Una aproximación barthiana
Por Alejandro Garrigós Rojas
El pensador francés Roland Barthes nos propone en su libro Mitologías (1957)[1] que el mito es una forma que se define por cómo es proferido, lo cual a su vez supone un mensaje comunicativo. De acuerdo a esta elaboración teórica y a su valor para la comprensión del mito en la cultura, haremos una semblanza general del mito de Satán, tal como aparece en la imaginación religiosa cristiana y literaria.
Satán en la religión y en la literatura
Satán o Satanás es una figura mítica que en diversas religiones constituye una entidad maligna que seduce a los humanos y los orienta al mal, al pecado o la mentira. En el cristianismo generalmente se le concibe como un ángel caído que solía poseer gran belleza; rebelado por envidia de Dios, cayó de gracia convirtiéndose en un demonio y yendo a parar el infierno, donde preside una corte de otros ángeles caídos que se revelaron junto a él. A pesar de su rebelión, Dios le permite gran poder, fungiendo como su opositor en su plan divino. Así, Satán es el antagonista de Dios en los textos del Apocalipsis y es quien tentó a Jesucristo en el desierto.
Tras la aparición del cristianismo, la doctrina cristiana fija esta idea de Satanás como enemigo de Dios, amalgamando en una sola forma elementos míticos de diversa tradición y antigüedad. De este modo, la patrística interpretó a Satán como la serpiente que en el jardín del Edén tentó a Eva, la sedujo y causó su expulsión de la gracia divina y su maldición con la muerte, el dolor y el trabajo para ella, su compañero Adán y su descendencia. Esta equivalencia de Satán con otros nombres y figuras religiosas tradicionales malignas se encuentra en los padres primitivos de la iglesia cristiana Justino, Teófilo y Tertuliano, pero principalmente en Orígenes, cuyas ideas son aceptadas y confirmadas por el último padre de la iglesia, Jerónimo.[2]
De acuerdo con esta tradición, Satán ganó poder sobre la humanidad en su acción en el Paraíso y su influencia es evidente en la humanidad desde entonces, como en los casos de posesión. Su creencia se arraigó en la mayoría de los primeros cristianos hasta la Edad Media, a partir de la cual su influencia comienza a diluirse y volverse más un recurso literario, para tener una nueva relevancia durante el periodo moderno temprano, en el cual la creación literaria imagina a un Satán como figura de rebelión contra la injusta autoridad y tiranía de Dios.
Por ejemplo, en El paraíso perdido (1606) de John Milton[3] el personaje de Satán tiene una complejidad que lo emparenta con las pasiones humanas, decidiendo vengarse indirectamente de Dios a través de los seres humanos recién creados que viven en permanente felicidad. La pregunta que subyace a este extenso poema épico es la de por qué Dios, si es bueno y todopoderoso, permite el mal y el sufrimiento cuando le sería tan fácil evitarlos. El personaje de Satán en esta obra argumenta persuasivamente que la Creación de Dios es una monarquía tiránica y por ello debería ser derrocada. William Blake en Las bodas del cielo y el infierno celebra a Satán como un rebelde positivo, que hace encarnar la emoción y la libertad humana como figura revolucionaria.[4] Esta imaginación, atravesando el Romanticismo, se prolonga hasta Charles Baudelaire y el decadentismo francés que toma a Satán como una figura melancólica, inspiradora del arte, protector del hombre y personaje de dignidad y autoformación de la personalidad contra la irracionalidad del cristianismo y su moral que se considera caduca.
Interpretación semiología de Satán en la época moderna
Considero que el mito de Satán, principalmente a partir del Romanticismo, tiene un uso social en el arte, el cual sería comunicar una postura ante el mundo, una crítica a la razón occidental fundada en valores cristianos que se asumen como envejecidos o nocivos, y apelar hacia una nueva sensibilidad. Esta forma fue tomada de la tradición religiosa y adaptada, completada con recursos representativos para presuponer una conciencia de significado, la cual deviene imagen a partir de que puede significar. Satán se volvió un emblema, un estandarte para la imaginación de la rebeldía, cuya definición es posible a partir de un reverso negativo de la moral cristiana vuelto positivo y afirmado.
Dentro de esta estética negativa vuelta positiva, Satán es un mito de oposición de acuerdo a las ideas de Barthes: opone el desenfreno al recato, el arrebato a la pasividad, la lujuria a la castidad, el cuestionamiento a la ciega obediencia, y así sucesivamente. Hemos de considerar todas estas posibles oposiciones a la hora de leer la figura de Satán en un texto moderno, ya que estos signos son necesarios para el análisis del mito, si bien, como lo explica el francés, no son suficientes.[5] El compuesto de los elementos que constituyen esta mitología devendrá ideología, con el advenimiento de las iglesias de Satán y las filosofías satánicas ateas, como la desarrollada por Anton Lavey en los años sesenta, en la que se interpreta a Satán como un emblema de poder, conocimiento y virtuosismo.[6]
La mitología de Satán cimienta una gama de ideas, experiencias e interpretaciones que abarca un amplio espectro de lo humano, razón por la que suponemos se arraigó tanto en el imaginario colectivo y a la fecha sigue presente en nuestras representaciones culturales. Con las ideas de Barthes, podemos afirmar que el mito de Satán no es una forma fija, sino que su riqueza se presenta también en su forma de cambiar de sentidos con el tiempo, oponiéndose a la dogmática.
Es así como encontramos que las discusiones teológicas sobre Satán, cómo debe ser interpretado, cuál es su simbolismo y su lugar en la religión, no han tenido un conceso desde tiempos del cristianismo primitivo hasta la actualidad, en que siguen proponiéndose lecturas que van desde la negación de su existencia como ente sobrenatural y su aceptación como una figura poética, hasta la lectura radical que ve en él una deidad de culto con una presencia concreta en el mundo. De modo que el mito de Satán, en su doble función, “designa y notifica, hace comprender e impone”.[7]
El mito de Satán ha sido inventado y reinventado en cada época, en cada representación artística concreta, mas nunca hasta la forma definitiva después de la cual ya no hay otra ulterior ya que, como explica Barthes, en esta reinvención de los mitos no puede haber un final satisfactorio. La nota distintiva de Satán, como vimos, es la negación, de modo que tiene un anhelo permanente de conocimiento en la búsqueda de nuevas posibilidades en la rebelión, cuyas interrogaciones se insertan en el tejido mismo de la historia, no sólo en las letras o la cultura, sino en el pensamiento y las prácticas de la cotidianidad. Porque el mito “postula un saber, un pasado, una memoria, un orden comparativo de hechos, de ideas, de decisiones”.[8] Y porque el sentido del mito lleva en sí un sistema de valores que son una reserva de riquezas conceptuales, cuya forma es imperante “que pueda volver a echar raíces en el sentido y alimentarse naturalmente de él”.[9] De allí su permanencia y actualidad que, enraizada en una cronología atávica, supone una inmortalidad mítica.
Siempre siguiendo las ideas de Barthes, Satán es un mito histórico determinado a la vez que intencional cuando su forma abstracta e inasible es investida por medio de la representación artística y la escritura ideológica. La creencia de que el mito es importante y ayuda a explicar un cúmulo de experiencias humanas constituye el móvil de este investimento que se ubica siempre en situación. A través de sí, se implanta en la historia y la modifica con su forma de conocer la realidad, que implanta como realidad misma. Pero el conocimiento de ese mito es confuso, está difuminado en los símbolos y los signos con los que convive y pacta, teniendo un carácter abierto. En palabras de Barthes, no se trata de una abstracción esencial, sino de una “condensación inestable, nebulosa, cuya utilidad y coherencia dependen sobre todo de la función”.[10] Y esta función ha ido modificándose desde que Satán entra a la literatura de creación; su concepto se va definiendo entonces como una tendencia.
La insistencia en una conducta devela su intención.[11] Mas la cualidad mitológica de Satán impide la fosilización de esa intención, por lo que ha pasado de ser un personaje ridículo secundario, que siempre es burlado, en las comedias y pastorelas de la Edad Media, a ser un emblema supremo de esplendor de la exaltación del yo insumiso, como en las “Letanías a Satán” de Charles Baudelaire;[12] donde lo satánico supone la alegría de descender en la escala de valores cristianos, como una afirmación de lo terrenal.
Su campo significante se extiende en la historia. No puede tener fijación. Barthes sobre esto nos explica que un mito puede crearse, alterarse, deshacerse y desaparecer. Pero, siendo milenario, podemos ver lo importante que ha ido el mito de Satán desde sus oscuros orígenes en religiones pre-semíticas hasta la actualidad, cuando incluso el papa en turno se ha referido a él en sus discursos.[13] Se pude afirmar que la historia ha sido benevolente con este mito, por su riqueza simbólica y su capacidad explicativa de una porción de las experiencias humanas. A saber, la humanidad se apropió de este mito como de un tesoro de conocimiento.
Para interpretar un mito es necesario apalabrar sus conceptos, mismos que la mayoría de las veces son efímeros, ligados al límite y la contingencia.[14] Mas Satán, como forma, se adapta a nuevas realidades históricas, a nuevos modos de la cultura para oponerse a ellos, pues la función del mito es deformante[15], y así cumplir su naturaleza diabólica,[16] porque “la significación del mito es el mito mismo”.[17] El mito, pues, es un valor. Y su sanción no consiste en ser verdadera. “Nada le impide ser una coartada perpetua.”[18] Y los hombres no se relacionan con el mito mediante la categoría de verdad, sino con el uso;[19] y es este uso al que debe recurrir para examinarlo la ciencia de los signos en cada representación particular.
El mito de Satán busca aún en el presente a sus lectores para obligarlos “a reconocer el cuerpo de intenciones que lo ha motivado, está allí dispuesto como una señal de la historia individual, como una confidencia y una complicidad”.[20] Y su significación estará motivada, nunca siendo del todo arbitraria ya que contiene de modo ineludible una dosis fatal de analogía. Barthes afirma: “El mito es demasiado rico y lo que tiene de exceso es precisamente su motivación”.[21] El mito de Satán es particularmente una forma cargada de cosmovisión, una forma que se satura con otros conceptos cuya fuente es la historia.
La significación mítica de Satán es un ideograma: “un sistema ideográfico puro en el que las formas están todavía motivadas por el concepto que representan, aunque no recubre ni mucho menos la totalidad representativa”.[22] Y este ideograma resulta ser una parodia negativa de las cualidades de Dios. No miente ni pregona. Es acaso una inflexión que trasforma la historia en naturaleza.[23]
Si vemos en Satán una figura de inocencia, opuesta a la tiranía de Dios, el mito es entonces nuevamente una palabra inocente, no porque sus intenciones sean ocultas (si así fuera no serían eficaces[24]) sino porque están embestidas de la naturaleza que la gente cree ver en ella. Satán es, siguiendo a Georges Bataille, y desde una postura antes desarrollada por Jean Paul Sartre, la consagración de una segunda inocencia, toda vez que el existencialista francés ve en él un símbolo de la desobediencia que hace el mal para poder afirmar al bien, consagrándolo. Como una nostalgia, pues, de lo divino que se perdió.[25]
El mismo lenguaje, la literatura, se prestan a tal mitificación. Por ello el mito de Satán, tanto en la religión como en el arte, ha mostrado históricamente una elasticidad conceptual que se extiende hasta nuestro presente. Ser un sistema bastante complejo de valores al que seguimos acudiendo una y otra vez.
Bibliografía.
Barthes, Roland: Mitologías. Siglo XXI: México, 1991.
Bataille, Goerges: La literatura y el mal. Taurus: Madrid, 1977.
Baudelaire, Charles: Obras selectas. Edimat: Madrid, 1999, p. 187.
Blake, William: Obra poética. Ediciones 29: Barcelona, 1992.
Burton Russell, Jeffret: Satanás. La primitiva tradición cristiana. Fondo de Cultura Económica: México, 1986.
Faiola Anthony: “A modern pope gets old school on the Devil” en The Washington post. Washington, 10 de mayo de 2014. Recuperado de: https://www.washingtonpost.com/world/a-modern-pope-gets-old-school-on-the-devil/2014/05/10/f56a9354-1b93-4662-abbb-d877e49f15ea_story.html
Lavey, Anton: La biblia satánica. Martínez Roca: Barcelona, 2008.
Milton, John: El paraíso perdido. Porrúa, México, 2017.
[1] Barthes, Roland: Mitologías. Siglo XXI: México, 1991.
[2] Burton Russell, Jeffret: Satanás. La primitiva tradición cristiana. Fondo de Cultura Económica: México, 1986, p. 35.
[3] Milton, John: El paraíso perdido. Porrúa, México, 2017.
[4] Blake, William: Obra poética. Ediciones 29: Barcelona, 1992, p.p.: 229-244.
[5] Barthes, Roland: Mitologías. Op. cit., p. 205
[6] Lavey, Anton: La biblia satánica. Martínez Roca:Barcelona, 2008.
[7] Barthes, Roland: Mitologías. Op. cit., p. 209
[8] Ídem
[9] Ibídem, p. 210
[10] Ibídem, p. 211
[11] Ibídem, p. 212
[12] Esto a mi parecer se puede ver ya en la primeras estrofas del poema:
¡Oh tú!, el más sabio y el más hermoso de los Ángeles,
Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
¡Oh, Príncipe del exilio al cual se ha agraviado,
Y que, vencido, siempre te yergues más fuerte!
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!
Tú que sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,
Curandero familiar de las angustias humanas.
Cfr.: Baudelaire, Charles: Obras selectas. Edimat: Madrid, 1999, p. 187.
[13] Un ejemplo de sus citas relativas a Satán, también llamado comúnmente el Diablo: “El Diablo es inteligente, conoce más teología que todos los teólogos juntos.» Para ahondar en el tema, ver: Faiola Anthony: “A modern pope gets old school on the Devil” en The Washington post. Washington, 10 de mayo de 2014. Recuperado de: https://www.washingtonpost.com/world/a-modern-pope-gets-old-school-on-the-devil/2014/05/10/f56a9354-1b93-4662-abbb-d877e49f15ea_story.html
[14] Ídem
[15] Ibídem, p. 213
[16] El vocablo griego διάβολος diabolos “se relaciona con on διὰβολή, diabolé, que significa desavenencia, desacuerdo. […] Originariamente se refería a la postura que, en los procesos judiciales, en los tribunales, mantenía quien ponía en duda la afirmación de la otra parte, al que se le llama diabolos, διάβολος. […] Posteriormente, en el contexto cristiano el diablo era el que introducía división y distanciamiento con la verdad de Dios y por tanto era el enemigo de Dios.” Consultado en: http://es.antiquitatem.com/simbolo-diablo-demonio-daemonium
[17] Ídem
[18] Ibídem, p. 215
[19] Ibídem, p. 240
[20] Ibídem, p. 217
[21] Ibídem, p. 219
[22] Ibídem, p. 220
[23] Ibídem, p. 223
[24] Ibídem, p. 225
[25] Bataille, Goerges: La literatura y el mal. Taurus: Madrid, 1977, p. 19.