Por Ximena Cobos
Cuando yo llegue
a mi oriente querido
cuando yo asome
al balcón de la capital
cuando yo sienta sonar
las campanas de la catedral
doy un salto de alegría
y le digo a los viajeros
estamos en Santiago.
Balcón de Santiago, Francisco Repilado
A Federico García Lorca siempre le llamó la atención lo marginal. Así como en el romancero deja volar la gitanería, hay un momento en poeta en Nueva York donde se sumerge entre la marea negra de un Harlem que lanza aullidos para salir de entre las olas en un Santiago querido. Mucho se ha escrito ya sobre el profundo amor que Lorca sentía por Cuba y sin duda alguna son de negros en Cuba es un gran homenaje que el poeta dedica a esta isla.
No menos se ha hablado del significado que encierran sus poemas oda al rey de Harlem y norma y paraíso de los negros que sin lugar a dudas hacen presente la existencia subalternizada de los negros. Por ello, en el presente trabajo se pretende señalar cómo Lorca crea sus poemas asido a los ritmos que caracterizan a la cultura afrodescendiente para hacer vivida su figura y presencia en Cuba y Nueva York, señalando las implicaciones semánticas que la estructura de los poemas arroja, pues aunque se hayan analizado ya respecto a su significado es imposible separar fondo, forma y estructura, pues esa totalidad que componen crea y refuerza el significado de los poemas.
Así, la disposición de los poemas en Poeta en Nueva York otorga la primera pauta de análisis. Los poemas donde los actores son los negros si bien lo nos los que abren y cierran la obra, sí son el sitio hasta donde llega el yo poético en su recorrido en el segundo apartado, y el sitio por el que pasa como despedida en su retorno. De esta forma, la distancia entre ellos marca un camino andado para llegar de la miseria y la opresión a la que están sujetos los negros en la gran urbe, hasta el paraíso, más allá de lo azul, de Santiago. Dicha distancia permite oponer los poemas para ver el avance y el cambio que hay no sólo de la perspectiva de los negros en cada país sino de las fórmulas que el poeta utiliza. Así, los elementos presentes en cada uno acompañan el ritmo, o mejor dicho, se complementan recíprocamente. La separación del medio natural, no urbanizado, no repleto de edificios, del que los negros fueron arrebatados durante los tiempos de la esclavitud, propicia que en la realidad de los negros de Harlem se carguen de significados negativos los elementos propios de la naturaleza.
La luna es mentirosa, los camellos sonámbulos y las nubes vacías[1]. Los elementos naturales están trastocados al igual que los negros en esa cultura del hombre blanco. Pues la gente negra es, como plantea María Lugones (2008, como ce cita en Espinoza, 2016), para la mirada colonial parte de un orden natural, no humanos, pues el orden de la razón bajo el sistema moderno colonial que impone esa división, considera que lo humano solo puede ser europeos. En ese Harlem negro, castigado, no hay cabida para la naturaleza como tal, el pájaro es sólo sombra en una mejilla, los niños machacan ardillas y las rosas huyen, el fuego está dormido en los pedernales, porque la ciudad viste al rey con un traje de conserje[2].
En contraste a la naturaleza devorada por la civilización blanca del progreso se muestra, al final de un largo recorrido por una ciudad decadente en eterno movimiento que asimila la vida de sus habitantes y los apaga, la luna nueva, luna que no miente y está llena, y platanares en plenitud. Esos techos de palmera que el negro de Harlem olvida, en Cuba cantan, los troncos están vivos y el caimán tiene sus ojos. La naturaleza en Cuba sigue viva, no ha sido violentada o empañada por grandes edificios. Pero el contraste que resalta entre Cuba y Nueva York no sólo remarca la vida de los negros en Harlem, donde se están perdiendo entre un maremoto de tecnología blanca, sino que es un llamado a que resurjan de sus calles oscuras y sus bares.
En son de negros, Lorca caracteriza la ciudad por la naturaleza desbordante, no hace mención de los negros sino únicamente en el título, mantiene la correspondencia entre naturaleza y existencia negra: es el todo por la parte. Los negros no aparecen con sus sonrisas porque Cuba son los negros y los negros son Cuba. Es en esta isla luego de sus propias luchas por ele reconocimiento de su existencia donde comenzaron a ser libres antes que en las grandes ciudades industrializadas, donde se fijaron como mayoría y se desbordaron como los plátanos que quieren ser medusas. Por el contrario, en Norma y paraíso… y Oda al rey de Harlem se ve a los negros de todas las edades, con sus ojos blancos y sus labios casi rosas resaltando entre su negra piel, tristes, embriagados por el alcohol de los hombre blanco, amando, pero primero odiando, así inicia norma y paraíso. Hay una degradación que la ciudad, en medio de ese supuesto crecimiento, desarrollo, industrialización, globalización, actúa sobre los negros, que son huellas y marcas del sistema racista colonial de género, como explica Lugones.
En suma, toda la atmósfera que crea en Norma y paraíso… y Oda al rey de Harlem es oscura, decadente, triste, fría, contrastando con lo cálido y abrazador que es Santiago. De esta forma, Lorca crea en la disposición de los poemas sobre negros un paralelismo, los elementos naturales presentes en Son de negros son los mismos que aparecen en los otros dos, contrastando aún más el sentir de Lorca con respectos a los negros en cada punto geopolítico. El agua en Son de negros es un mar ahogado en la arena, no tiene un límite como en Norma y paraíso donde solo es agua que danza en la orilla de concreto. El caimán, el tronco, lo bovino, no están mancillados. No son “vacilantes expresiones”[3] bovinas sino:
¡arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
¡oh bovino frescor de cañavera![4]
Pero todo este significado está contenido en una imitación de los ritmos de cada pueblo. Si bien la semántica de los vocablos que usa en cada uno de sus poemas refleja la diferencia entre los dos polos de los negros, no por nada hay un cúmulo de poesía entre ellos, existe un porqué semántico de la estructura de los poemas. Lorca no sólo reconoce las condiciones de vida de los negros en Nueva York sino que, como lo harán más tarde los miembros de la beat generation, reconoce una cultura que se desborda y se enmarca claramente en ese Harlem tan negro, que nace de “arrancar los ojos a los cocodrilos con una cuchara y golpear el trasero de los mono”, es decir, de la separación de la naturaleza a la que los negros tanto están ligados, devorados por la cultura de la civilización industrializada[5]. Los negros no sólo están siendo asimilados por la vida de la industria y la mecanización dado que viven en la gran capital, sino que están siendo oprimidos, silenciados e ignorados, de modo que como respuesta y en un afán de búsqueda o recuperación de sus raíces la música es el mejor medio por el cual se autentifican.
Los géneros nacidos entre las manos de los negros, que limpiaban botas, araban la tierra y luchaban por sus derechos en un Estados Unidos sumamente racista, son los que acompañan veladamente los poemas de Lorca. Los dos primeros están creados bajo el verso libre y no riman entre verso y verso, por lo que podemos considerar que dicha estructura responde al acercamiento de la desbordante improvisación de un saloon donde los negros hacían jazz al momento. Los versos van de las seis sílabas hasta las dieciocho, van creciendo con forme avanza el poema y los encabalgamientos son frecuentes. Entonces, como si se fuera desbordando la locura del tempo igual que en el jazz, ambos poemas van creciendo en su estructura, los versos son cada vez más largos, y terminan en el éxtasis; además, la falta de rima deja que en la lectura aumente la velocidad en ese tempo exacerbado.
Odian la sombrea del pájaro
Sobre el pleamar de la blanca mejilla
Y el conflicto de luz y viento
En el salón de la nieve fría.[6]
Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta,
Los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles
y queda en hueco de la danza sobre las últimas cenizas. [7]
Con una cuchara,
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los mono.
Con una cuchara.[8]
Me llega tu rumor,
Me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores
a través de laminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos
a través de tu gran rey desesperado,
cuyas barbas llegan al mar.[9]
No es únicamente el aumento progresivo en el número de silabas de los versos lo que lo asocia a la estructura desbordante de la improvisación del jazz, este rasgo contribuye a comunicar y dejar sentir el aumento en el tempo y el cambio en la dinámica de los poemas, pero es la variación en la extensión de estos la que sustenta la idea de la imitación de los géneros a través de un ir y venir, es una respiración que marca un aceleramiento y una disminución. Si bien Oda al rey de Harlem consta de veintitrés estrofas y resulta un poema bastante extenso para dejarnos experimentar las variaciones en la velocidad a la que se “interpreta”, Norma y paraíso con sus siete estrofas no queda lejos de ir en un crescendo vivace —si eso es posible—.
Ligado también a los ritmos afro surgidos en la gran civilización está el blues de los lamentos. Los estribillos de dolor que lanzan aullidos al cielo como ¡ay Harlem! ¡ay Harlem!, “negros , negros, negros, negros” o “Ellos son. / Ellos son los que beben el whisky de plata…” semejan el dolor que se refleja en el blues del Misisipi. Cada detalle de los poemas refleja a los negros de Harlem desde su carácter de cultura afroamericana, asimilando y siendo asimilados por la vida de las ciudades capitalistas donde los blancos mandan. Tomando sus ropas y poniéndose al servicio de ellos, pero en las noches escapándose a tomar whisky y crear sus propios ritmos donde se desahogan, donde existen sin la norma impuesta.
Contrario a todo esto aparece, no de modo gratuito, Son de negros en cuba, pues desde el título hay un claro apunte hacia el ritmo, además de que, como se mencionó con anterioridad, es el único espacio donde se hace mención de los negros. La estructura de este poema en oposición a II. Los negros es de versos más cortos y uniformes, el ritmo y el tempo es más tranquilo y acompasado; el estribillo es único, no cambia a lo largo de todo el poema, se mantiene; además deja de ser un lamento para ser como el de algunos sones, un regocijo. Lorca pudo hacer una habanera[10], que tanto le gustaban, no obstante recuerda el son de balcones de Santiago. Pero, no sólo recuerda este son sino que la no arbitrariedad en cuanto al género responde a la historia de los negros en Cuba, si bien las habaneras fueron uno de los primeros géneros en la Isla, el son, junto al guaguancó y el son montuno, se consolida como el más representativo de la isla, incluso siendo merecedor del mote de son cubano como la clasificación de un género.
El son, al igual que el blues y el jazz, es la música que nace de los negros después de la jornada, pero es más cálido, los dobles sentidos de los que suelen plagarse sus letras y los temas que tratan reflejan la diferencia diametral de los negros en Cuba frente a los negros de Harlem. Aunado a esto, la música de los negros en Cuba refleja mayor libertad porque fue de las primeras cosas que se les permitió hacer, como Carpentier bien narra en La música cubana, era una gran mayoría los negros que hacían música sobre los blancos dedicados a esta disciplina.
La naturaleza presente en Son de negros tampoco es arbitraria, está íntimamente ligada a que los instrumentos que se usan para hacer son o hacer música en Cuba desde los siglos XVI y XVII, están más cercanos a lo natural desde su manufactura y uso. No como en el blues o el jazz que son los instrumentos de elaboraciones que se complejizan con el uso de metales, por ejemplo. Como Lorca lo dice en su poema es “el tronco vivo” el que retumba en los sones.
Ahora bien, lo que hace Lorca al crear poemas con un acercamiento a los ritmos afroamericanos y afrocaribeños podría interpretarse como un trabajo ecfrástico, no obstante dicho trabajo requeriría de un análisis más profundo que pondría en tela de juicio la calidad de la enargeia, como elemento inseparable e indispensable para la écfrasis, es decir, se calificaría de un modo mucho más riguroso la cercanía y la efectividad de la imitación de los ritmos, así como el efecto de hacerlos vívidos en toda su complejidad musical instrumental y rítmica. Sin embargo la estructura de los poemas semejando permite un giro en el poema, pues como ya se mencionó con anterioridad, Lorca tomas los ritmos para hablarles en su propio lenguaje a los negros y para remarcar ante los lectores no cercanos a estos la cultura de la que son creadores. No obstante si la imitación de los géneros no se valida se puede tomar como una referencia directa a una parte primordial de la cultura afrodescendiente que no se puede dejar fuera al hablar de ellos, pues es la música uno de los canalizadores de sus emociones más fundamental.
En suma la estructura de los poema que asemeja y se corresponde a los ritmos afroamericanos y afrocaribeños responde a una visión donde Lorca no quería sólo hablar de los negros en su situación sino desde ellos, acercárseles y por esto crea poemas sumergidos en sus ritmos que vuelve suyo, pues comprende bien que estos ritmos responden a su historia
El contraste es quizá necesario para la emisión de un solo mensaje, la denuncia de toda la gente que ignora la otra mitad. Si no se hubiera incluido el rayo de sol de Santiago los negros solo habrían sido un elemento más en medio de la soledad y el carácter sombrío y frio de máquina que flota por el aire de la gran ciudad de Nueva York, por esto es importante el paralelismo creado ante la disposición y el manejo de los elementos, así como la estructura musical de los poemas sobre los negros que tiene Lorca.
[1] Federico García Lorca, “Poeta en Nueva York”, en Lorca por Lorca, ediciones Huracán, la Habana, 2ª. ed., 1974, pp. 229-230.
[2] Idem, pp. 229, 232.
[3] Idem. p. 229.
[4] Idem,. p. 232.
[5] Giséle Avome Mba, “Analísis temático y simbólico de norma y paraíso de los negros y oda al rey de Harlem”, Oráfrica, revista de oralidad africana, núm. 5, abril, 2009, pp.154-155.
[6] Federico García Lorca, ob. cit., p.229.
[7] Ibid. p. 230.
[8] Ibid. p. 232.
[9] Ibid. p. 238.
[10]Luis Rafael Hernández, “Lorca en Cuba, Cuba en Lorca”, Hipertexto, La habana, núm. 5, 2007, pp.35-43.