Por Adán Ramírez[1]
I
2666 es la novela póstuma del escritor chileno Roberto Bolaño, quien residió de 1968 a 1977 en la Ciudad de México. Esta novela es un libro que a primera vista se muestra imponente ante el lector, debido al número de páginas por las cuales está conformada, pero, fuera de lo físico, he de aceptar que 2666 sí es una novela imponente, por la cantidad de personajes, historias y temas que se abordan en ella, además de que se entrelazan las unas con las otras. También, cabe mencionar que el mito que gira en torno al escritor y su muerte a una edad temprana ha contribuido a la construcción de la figura de Roberto Bolaño y a su gran recepción en el ámbito literario. Sin embargo, no planeo cuestionarme si esto es veraz o no.
Lo que realmente quiero abordar es que leer 2666, siendo más específico, leer “La parte de los crímenes”, trae como premisa la presencia de quienes están ausentes. Estas ausencias de las mujeres asesinadas de Santa Teresa —ciudad ficticia a la cual han identificado como Ciudad Juárez—, estas mujeres que están, pero no están presentes físicamente, serán los espectros de la idealización de una imagen en la novela de Roberto Bolaño. Así pues, lo que me propongo en este trabajo es analizar, por medio de la voz del narrador, el tratamiento que Bolaño da a las víctimas de los feminicidios en Santa Teresa. Para esto me cuestionaré ¿qué dice esta voz narrativa omnisciente? ¿cuál es su postura ante los feminicidios? ¿qué busca obtener al describir de manera detallada cada una de las muertes?
Para responder a estas preguntas, partiré de la idea de la política espectral, propuesta por Roberto Monroy en el artículo “Retórica/política espectral en Rodolfo Walsh”, en él, Monroy señala que
[…] la lucha contra el poder está, en gran medida, determinada por el conjuro de los muertos. […] una figura llevada a ciertas prácticas, que nombraré políticas, las cuales tienen como objetivo liberar el poder de un número incalculable de muertos para el asedio. […] quisiera tratar aquí la figuración de un cúmulo de experiencias contemporáneas que nos hablan de la fuerza de estos reaparecidos (52).
Monroy retoma la idea que Jaques Derrida sostiene en su libro Espectros de Marx, donde postula que “el presente gramatical del verbo ser, en tercera persona de indicativo, parece ofrecer una hospitalidad predestinada al retorno de todos los espíritus, palabra ésta que basta con escribir en plural para dar con ella la bienvenida a los espectros” (63).
En ese sentido, en “La parte de los crímenes” vemos cómo Roberto Bolaño hace uso de esta estrategia narrativa, dándole a la primera muerta encontrada durante el año de 1993 el peso necesario de ser ella quien encabece, a partir de ese año, los feminicidios de Santa Teresa. Sin olvidar, por supuesto, a las otras que murieron antes: “La primera muerta se llamaba Esperanza Gómez Saldaña y tenía trece años. Pero es probable que no fuera la primera muerta. Tal vez por comodidad, por ser la primera asesinada en el año 1993, ella encabeza la lista. Aunque seguramente en 1992 murieron otras. Otras que quedaron fuera de la lista o que jamás nadie encontró” (Bolaño, 470).
Lo que nos concierne aquí también es preguntarnos cuál es el objetivo de dichos espectros que serán conjurados a lo largo de la novela por parte de nuestro narrador omnisciente. Al respecto, Monroy señala que “los espectros en Derrida vendrían a ser la presencia de la ausencia de una serie de identidades que ya no están, esto es el nombre de una serie de muertos que acechan desde una condición irreductible las formas en que se pacifica o acicala la fuerza de los vencidos” (53), idea que me permite analizar algunos aspectos en la novela de Bolaño. Así pues, considero que los espectros en dicha obra acechan constantemente para romper con esa pacificidad; tales espectros son, en primer lugar, la impunidad, luego el olvido y, finalmente, el ciclo de repetición de los crímenes.
II
Dichos conceptos los retomo de Laura Rita Segato, quien en su libro La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez sostiene que “La impunidad, a lo largo de estos años se revela espantosa, y puede ser descrita en tres aspectos: 1. Ausencia de acusados convincentes para la opinión pública; 2. Ausencia de líneas de investigación consistentes; y 3. La consecuencia de las dos anteriores: el círculo de repetición sin fin de este tipo de crímenes” (17). Lo que plantea Segato es posible identificarlo constantemente en “La parte de los crímenes”, una variedad de ausencias; primero, en la novela leemos sobre la ausencia de las mujeres que no fueron encontradas y/o añadidas a la lista de desaparecidas, de la misma forma que lo hacemos sobre quienes nunca fueron identificadas.
También, se escribe sobre la poca atención que la policía de Santa Teresa brinda a las investigaciones de los feminicidios, una muestra de ello la podemos ver cuando el personaje de Florita Alamada da una declaración al entrar en trance: “La policía no hace nada, […] los putos policías no hacen nada, solo miran, ¿pero qué miran? (Bolaño, 579). Por otra parte, no sólo la policía se muestra desinteresada, sino también los paramédicos y los habitantes de Santa Teresa tienen este mismo comportamiento. Aquel desinterés podemos leerlo justamente cuando hace su primera aparición el Penitente Endemoniado: “El ataque a la iglesia de San Rafael y de San Tadeo tuvo mayor eco en la prensa local que las mujeres asesinadas en los meses precedentes” (Bolaño, 486). Por lo tanto, hablamos de una complicidad colectiva, en donde se ignoran los feminicidios y no se exige una pronta solución, esto, a su vez, provoca la ausencia de los agresores, quienes en pocas ocasiones son identificados.
Lo ausente, lo que no está, lo que no se dice. Ese no existir de alguien, o algo, produce la impunidad, misma que provoca el olvido de los responsables y de las víctimas. Este olvido, a su vez, trae nuevamente, como sostiene Segato, “el círculo de repetición sin fin de este tipo de crímenes” (17). Hablamos, pues, de una especie de bucle, que se ejecuta repetidas veces durante “La parte de los crímenes”: ‹‹ […] y los policías, con gesto cansado, como soldados atrapados en un continuum temporal que acuden una y otra vez a la misma derrota, se pusieron a trabajar ›› (Bolaño, 701).
La insistencia de la voz narrativa en esta parte de 2666, además de crear un continuum temporal con las descripciones detalladas de los cuerpos de las mujeres asesinadas, busca también evidenciar la labor poco convincente de la policía de Santa Teresa. Por lo que esta voz narrativa se convierte en un testigo del horror, que ansía darle una función a la palabra. Después de todo, este es uno de los objetivos de dicha voz, consistente en conjurar durante la novela a los espectros para terminar con la impunidad y, al mismo tiempo, no dejar en el olvido a las víctimas de esos trágicos sucesos.
III
Por consiguiente, la voz narrativa omnisciente dentro de la novela, la cual, como ya lo hemos mencionado, tiene la función de ser testigo, también se convierte en un espectro discursivo. De acuerdo a Jacques Derrida, “el espectro se convierte más bien en cierta «cosa» difícil de nombrar: ni alma ni cuerpo, y una y otro. […] Hay algo de desaparecido en la aparición misma como reaparición de lo desaparecido” (71). Teniendo en cuenta lo que señala Derrida, lo que propongo es que el narrador omnisciente es esa cosa, sin alma y sin cuerpo, que se convierte en un espectro discursivo, quien se encarga de conjurar a las desaparecidas de Santa Teresa.
Laura Fandiño argumenta, en su artículo titulado “Asedios a la representación del mal en la narrativa de Roberto Bolaño”, que el espectro discursivo “conjura el silencio que pesa sobre tantas muertes impunes, a través de una escritura que increpa al lector a recordar” (116). Acción principal que se ha de llevar a cabo para poder romper el ciclo de los asesinatos en Santa Teresa. Así que nuestro espectro discursivo pone en marcha lo anterior al describirnos de manera detallada cada una de las características de las víctimas: «el narrador omnisciente describe, con un estilo forense, el estado físico de cada víctima, relata la condición familiar, laboral y social de éstas; luego sigue con los avances –generalmente sin éxito– de la investigación” (Stanjnfeld, 71). Basta con estas características que se describen para no olvidar, puesto que “Los cuerpos son, en general, el único testimonio de la violencia” (Fandiño, 113). Un ejemplo de esto es el siguiente fragmento:
[…] En octubre encontraron a la siguiente muerta en el nuevo basurero municipal, […] La muerta tenía entre quince y diecisiete años, […] Había sido violada por vía anal y vaginal y posteriormente estrangulada. Medía un metro y cuarentaidós centímetros. Los rebuscadores que la encontraron dijeron que iba vestida con sostén, una falda de mezclilla azul y zapatillas de deporte marca Reebok. […] En el dedo anular de su mano derecha llevaba un anillo dorado con una piedra negra y con el nombre de una academia de ingles del centro de la ciudad. Se la fotografío y luego la policía visito la academia de lenguas, pero nadie reconoció a la muerta.
[…] En noviembre, en el segundo piso de un edificio en construcción, unos albañiles encontraron el cuerpo de una mujer de aproximadamente treinta años, de un metro cincuenta, morena, con el pelo teñido de rubio, con dos coronas de oro en la dentadura, vestida únicamente con un suéter y un hot pants o short o pantalón corto. Había sido violada y estrangulada. No tenía papeles. (Bolaño, 561-562).
En ambos casos, las víctimas no son reconocidas, carecen de un nombre. Sin embargo, el objetivo del espectro discursivo en la novela es dar una identidad a las víctimas sin nombre a través de puntualizar sus origines, la forma en que fueron halladas y cada una de sus características físicas. Por lo que, en suma, el objetivo del espectro discursivo en 2666 es el de recordarlas, traerlas a la memoria. Nuestro espectro discursivo busca lo que Monroy da a conocer como política espectral. A través del recuerdo, intenta devolver su identidad a cada muerta. Se tiene, pues, como objetivo una lucha contra aquellos que quedan impunes.
Hay que recordar que Segato manifiesta que “la impunidad puede ser entendida como un producto, el resultado de estos crímenes, y los crímenes como un modo de producción y reproducción de la impunidad” (28). Es el círculo repetitivo, en donde al parecer existe un patrón de causas y efectos. Pero ¿cuál es el método o qué es lo que intenta hacer el espectro discursivo para romper estos patrones de violencia repetitivos?
IV
Si por medio del discurso espectral se consigue un ejercicio de memoria, que nos permite recordar aquellas víctimas no solamente de los feminicidios, sino también del propio olvido, conjurando a los espectros de cada una de ellas, lo que se esperaría obtener con esto es una respuesta hacia las afectadas y un castigo hacia los agresores, de la misma forma que rompería el círculo repetitivo de los crímenes en Santa Teresa. Sin embargo, en la novela se plantea algo que tristemente salta a nuestra realidad, cuando se habla de la última víctima del año 1993: “La muerta tenía cincuenta años y como para contradecir a algunas voces que empezaban tímidamente a alzarse, [dijeron] murió en su casa y en su casa encontraron su cadáver, no en un baldío, ni en un basurero, ni entre los matojos amarillos del desierto” (Bolaño, 520). Frente al asesino confeso de Felicidad Jiménez Jiménez, aquellas “voces que empezaban tímidamente a alzarse” (Bolaño, 520) son los espectros que poco a poco tratan de manifestarse dentro de la novela. Lamentablemente, al negar por completo la gravedad de los feminicidios en Santa Teresa, son silenciadas, condenadas al olvido, al igual que los informes y archivos de los casos que nunca fueron resueltos.
Lo que se esperaría del discurso espectral no se consigue a cabalidad, y lo podemos leer en el final de “La parte de los crímenes”, que cierra con el último feminicidio del año 1997, pues nunca se detuvieron. Así pues, pareciera que “La parte de los crímenes” es un bucle que está escrito para traer a la memoria, con cada lectura, a los espectros de los feminicidios, y lo central es la búsqueda de justicia por medio de este discurso espectral. No obstante, si bien en la novela el ciclo repetitivo de los crímenes no llega a romperse, considero que esta parte de la obra está escrita para que el lector encuentre la manera de romper con este ciclo de violencia que se vive en Ciudad Juárez.
V
Antes de pasar a las conclusiones, me gustaría retomar un apartado de Jaques Derrida, en que explica algo que considero importante sobre la esencia del ser: “Ser, esa palabra en la que veíamos más arriba la palabra del espíritu, quiere decir, por la misma razón, heredar. Todas las cuestiones a propósito del ser o de lo que hay que ser (o no ser: or not to be) son cuestiones de herencia” (68). Por lo tanto, somos lo que nuestros antepasados nos heredaron, el ser de lo que somos, según Derrida, es a la vez una tarea que nos involucra, queramos o no, como herederos dolientes de cada una de las injusticias cometidas en el pasado.
En otro aspecto, Arturo García Ramos, en su artículo titulado “Última hora de la novela: 2666 de Roberto Bolaño”, menciona que el lector enfermo de literatura, aquellos personajes de los que está plagada la novela de Bolaño y que probablemente nosotros también lo seamos, es consciente de que “Una posición borgiana no desdeñaría interpretar la lectura como la creación o la contemplación voluntaria de un sueño” (126). Incluso comenta que “2666 tiene una apariencia de obra inacabada, de sueño interrumpido” (126). Es cierto que Bolaño no tuvo la oportunidad de hacer las últimas correcciones a su novela, quizás por eso da esa sensación de estar inacabada. Pero ese sueño interrumpido por su muerte no tan premonitoria, me hace pensar que, teniendo en cuenta lo anterior, Roberto Bolaño siempre fue consiente de todo esto. Por eso, en “La parte de los crímenes”, el narrador se convierte en un espectro, cuyo discurso se hace presente conjurando a todas aquellas que exigen justicia, teniendo este sueño de que algún día se les otorgaría. Y esto no solamente lo vemos en esta novela, sino que hay otras obras más, como La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez de Laura Rita Segato o Huesos en el desierto del periodista Sergio Gonzales Rodríguez, en donde podemos encontrar a estos espectros exigiendo lo mismo y, siempre estarán presentes por la lucha por el reconocimiento de quienes ya no están, hasta que se les otorgue una justicia espectral.
VI
Para concluir, podemos decir que en “La parte de los crímenes”, la voz narrativa omnisciente nos hace creer que toma una postura neutra como testigo ante los feminicidios que acontecen en Santa Teresa, esto debido al discurso forense que emplea durante la novela. Pero con lo expuesto en este ensayo, podemos sugerir que si la voz narrativa toma una postura neutra, busca aliviar o moderar cada uno de los feminicidios, no obstante, esto no quiere decir que el estilo discursivo carezca de un objetivo al describir con detalle a cada una de las muertas. Sino todo lo contrario, nuestro narrador omnisciente adquiere una finalidad, la cual va más allá de simplemente conjurar a los espectros dentro de la novela, sino que también es un constante recordatorio, un llamado a la memoria de quienes ya no están físicamente.
En ese sentido, el espectro discursivo que hallamos en 2666 representa la búsqueda que se detalla en el prólogo de La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez de Laura Rita Segato, que consiste en “buscar otra función a la palabra y a la interpretación de los signos para remapear nuestro presente” (6). La impresión que produce la novela de Roberto Bolaño es la función de la palabra que crea una trama interpretativa para comenzar a hablar sobre estos temas y hacer algo al respecto con el sosiego de las vencidas.
Bibliografía.
Bolaño, Roberto. “La parte de los crímenes”. 2666. Ciudad de México: Debolsillo, 2020.
Derrida, Jacques. “Conjurar – el marxismo”. Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Madrid: Trotta Editorial, 2012.
Fandiño, Laura. “Asedios a la representación del mal en la narrativa de Roberto Bolaño”. Revista de humanidades (Santiago), Núm. 26, Jul-Dic: 2012.
García Ramos, Arturo. “Última hora de la novela: 2666 de Roberto Bolaño”. Anales de Literatura Hispanoamericana. Vol. 37: 2008.
Monroy Álvarez, Roberto. “Retórica/política espectral en Rodolfo Walsh”. Revista Inventio, Año 14, Núm 33, Jul-Oct: 2018.
Segato Rita, Laura. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Buenos Aires : Tinta Limón, 2013.
Stajnfeld, Sonja. “Cuatro imágenes del mal en 2666 de Roberto Bolaño”. Revista Fuentes
Humanísticas, Vol. 24, Núm. 44: 2012.
Walker, Carlos. «El tono del horror: 2666 de Roberto Bolaño.» Taller de Letras, vol. 46: 2010.
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Adán Ramírez (Morelos, 1997). Egresado de la licenciatura de Letras Hispánicas por la UAEM. Ha participado en algunos congresos como en el decimosexto Foro de Estudiantes de Lingüística y Literatura (FELL) del 2020 o en el XVIII Congreso Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (CONELL) del 2020. También colaboró en la creación del Suplemento literario Mar de Fondo, publicado por el periódico El Regional del Sur, en la ciudad de Cuernavaca, Mor. Además, fue uno de los dos organizadores generales del sexto congreso de Difusión de Estudios de Lengua, Literatura y Edición (DELLE) del 2021. ↑