonistas, aunque no podían escapar de las posiciones sociales que debían obedecer, sí tenían instantes en donde más allá de cuestionarlo, podían expresar el disgusto que tenían ante la situación “me parece que fregar platos y arreglar la casa es el trabajo más desagradable del mundo. (Alcott, 1868, p. 4). Ellas sabían que su deber social era lavar los trastes y organizar los desastres de la casa, pero no por eso es obligatorio el gusto hacia ello.
Las mujeres de esta novela e incluso de la vida cotidiana se muestran inconformes del patriarcado y en las denuncias se escucha “para que ellas puedan tener lo que yo no pude”. El silencio en las mujeres era obligatorio, ellas no podían decir algo extremista porque eran tomadas por locas u hormonales. Jo lo menciona para sus cercanas, pero puede ser criticada si la sociedad la escucha.
Otro pasaje sobre esta protagonista es:
¡Y si el ponerme moño me hace señorita, me arreglaré el pelo en dos trenzas hasta que tenga veinte años! —gritó Jo, quitándose la red del pelo y sacudiendo una espesa melena de color castaño—. Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho. (Alcott, 1868, p. 5)
Ser mujer correcta parece ser una fachada para intentar relacionarse con los individuos, pareciera cercano la historia de la mujer en donde era tachada por bruja cuando intentaba externar sus molestias. Aunque cada hermana tiene sus características individuales, terminan cumpliendo las mismas conductas sociales.
Lo Heterogéneo de ser Mujer
Al inicio de la novela se otorga una presentación de cada hermana con datos generales como su edad y otras particularidades, por ejemplo, se brindan adjetivos, desde mi lectura, sobre su sometimiento ante las tradiciones patriarcales. Más adelante se menciona “Si Jo es un muchacho y Amy algo afectada, ¿qué soy yo, si se puede saber? —preguntó Beth dispuesta a recibir su parte de la reprimenda. —Tú eres una niña querida, y nada más (Alcott, 1868, p. 5). Ellas parecían obtener su definición en la sociedad desde el checklist de estereotipos.
Desde el inicio, aunque Jo era la diferente entre sus hermanas, comienza a adoptar una posición de adecuación ante las normas y lo que se espera de la mujer “trataré de ser lo que le gusta a él llamarme una mujercita, y no ser brusca y atolondrada; cumpliré aquí con mi deber en vez de desear estar en otra parte (Alcott, 1868, p.12). Busca ser lo que su padre espera de ella para cumplir con sus enseñanzas.
Ella debe ser tierna, una joven real en medio de la lucha por salir adelante, pero lo más importante era que seguía siendo mujer y debido a ello se sumaban muchas otras acciones “puede que sea una mujer de carácter, pero ahora nadie podría decir que estoy fuera de lugar, pues se supone que las mujeres hemos venido a secar lágrimas y soportar cargas (Alcott, 1868, p. 498). Al final, ese carácter rebelde sobre las tradiciones se toma como un carácter difícil en el momento de conocerse a ella misma.
Conclusión
Ser mujer hasta este momento es referida al hombre, es remitida a él, es comparada con él, está adscrita a él. Las definiciones obtenidas para conocer más sobre ella es deficiente desde la realidad del mundo. Lo más cercano es conocerla como “lo otro” social y hablar sobre las diferencias de comportamiento entre los hombres y la esencia de ellas como personas individuales es irreconocible.
Jo podría tomarse como un intento de separación ante la fecha de publicación de la novela. 1868 resulta temprano para comenzar a hablar sobre la dicotomía genérica y las diversas identidades. Esta protagonista es un espacio de cuestionamiento para las lecturas de esta generación porque no destroza la tradición, pero sí muestra oportunidades de inconformidad.
En definitiva, los Bildungsroman femeninos muestran el frecuente enfrentamiento de las protagonistas con los principios que sustentan la convivencia en la esfera privada y la esfera pública. Ellas aprenden sobre lo que le enseñan y sobre todos los constructos sociales que se le otorgan desde su familia, el entorno e incluso las instituciones.
Referencias
Alcott, L. (1868). Mujercitas. Alianza Editorial.
Gómez, C. (2009). El bildungsroman y la novela de formación femenina hispanoamericana contemporánea. EPOS.
Lamas, M. (2002). Cuerpo; diferencia sexual y género. Santillana Ediciones.
Victoriano, F y Darrigrandi, C. (2009). Diccionario de estudios culturales latinoamericanos. Siglo XXI Editores.
[1] Andrea Guadalupe Herrera Martínez (2002). Originaria de Monterrey, Nuevo León. Egresada de la licenciatura Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Nuevo León y estudiante de Edición y Gestión de la Cultura en la misma institución. Asistente en el XXI Programa Verano de Investigación Científica y Tecnológica PROVERICYT-UANL y colaboradora de logística en el Simposium La violencia contra las mujeres y su intervención. Actualmente tesista en áreas de discurso y género.