Imagen tomada de lospoliticosveracruz.com.mx
Por Rogelio Dueñas[1]
/ 1 /
Es harto sabido que durante décadas las instituciones culturales del Estado mexicano, al igual que el resto del ennegrecido sistema político, se han visto permeadas por una serie de prácticas que distan mucho del ideario democrático del que se han llenado la boca los gobernantes en turno. Cacicazgo, clientelismo, compadrazgo, manejo a conveniencia de los recursos públicos; han sido sólo algunos de los elementos de los que la cultura oficial se ha valido para perpetuar el poderío de la mediocridad. En el caso concreto de los poetas, cuando estos escriben obras en donde se logran avizorar aportaciones para la regeneración de la poesía, los centinelas del dogma hacen uso del aparato del Estado para zancadillear al autor. Cuantimás si dichas obras cometen la osadía de cuestionar los estándares del canon.
Como si todo lo anterior fuera poco, los “abusos costumbres” de ciertos grupúsculos de poetas emergentes que pululan dentro del espectro literario, le hacen el caldo gordo a la cultura filistea al amalgamar la ignorancia y cerrazón a su “proceso creativo”.
Es jodidísimo verlos laureándose entre sí, afanándose en desdeñar la importancia de los elementos primarios que se requieren para construir una obra lírica medianamente enriquecedora. Resulta agobiante ver cómo están más preocupados por embriagarse hasta el culo que por plantarle cara a la rancia postura de la cultura oficialista, con propuestas poéticas que contengan un discurso más arriesgado y menos autocomplaciente. No sólo arruinan el bello deporte de perder el conocimiento con el gancho al hígado que propina el alcohol, lo hacen también con un asunto mucho más serio: la Poesía. Entorpecen su torrente al hacer circular textos pretenciosos, carentes de valor estético o poético, y que incluso aún traen consigo el lodo de las aguas pantanosas del lugar común. Publican poemarios a destajo, a la menor provocación. Parece que aún no comprenden que la Poesía no es un objeto decorativo del ego o una argucia de la que puedan valerse durante sus danzas de apareamiento al hacer brillar la charola de “poeta prolífico”.
A esa sombra reducida vomitando por las calles y escupiendo vergas les llaman POETAS[2]. No se asoman ni por error a letras que no hayan nacido en el seno de su camarilla despótica de pseudointelectuales, o bien, que no hayan sido recomendadas por el jerarca que les preside. Retacan la cuadratura de su mente con los poetas de siempre, olvidando la obra de autores comprometidos con la transformación de la poesía. ¡Y aún tienen el descaro de cagarse en los poetas oficiales! Como si sus “prácticas literarias” no estuvieran emparentadas con los caciques culturales que dicen detestar. Así pues, la ramplonería logra apropiarse de la poesía y de los espacios destinados para ella.
No obstante, aún late el brío de una poesía infatigable. Tal es el caso de la obra de Orlando Guillén (Acayucan, Veracruz, 1945), que al igual que varios de sus contemporáneos como Max Rojas o Jaime Reyes, ha sabido erigir su obra de modo tal que permanezca insepulta. Sus aportaciones son vastas y harto fructíferas. Menoscabarlas significa atentar contra el proceso de renovación de la poesía. En vano ha sido, pues, el ninguneo al que la cultura a sueldo ha querido someterlo. Su postura disidente le ha valido la persecución del Estado mexicano y el veto de su sistema cultural. Hay que recordar que en 2006, Orlando Guillén denunció, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la persecución y censura de la que ha sido objeto.
Guillén cuenta con muchísimas obras en su haber, no obstante, me limitaré a abordar de modo general únicamente cuatro de sus obras: Cantar del pantagruelista, Poesía inédita 1970-1978, Rey de Bastos y El costillar de Caín, esto con el fin de difundir y despertar el interés por la encomiable labor de Guillén de trastocar el lenguaje y enriquecer la poesía.
/ 2 /
Hablar de la obra de Orlando Guillén es hablar de una propuesta crítica y mordaz. Notables sus ganas de increpar han sido desde siempre. Un claro ejemplo lo tenemos en Cantares de la dicha negra, poema rábido que Guillén desató a propósito del genocidio en Tlatelolco el 2 de octubre del ’68:
“Me hirieron la soledad, / me hirieron la compañía, / y donde quiera que voy, / me van hiriendo la voz, / me vigilan la saliva, / me enfurecen el tamaño de la furia / y me han dejado el recuerdo / lisiado desde el dos de octubre. Todos los dedos me dicen / las palabras / de los muertos nuevos.”
Es evidente el abismo que hay entre versos como los anteriores y la ambigüedad, por ejemplo, de las letras de la paz octaviana[3] al hablar de la masacre. Y si es así, ¿por qué versos como los del autor de La llama doble, son de los más recordados y elogiados? ¿Acaso será por las relaciones que tuvo Paz con el poder? En ese sentido, Evodio Escalante apunta lo siguiente:
“Es una lástima, pero a menudo el reconocimiento que alcanza una obra depende no tanto de los valores literarios que ella contiene, como de un complicado juego de posiciones culturales. No tanto la palabra justa: lo que importa es la relación justa en el momento en que se le necesita. Si no se tiene la suerte de haber amigos en posiciones favorables, si los modales del sujeto no son los adecuados, o simplemente no se muestra disposición para emprender lo que se llama una ‘carrera literaria’, entonces hay escasas probabilidades de que esa obra sea no ya reconocida, sino ni siquiera leída”.[4]
No obstante, Guillén siguió incidiendo, provocando.
Fue en 1972, año de guerrillas y escaladas represivas, cuando Guillén lanzó su Cantar del pantagruelista; publicación con versos certeros como:
“Me declaro culpable del delito de ser joven, / de tener 22 años / y de cargar mi hambre / como un estómago independiente.”
Muy ad hoc con el clima de la guerra sucia de aquellos años.
Sin embargo, es en Poesía inédita 1970-1978 (obra de juventud que, en 1983, tomaría el nombre definitivo de Versario pirata) en donde podemos toparnos con el Orlando que comienza a sacudir con más ahínco la polilla que se había venido acumulado en gran parte de la poesía producida en México. De aquí pal real, Guillén no sólo nombra de forma heterodoxa, sino que también nos deja ver el asombroso resultado de haber digerido las obras de Vallejo, Rabelais, Darío y Díaz Mirón. Aquí unos versos de Versario pirata, primera parte de las tres que componen Poesía inédita…:
“Pero esbelta tú/ irrumpes de cara al caos/ te acercas caminando deliciosamente/ moviéndolo meneándolo/ entras al WC para señoras del Café La Habana/ y meas escuetamente/ dejando un acre rocío sobre tu mata prójima/ un tufo alegre exquisito/ rabiosamente femenino/ y por ello humano Hacia dentro de ti un cáliz bellísimo/ se deshoja en pétalos de vida/ en flores de ti misma/ Pienso en tu carne clara como tu voz/ Tiemblo de tu esencia bebo un cáliz amargo/ Mara acerca hacia mí ese cáliz!”
Los matices vallejianos son evidentes. Al igual que en su memorable verso “Me moriré en París con agua, cerdos!”, que en chinga nos remite a Piedra negra sobre una piedra blanca. A pesar de resonar los pasos del autor de Trilce en el patio de la poesía de Orlando, el infortunio se yergue en modos disímiles. La tesitura de su tristeza es mucho más irónica:
“Te saludo soledad muleta para suplirme Te saludo y te canto Con mi gargajo violáceo en tu cara purulenta oh soledad sitiada por dos ojos dos senos dos piernas dos nalgas dos brazos es decir digo aquella en su cintura y en su tórax Nadie se baña dos veces en la misma agua de angustia Nadie se sabe solo en medio de nosotros Te saludo soledad lobo que somos Te saludo salvaje aguerrida putita parada en cada esquina
Te saludo, estúpida
Contéstame!”
Es en Rey de Bastos (Universidad Autónoma Chapingo, 1985) donde, para deleite de muchos, la cosa comienza a ponerse dura. Aquí es donde Guillén tañe largos alientos y toda clase de ritmos. Según el propio autor, Rey de Bastos “es una enorme reprobación del cristianismo”. No obstante, al igual que cualquier otra obra poética, está sujeta a múltiples interpretaciones:
“Yo trepé en un barco de hipócritas a verlos corcoveando/ Yo trepé en un barco de hipócritas como versario pirata/ el humo envolviendo la naturaleza del ser/ Y vi Los vi venir llenos de incienso/ Y particularmente registré ese momento en que un hipócrita a otro hipócrita besaba/ y ese fue el aprendizaje de adolescencia/ cuando uno trae púber el estar y el ser humanecido / cuando uno trae una alcoba en los sueños/ un saco de lagartos el pene como flor de las braguetas/ la mirada intensamente llena de Dios y las mujeres/ Pero hoy es tarde para haber nacido/ Ya no tengo mujer y soy hijo de mi madre/ Pero tengo mujer en el olvido/ Mi novia habita en una casa en un caserío/ Mi novia es poderosa y no tiene poder/ Mi novia es una muchacha que me mira y se agacha/ Mi novia no tiene sombra/ sucursales/ canal dos/ Mi novia no trae manojitos de mirra/ el sabor de la lengua cuando se besa no a la amada sino al amor/ Mi novia sortea rápida entre los charcos de lluvia los avatares de mi alma/ Mi novia no es novia de mi novia/ Yo soy la novia de mi novia/ Yo soy el novio de mi novia/ Yo soy el ser de mi novia y la amo perdida/ inalcanzablemente/ cuando beso su mano/ Un solo manotazo de poesía se estrella en mi cachete/ cuando le pido las nalgas/ Mírenla pasear por esta página Mírenle su muslo blanco/ su Leda mírenle/ Yo estrecho su cuello Yo soy la soga/ Apenas si el alba como Judas se guindaba del árbol del amor/ del árbol del alba misma/ y ya cantaba yo con la soga al cuello las canciones del alba”
No es fácil hincarle el diente a los versos de Guillén. Cualquiera de sus obras requiere una lectura concienzuda para lograr hacerla propia. Y El costillar de Caín (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001) no es la excepción.
Mucho de lo vertido en dicha publicación requiere cierto dominio de los recursos sintácticos, esto con la finalidad de ceñirse a sus versos de la manera más idónea y placentera. Es en este libro, donde la polisemia del lenguaje de los barrios cae en desbandada. Y no como distractor o mero artificio, algo habitual en la poesía que se ciñe al seno de la pequeña burguesía. Aquí, la mancuerna entre los elementos líricos al más puro estilo de Góngora o Quevedo, y la vulgaridad que estriba en los albures y en la dicharachería mexicana, es urdida por Guillén con precisión cirujana. El poeta torna el grito al origen: la garganta del pueblo. Y para muestra un topón:
“Y a estertor que se comba se lo lleva la corriente/ Y el águila siendo animal se retrató en el dinero/ Hay azufre como pedos de Olvido en los jergones/ donde fueron parturientas las cinturonas de castidad en la Noche marchanta/ Y mientras que yo me monto y en el tren de la ausencia me voy/ sean guardianes de turno entonces pues mis cojones/ que para eso se quedan siempre los muy pendejos a las Puertas/ Y a las Puertas/ De las Muertas/ Una vena varicosa de imágenes/ Ponga a parir soldados entre los astros/ A las moscas muertas/ Y a reserva de mejorar y detrás de un vagón de ferrocarril descarrilado por cuyas ventanillas es pericoloso esporgerse / a pesar de la muerte y su clientela lampreada hay siempre/ un sepulturero en paro y otro agazapándose/ entre las tumbas Se trata/ de un cementerio de enanos que en la vida fueron liliputas/ las unas liliputos los otros/ Y una vieja me lo daba/ Repagada a la pared/ Y como era Jorobada/ No se la pude meter/ No le aunque que fueras virgen le dije/ Que este es el gallito inglés/ Y con paciencia y salivita/ me puse a jugar con ella/ al juego de La Condesa/ Que con que entre la cabeza/ El cuerpecillo como quiera se acomoda”
No por nada Mario Raúl Guzmán calificó El costillar de Caín como un recorrido delirante por los pueblos del habla. Esta obra en particular merece ser ampliamente difundida. Mucho tiene de renovadora como para que la inopia la degüelle.
Así pues, puedo decir, sin temor a equivocarme, que Orlando Guillén es uno de los poetas vivos más importantes. Apenas equiparable con el finado Ramón Martínez Ocaranza. La composición de sus obras es elemental para el desarrollo de una nueva forma de hacer poesía. Bien puede extenuar a los viajeros frecuentes de los terrenos en los que crepitan los reciclajes poéticos. Allí, en ese paisaje desértico donde los poetas se leen a sí mismos porque de lo contrario nadie los leería y donde los burócratas van y vienen hablando de premios literarios[5]. Los poetas incipientes mucho tenemos que aprender de Guillén.
Colma de contentura saber que la poesía en México no descansa en Paz. Está vivita y coleando y es de Acayucan.
/ 3 /
Funcionarcos culturales: Sigan redireccionando el presupuesto de la difusión cultural hacia sus bolsillos, tal como se los ha enseñado el ego de los bursátrapas. Sectas de poetas “independientes”: Yo no quiero sus letras, por mí quédenselas para que se anquilosen con el hedor de su ignominia, con su resaca de siglos. Sigan empeñados en ser metástasis, pero no olviden que A cada cáncer se le llega su géminis. Si no me creen, pregunten a sus editores de cabecerda cuánto tiempo les queda de diva. Que descanses, lectorpe. Mientras tanto, yo me quedo con el versario guillenesco: fuente vital para nutrir la poesía.
[1] Rogelio Dueñas (Ciudad de México, 1987) Poeta. Autor de los poemarios Cirujano Del Instinto (2009), Calibre .38 (2011) y Efigie de miope (2015). Ha colaborado en publicaciones como Revista Clarimonda y Los Bastardos de la Uva. En 2012 coordinó el taller de poesía en Casa del Poeta José Emilio Pacheco, en Tlalnepantla de Baz. Algunos de sus poemas han sido incluidos en antologías nacionales y extranjeras.
[2] Fonz, Marco, “Carta desde el Mesías Salvaje a los mundos escriturales, a los estudiantes de letras y a los poetas astrales”, Quito, Ecuador, 2013
[3] Término acuñado por Mario Raúl Guzmán para referirse a la obra de Octavio Paz.
[4] Escalante, Evodio (1981). La desmesura poética de Orlando Guillén, en Proceso. Recuperado desde https://www.proceso.com.mx/130801/la-desmesura-poetica-de-orlando-guillen
[5] Bolaño, Roberto. “Apuntes sobre la poesía de Orlando Guillén” en A la intemperie. Colaboraciones periodísticas, intervenciones públicas y ensayos. Alfaguara Ediciones, Madrid, 2019.
Pingback: MASCARADA – Sombra del Aire